Redacción
L a historia de Isabel Guzmán Payés comienza de la misma forma que la de tantos otros artistas: con una idea de sus padres. A los seis años, inscrita en las usuales clases de baile, descubrió el movimiento, la energía. Desde entonces no se detuvo.
Sin embargo, para esta salvadoreña de 29 años llegó un momento en el que su camino por el arte no era de un solo carril. En el 2010, beneficiada por una beca que la llevó a Nueva York, descubrió que podía hablar múltiples idiomas a la vez. Es más: era necesario que fuera políglota del arte.
“Al conocer a gente que hacía el quíntuple de cosas y las hacía increíblemente, me di cuenta de que las disciplinas no son lo que uno hace: son simplemente idiomas. Soy la misma Isabel que habla diferentes idiomas: la danza, la música...”, cuenta.
Guzmán, quien reside en Costa Rica desde los 19 años, decidió hacerlo todo. Es una de las bailarinas de danza contemporánea más destacadas de temporadas recientes; de hecho es la ganadora del premio a la mejor intérprete en el Festival de Coreógrafos Graciela Moreno del 2014 por dos obras, Quimera y La noche .
A la danza también le pone música: ha compuesto bandas sonoras de varias coreografías y canciones, así como colaboraciones con su esposo, el compositor Carlos Escalante.
Como cantante , excava la música antigua junto a Tania Vicente y Luis Daniel Rojas en Glosas Ensamble . En el tiempo que le queda, también es maestra de danza en Body Motion .
Nos recibe en su casa-laboratorio con grandes ojos, claridad de profesora en su dicción y mente hiperactiva. ¿Cómo llega una artista a llenar así su agenda? “Desde chiquita estuve inmersa en todo esto y no me pude salir porque nunca pude vivir sin ello. No conozco una vida sin esa sensibilidad al arte, y yo creo que es parte de mí, parte de mi sangre y de mi entorno”, dice.
Abanico. La casa en la que creció Isabel fue la de Eunice Payés, destacada artista de la danza salvadoreña . A los 18 años, tras un exitoso paso por la gimnasia rítmica en su país, supo que en la danza explotaría su sensibilidad. “Me gustaba la sensación de compartir algo diferente con el público: no hablar, sino expresarme a través del cuerpo. Todo lo que yo compartía a la hora de presentarme era lo que me llenaba y me hacía volver y volver al escenario”, recuerda.
En Danza Abierta , con Rogelio López, encontró el primer idioma que buscaba. Poco después, con una beca de Danzaméricas, conoció a artistas del teatro musical y la danza en Manhattan y Brooklyn, una inspiración para su abanico expresivo.
¿Es cierto, como dicen, que quien mucho abarca, poco aprieta? “Calza con las personas que no son disciplinadas”, considera. “A veces, no podés enfocarte concretamente en lo que querés. Sin embargo, si uno quiere y tiene muchos objetivos, debe tener claro qué quiere hacer para desarrollarlo lo mejor posible”, argumenta Guzmán.
Por permisos de estadía, tuvo que volver a El Salvador tras su paso por Estados Unidos, aunque ya construía su carrera en Costa Rica. En su patria permaneció dos años, llenos de trabajo como profesora. Había plena oportunidad para su desarrollo enseñando a otros, pero para Guzmán era insuficiente. “Para un artista es muy complicado saltarse la etapa de la ejecución porque creo que te frustrás. Después viene una parte donde podés enseñar más y compartir más”, considera.
Así, regresó a Costa Rica. Halló cambios en sí misma, pero también en el medio, con más y mejores bailarines, nuevas tendencias coreográficas y más exigencia. Debía seguir probando.
Profundidad. En Quimera , Wendy Chinchilla e Isabel Guzmán se transfiguraban en una flor y su sombra: dos almas que en un movimiento de honda poesía, coreografiado por Pablo Caravaca, conquistaron la categoría de Primera Incursión y el premio del público en el Festival.
En la pieza se vio a la mejor Isabel: en pleno control de su cuerpo, exigente y de manejo técnico preciso. En La noche, por otra parte, se mostró por qué su colaboración con la coreógrafa Henriette Borbón ha sido tan fructífera: alta demanda, movimiento fuerte y directo, y el acoplamiento a la mirada artística de la creadora.
Para Guzmán, compartir su visión de la disciplina con Borbón es lo que las ha unido tantas veces. “Ordenada, puntual, metódica: siempre me identifiqué con ella por eso”, señala.
Antiguas canciones de amor from Isabel Guzmán Payés on Vimeo.
Lanzarse al escenario sigue siendo una prueba –como debe ser siempre para un artista–. Según Guzmán, en recientes trabajos ha recurrido a una forma de pensar que, admite, suena “poco romántica”. “Lo que trato de sentir cuando bailo son palabras específicas: quiero ser sutil, quiero ser fuerte, quiero verme firme... Palabras específicas que me ayudan a clarificar mi mente”, dice.
Prestar atención a esos impulsos de la danza es lo que la orienta al componer música (para obras de Borbón, y Garry Rosales y Paula Herrera, el año pasado).
A la emoción le da rienda suelta en su interpretación de canciones románticas del siglo XVII, en Glosas Ensamble. “Quiero transmitir la delicadeza de los textos, porque son maravillosos”, explica. Este año esperan ahondar en más repertorio antiguo.
En el 2015, Guzmán seguirá haciendo de todo. Bien haría el público en prestarle atención, aunque haya que mirar en tantas direcciones a la vez.
Trayectoria. Isabel Guzmán Payés se formó en danza contemporánea, ballet, jazz y teatro musical; es graduada del programa Danza Abierta. En canto, se ha formado con Joanne Eekohof, María Marta López, Rebeca Viales y Guadalupe González. Por cinco años formó parte de la agrupación Voce Viva, y ha cantado con la Orquesta Sinfónica Nacional de El Salvador. Participó en las rondas eliminatorias del Concurso Internacional de Canto Montserrat Caballé 2011. En la materia de composición, tomó cursos con Carlos Castro y Luis Diego Herra.