Mario Zaldívar ha publicado un libro con 63 crónicas de la música popular costarricense que se produjo y se disfrutó en el período 1939-1965. Esta faceta histórica es relevante porque mantuvo cierta unidad de ritmos y personajes, apoyados en la divulgación de su arte por la radio y las salas de baile; además, se inicia el proceso de grabaciones fonográficas, y por primera vez se desarrolla un movimiento musical con evidentes repercusiones sociales.
Cada crónica lleva al menos dos fotografías de la orquesta, el cantante o el compositor abordados, lo que en suma cuenta una parte de la historia musical de nuestro país y agrega un cúmulo de datos relevantes para conformar la identidad de los costarricenses.
Casi todas las crónicas se publicaron en la revista cultural Áncora, y la edición del libro fue financiada por el Ministerio de Cultura y Juventud dentro del programa Becas Literarias del 2014, a cargo del Colegio de Costa Rica.
Todo texto de valor induce a formular una serie de preguntas que el lector debe plantearse; a la vez, el texto invita a buscar respuestas dentro y fuera de él. La primera cuestión es: ¿por qué, transcurrido medio siglo, no ha producido el país figuras de la talla de Ricardo Mora, Otto Vargas, Rafa Pérez, Ray Tico, Mario Chacón y Julita Cortés?
Una respuesta sería que la ausencia de figuras totalizadoras es un fenómeno mundial; simultáneamente, han decaído las manifestaciones musicales románticas, propicias para la aparición de genios. La velocidad de los tiempos tal vez impida la pausa y la contemplación, indispensables para la construcción de una gran obra individual.
Una visión pesimista del fenómeno histórico diría que estamos en un proceso de transición o –peor– que asistimos a una etapa de oscurantismo de la música popular. (Ya se ha dicho algo parecido de la pintura, de modo que este enfoque no sería nuevo).
Otra gran pregunta que sugiere el libro es: ¿dista mucho la calidad de nuestra música popular, de la de otros países latinoamericanos? Primero hay que salvar la obra de países líderes en esta materia pues por calidad y cantidad están muy lejos del resto de naciones de la región: Cuba, Puerto Rico, México, Colombia, Brasil y Argentina son casos aparte.
Con esas excepciones hay que sostener firmemente que la producción de los artistas costarricenses de ese período es tan buena como la de sus vecinos. Faltó divulgación internacional, pero lo que más afectó fue un complejo de inferioridad que descalificó desde dentro la calidad de nuestra música. Pasados cincuenta años, encontramos auténticas joyas en nuestro cancionero popular que injustamente pasaron inadvertidas.
En términos de comportamiento social, se funda un fenómeno ligado a la fidelidad a orquestas y cantantes, vinculado con la apertura de salas de baile, lo que se decantó en la formación de grupos de seguidores identificados con un sonido, una forma de interpretar la música y un espacio físico donde bailar esa producción musical.
Esta manifestación social cesó con la desaparición de las grandes orquestas y la jubilación de los solistas; su versión contemporánea, magnificada, acaso se observe en los equipos de futbol. Quedan algunas salas de baile y algunos grupos musicales que son la arqueología de aquel fenómeno social.
En los últimos cincuenta años se ha progresado mucho en diversos aspectos de la música popular. Por ejemplo, existe mejor preparación académica de los músicos, hay más y mejores mecanismos de grabación, se dan múltiples contactos con el mundo y se tiene acceso a todo tipo de información enriquecedora; sin embargo, lo más importante ha sido la valoración personal y profesional del músico ante los ojos de la sociedad.
Hace medio siglo, la profesión de músico popular era un anatema, y esto fue un hecho nefasto para nuestra producción musical, hasta el punto de condenarla a priori con etiquetas de intrascendente, prostibularia, incompetente o inculta.
No pocos artistas nacionales soportaron con amargura el desprecio de su obra; en general, con algunas excepciones, la mayoría no tuvo recompensa económica o reconocimiento social por su trabajo, y esto se percibe a lo largo de este valioso libro de Mario Zaldívar, cuya lección más importante puede ser que invita a no cometer los errores del pasado.