Fue hasta que puso pie en una academia de Nueva York que Isabel Guzmán Payés se dio cuenta de que no era “un bicho raro”. Creció en una casa en la que se cantaba, se bailaba y se componía, y en su formación no solo desarrolló esos talentos, sino también la actuación.
“La gente me decía: ‘pero hacés de todo’”, contó la actriz de salvadoreña, desde su casa en Moravia. “Lo decían como si fuera algo extraño, algo no tan bueno”.
En un viaje al Project Lab del New York City Center se dio cuenta de que allá, en la capital del teatro musical, había otros como ella.
La actriz recibió este año el Premio Nacional de Teatro Ricardo Fernández Guardia, el máximo galardón que otorga el Ministerio de Cultura y Juventud a un actor o actriz.
Isabel Guzmán lo recibió por el papel de Velma Kelly en la obra musical Chicago, en la que cantó, bailó, sonrió, gritó, sedujo, preguntó y contestó, fue víctima y victimario...
En ese escenario desarmó la idea de que era raro una artista multidisciplinaria y al contrario, asumió su carrera más como una mujer del renacimiento.
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“Siento que me preparé toda la vida para ese papel, y por eso es bonito que te reconozcan todo el esfuerzo”, dijo la actriz.
Nos sentamos a conversar sobre su trayectoria y los papeles que encarnó durante el 2017, quizá el año más prolífico de toda su carrera y el que, finalmente, le dio el premio nacional.
De El Salvador a Costa Rica
En la sala de Isabel Guzmán Payés todo grita arte. Hay libreros, sillas y estantes con hojas de música, y cerca de la entrada hay un piano vertical. La parte más alta del piano sostiene premios de Isabel Guzmán y de su esposo, el compositor Carlos Escalante.
Sentada en la banqueta del piano, Isabel recordó su infancia, en donde se plantó la semilla del arte. “Bailo desde los 6 años y canto desde los 9 años”, señaló Isabel. También hacía deporte y competía; le gustaba exigirse.
Viendo a su padre, que componía pero tenía un trabajo aparte, y a su madre, que vivía de la danza, su pasión, decidió decantarse por el camino que marcó la segunda.
“Me preparé para entrar en la Escuela de Canto de la Universidad de Costa Rica, pero en ese momento solo admitieron a cuatro hombres, porque estaban escasos de voces (masculinas).
”Eso me cambió los planes, pero hice el examen para entrar en Danza Abierta, de nuevo en la UCR, y ahí sí quedé”, contó.
Guzmán se mantuvo cerca del canto. Participó de la agrupación de ópera Voce Viva, llevó clases particulares y matriculó cursos de educación musical.
Una beca obtenida en Danzaméricas, fue la que la llevó a Nueva York en el 2010, y ahí fue en donde conoció de cerca el teatro musical.
“Mi vida dio un giro. La vida me hizo evolucionar artísticamente y empecé a definirme como una artista multidisciplinaria”, cuenta con orgullo.
Regresó a Costa Rica, y luego su situación migratoria la obligó a devolverse a El Salvador. Su formación no iba a detenerse y en El Salvador se encargó de dar clases y de actuar.
También compuso –y sigue componiendo– música para danza y teatro musical, y viajó a España para un concurso de canto.
La conexión con Costa Rica regresó en el 2013, y un año después, estaba casada, y lista para continuar en el medio.
“Te lo digo así: Costa Rica me dijo una sola vez ‘no’, para luego decirme mil veces ‘sí’”, comentó.
El año dorado
El 2017 fue uno de los años que le dio un sonoro “¡sí!”. Durante un par de años se había planeado la ópera La ruta de su evasión, una obra tica basada en el texto de Yolanda Oreamuno.
Guzmán obtuvo el papel de Teresa, una mujer afianzada a los valores de la Costa Rica de inicio de siglo y que representaba un pensamiento anacrónico del rol de la mujer en la sociedad.
“Leí la novela dos veces y luego una tercera más por encima, solo en las partes de Teresa”, comentó.
¿Era un personaje con el que se identificaba? “Definitivamente no, creo que es la mujer que no queremos ser”.
Ese año también participó en Alicia en el País de las Maravillas y Música de arma trocar, ambos en el Teatro Nacional y en Vestido de novia, en el Teatro Espressivo.
El cuarto papel que asumió en el 2017 fue el que le trajo el reto más grande. Interpretar a Velma Kelly en Chicago suponía estar en la mejor de las condiciones físicas para bailar y actuar y, además, cantar.
“Me sorprendió en realidad que me nominaran en teatro, porque creo que me veía más en la categoría de danza. Pero claro, el veredicto señala la interpretación y, definitivamente, ese trabajo tiene que ver con todas esas partes”, dijo Guzmán.
Para la segunda temporada de Chicago, en el 2018, debió recibir terapia para curarse unas lesiones y recientemente tuvo una laparoscopía en el hígado.
“El cuerpo pasa la factura y ahora me doy cuenta de que tengo dos años sin tener una sola semana de vacaciones, pero por eso, aún más, agradezco este reconocimiento”, señaló Guzmán.
Entre sus siguientes proyectos está continuar con el Broadway Cabaret Night, en donde interpreta piezas de teatro musical y espera estrenar –en noviembre– algunas propias.
Pronto regresará al Teatro Nacional para las obras El sitio de las abras (setiembre y octubre) y Alicia en el País de las Maravillas (diciembre).
A veces la balanza se inclina más hacia ser bailarina, a veces para el lado de cantante o a veces tiene que actuar haciendo todo esto. Para Guzmán lo importante es disfrutar su etapa como intérprete y cuidar sus instrumentos para trabajar.
“La magia que te da estar en escena con un elenco maravilloso, cantando y bailando, con una escenografía de lujo, los mejores vestuarios, con buenos músicos, es incomparable”, finalizó Guzmán.