Fernando Chaves Espinach
E s difícil imaginar un año más propicio que el 2015 para la publicación de Go Set a Watchman ( Ve y pon un centinela ), novela que, en realidad, nunca debió ver la luz.
La obra es dos cosas simultáneamente: por un lado, fue la primera versión, rechazada por editores, del hito de la literatura estadounidense que representa To Kill a Mockingbird ( Matar a un ruiseñor , 1960), que fue durante 55 años la única novela publicada de Harper Lee.
En su obra cumbre, el abogado blanco Atticus Finch debe defender a un hombre negro, Tom Robinson, injustamente acusado de violar a una mujer blanca en una época de crudo conflicto racial.
Contada desde el punto de vista de Jean Louise Finch (Scout), su hija, y su hermano Jem, representó un quiebre en la forma en la que se discutía el tema, y Atticus se erigió como ese “centinela” moral que abogaba por la comprensión mutua desde el papel que le tocaba jugar en la vida.
No obstante, la novela empezó de forma muy distinta. Ve y pon un centinela sacudió a los lectores: Atticus era otro. En el libro, Scout vuelve a casa a mediados de los 50, años después del juicio, aún incómoda con la cambiante cultura sureña y el brutal prejuicio racista.
Es una secuela, pero escrita antes del clásico, o una traición al legado de su autora –como la consideraron algunos críticos–. Desde que se anunció, se rumoraba que la autora no estaba en plenas facultades para aprobar la publicación, pues padecía demencia senil. Como Lee declinó dar entrevistas desde los años 60, la polémica no ha concluido.
Scout encuentra a su padre, aquel héroe de la masculinidad justa y sensata, aquel adalidad de la justicia racial, más bien convertido en un típico conservador sureño. Es decir, sin caer en los extremos violentos de sus vecinos, duda de la capacidad de los negros para votar y cuestiona el grado de integración posible en Estados Unidos.
El contraste es dramático. Por décadas, Atticus fue un héroe, un guía moral. Después, en pleno 2015, medio siglo después, tras la batalla por los derechos civiles, caía del pedestal. Tal cambio quizás sea cuestión de perspectiva, como argumenta Megan O’Grady en Vogue : “Jean Louise ya no es una pequeña inocente, sino una mujer con opiniones propias, que ha visto el mundo más allá de la cerca del vecino y a quien no le sirven falsas utopías construidas sobre el miedo, la intimidación y los encorsetados mantenedores del statu quo ”.
Acercarse a esa madurez ha sido un proceso traumático para la sociedad estadounidense. El 2015 fue especialmente intenso en cuanto a la discusión sobre cómo entender la relación entre blancos y negros –y las demás culturas que componen la sociedad norteamericana–, debido a los controversiales casos de abuso policial que acabaron en muertes de jóvenes negros.
Por increíble casualidad, Ve y pon... se publicó unos días antes de Between the World and Me , de Ta-Nehisi Coates, el más discutido del año (ganador el National Book Award). En él, retomando el lenguaje de James Baldwin y evocando su ímpetu político, Coates clama contra la violencia que aún acecha a los cuerpos negros.
Leyendo a Atticus desde ahora, sabiendo de sus contrastes, pero también de lo que ocurrió a partir de 1960, podemos aventurarnos a pensar que lo que Harper Lee hizo desde Matar a un ruiseñor fue invitar a cada miembro de la sociedad a convertirse en centinela. Si cada uno de nosotros no procura la justicia desde donde nos toca vivir, ¿cuál abogado podría defendernos? Solo un héroe, y esos no existen.