Solo no eres nadie.
Es preciso que otro te nombre.
Bertold Brecht. Un hombre es un hombre.
¿Cuándo un individuo es tal? ¿Cómo nos construimos los seres humanos? Se es “uno” desde el momento en que “otro” nos nombra. La constitución del sujeto se da cuando a la auto imagen o definición desde “uno mismo”, se suma el discurso de esos “otros” que designan, atribuyen un sexo, construyen un género y depositan en sistemas de parentesco que conllevan derechos y deberes, prohibiciones y promesas. Porque es en la imbricación de las estructuras históricas, lingüísticas y psicológicas, donde se produce la acción humana.
Ocupar el yo es, de esa manera, asumir la “mismidad” (lo uno) y a la vez, asumir la “otredad” (lo diverso, el “no yo”). En suma, inscribirse en “la diferencia”. Y con la diferencia, arrogarse el mayor mecanismo generador de diferenciaciones: el lenguaje. La identidad del sujeto es, por ello, una red de designaciones diferenciadoras, una elaboración de palabras. En fin, una construcción lingüística.
Complementariamente, mirar desde el género supone una especial manera de abordar el análisis literario -si esa es la tarea- pues tal mirada pretende, mediante la observación de los códigos y pautas culturales (cosmovisión) en las cuales se inserta la obra, fijar estrategias que permitan obtener mayor claridad en cuanto a los “conceptos” de mujer y feminidad, hombre y masculinidad. Se buscará, entonces, reubicar más justamente los papeles que la sociedad asigna a mujeres y hombres.
En relación estrecha con lo anterior, debe recordarse que la diferenciación entre sexo -lo naturalmente dado- y género -lo culturalmente asumido- ha constituido un determinante fundamental para el avance de los estudios de la mujer en particular, y del género en un entorno más abarcador. De esta manera y dejando de lado la obvia diferenciación biológica entre los sexos, se torna posible abordar el significado de “lo femenino” y “lo masculino” de una nueva forma y en relación con los juegos de poder, puesto que tales significados están sometidos a las diversas presiones que afectan la vida social y cultural. Y es que puede muy bien decirse que hay, en efecto, algo que se ha mantenido como elemento constante durante todo el trayecto, conocido hasta ahora, de lo que llamamos cultura occidental: el hecho de que la relación hombre-mujer no ha sido vista como una relación equitativa -un tú a tú- sino más bien como una jerarquía disimulada, en donde lo masculino ocupa siempre el papel del dominador, mientras lo femenino se establece como lo dominado.
Por lo tanto, para definirse en sus múltiples facetas, incluidas la de autora y lectora de textos literarios, la mujer debe reubicar los términos de una socialización que la lleva a someterse a las leyes del hombre, dentro de lo que se conoce como el patriarcado. En una variada gama de posiciones políticas, estudiosas -y en menor grado, estudiosos- de muy diversas procedencias, entre cuyos trabajos pretende situarse este libro, se han empeñado por obtener respuestas válidas en torno a una serie de problemas, ligados sobre todo a identidad, discurso y autoría femeninas: ¿puede o no una mujer escribirse a sí misma?; ¿existe una poética basada en una palabra de mujer y no en la designación ajena?; ¿es capaz de erigirse la literatura en vía de definición y auto afirmación para las féminas?; ¿existe una escritura femenina con rasgos propios?
En fin, desde muchas y muy variadas ideologías, la mayor parte de quienes se dedican a los estudios del género reconocen que ha sido el inferior status social de la mujer lo que ha movido a prácticas de lectura y escritura desde la feminidad, esto es, desde la marginalidad.
El presente ensayo intenta, a partir de las propuestas en torno a identidad y en función de las teorías del género, abordar la obra de Yolanda Oreamuno, una escritora que comprendió y vivió, sin duda mejor que muchos, lo que significa ser autora desde el margen de lo femenino. Lo que implica tomar la pluma para ver y vivir a la mujer, para tratar de escribirla e inscribirla en realidades más justas y así, en más anchas perspectivas de vida.
Al observar entonces la producción de Yolanda Oreamuno en su conjunto, es posible percibir la presencia de cierto espacio abierto entre uno de sus primeros escritos, el ensayo “¿Qué hora es?”, y la novela La ruta de su evasión , como se presume, la última obra publicada. En este espacio, pues, habrá de ubicarse, desde una comprensión regida por el problema de la identidad, la llamada literatura dispersa, conforme se recopila en el volumen A lo largo del corto camino . Tal literatura dispersa se despliega –así se propone en el presente apartado– bajo el signo inconfundible de la crisis de identidad, situación establecida por la doble exclusión que pesa sobre lo femenino: la mujer, determinada no a partir de su propia palabra sino según lo que el hombre dice de ella, verá impedido el acceso a la autodefinición desde un discurso y una imagen que le pertenezcan. En lugar de formular el “yo soy” afirmativo, tendrá que escuchar tan solo la designación ajena: aquello que el sistema establecido –el “hombre”–dice de ella. De allí pues la crisis identitaria, en tanto carencia de autoafirmación e idea de sí.
Un ensayo juvenil
“¿Qué hora es?” constituye el ensayo juvenil con el cual Yolanda Oreamuno participó en un concurso organizado por el Colegio de Señoritas –institución en la cual la escritora cursó la enseñanza media– a propósito del cincuentenario de la fundación. Como el tema propuesto se concentraba, según las reglas del concurso, en los “medios que usted sugiere al Colegio para librar a la mujer costarricense de la frivolidad ambiente”, Yolanda inicia su escrito señalando la pertinencia de la propuesta, no solo porque permite hablar de un mal –la frivolidad– que “adquiere caracteres de epidemia”, sino también porque “el Colegio da una muestra decisiva de conciencia docente al abrir en esta forma la puerta a la voz pública y especialmente a la voz femenina”.
Y continúa: “La situación social de la mujer en Costa Rica viene a ser la raíz madre de lo que el Colegio llama con tanto acierto frivolidad ambiente. Si aquello es la causa, esto es el efecto (…). Desde que comienza la educación de nuestra mujer en el hogar se plantea ya su contradictoria situación: ¿Se educa a nuestras muchachas para que sean buenas señoras de casa, correctas esposas y fuertes madres, o se las educa para que tomen una activa parte en el conjunto social, dentro y fuera del colegio?” .
Pasa Yolanda Oreamuno a ocuparse de otro aspecto que ha sido y es aún tema clave, en lo que se refiere a la situación femenina: no puede haber reivindicación alguna si antes la mujer no abandona los estereotipos, a fin de encontrarse en una definición propia –no ajena– que la lleve a autoafirmarse. Solo entonces será posible pensar en igualdad de condiciones y de oportunidades para uno y otro sexos.
“La muchacha así, se ha acostumbrado a que dicha persona piense por ella, a que la vida no sea más que una realidad para el padre, único quien tiene que asumir actitudes agresivas y defensivas en la lucha de todos los días. Lógico es esperar que la bruma de la frivolidad la enrede y le impida ostentar verdadera dignidad. Porque no hay dignidad sin conciencia y la suprema conciencia está en asumir con pleno conocimiento de causa las responsabilidades que da la vida al enrolar a un ser en su corriente, sea hombre o sea mujer” , agrega.
Aclarado lo anterior, pasa la autora, sin ningún reparo, a abordar el tema según aspectos que resultan polémicos para su época. “¡Que no haga la mujer poses de feminista, mientras no haya conseguido la liberación de su intelecto, de lo mejor de ella misma preso dentro de su propio cuerpo! Nunca hay que olvidar que la tarea se acomete por el principio. El feminismo que busca reivindicaciones “políticas”, sin haber conseguido otro éxito que el de ponernos tacones bajos y el de cortarnos el pelo, será por fuerza un movimiento equivocado mientras no le quite a la mujer el prejuicio de que el hombre debe mantenerla y mientras no borre de la masa cerebral femenina “el miedo de decir”, el decir mal, y la deliberada tendencia a ignorar todo lo que no sean nuestros mediocres y pequeños problemas individuales” .
Las conquistas del feminismo en sus primeros tiempos –fines del siglo XIX, principios del siglo XX– fueron en su mayor parte no el resultado de batallas concretas, sino consecuencias directas de la incorporación de la mujer a la fuerza laboral, al producirse la Revolución Industrial.
Y prosigue Oreamuno: “Hemos realizado con gran dificultad nuestra capacidad de trabajo, la comprensión de que la sociedad nos necesita y nos acepta así porque somos útiles. Y no hemos realizado plenamente que somos capaces, en la misma proporción, de pensar, de juzgar y de razonar. En determinados casos hasta hemos liberado nuestra situación económica de la tutela del hombre y, sin embargo, nuestro pensamiento permanece atado indefectiblemente al razonamiento masculino. No sabemos de nosotras mismas sino lo que el hombre nos ha enseñado” .
En otras palabras y según la fórmula tantas veces reiterada, la mujer no es sino lo que el hombre dice de ella. De nuevo apunta Yolanda hacia ese elemento crucial que es la autodefinición femenina, al modo de sustento para cualquier acción realmente eficaz que la mujer desee emprender.
Y concluye: “Así, lo necesario es forjar la verdadera personalidad femenina, único remedio contra la frivolidad y demás aberraciones apuntadas. Una personalidad equipotencial, nunca igual a la del hombre, que nos faculte para escoger rutas cuando hay cerrazón de horizontes. Un estado de espíritu de solidez tal que nos convierta en compañeras y no en esclavas, acusadas o encubiertas del hombre” .
Afirmación propia
En La ruta de su evasión , es la definición femenina, asociada al discurso liberador protagonizado por Teresa y Aurora, lo que logra destruir finalmente el proceso de sumisión sostenido por siglos de cultura patriarcal. Frente al vasallaje femenino se instaura la afirmación propia, primero como vehículo de introspección y luego, como autodescubrimiento, el cual permite a la mujer recrearse y aceptarse en cuerpo, mente y condición concretas. No obstante, son estas mismas ideas, aunque en germen, las que vemos surgir y desplegarse en “¿Qué hora es?”, ensayo premonitorio al que la crítica oficial muy a menudo deja abandonado en situación marginal.
Quizá Yolanda Oreamuno apenas llegó a vislumbrar, en la América Central de 1938, la intensa carga conceptual contenida en su escrito, en relación con los planteamientos sobre las feminidades que irían tomando fuerza y validez en los decenios posteriores. Y no fue precisamente cobijo y comprensión lo que, frente a estas ideas, le brindó su propio país, aquella Costa Rica en la cual, según palabras de la escritora, es necesario morirse para recoger el reconocimiento póstumo de un pueblo desdeñoso y pasivo.
Extracto del segundo capítulo de la primera parte del libro Espíritu en carne altiva , de Emilia Macaya, publicado por Uruk Editores en el 2013.