La poesía no necesita nada más que la verdad para ser escrita. No hay rutas, fórmulas ni carreteras certeras.
Como periodista cultural Verónica Jiménez, por ejemplo, ha tenido la escritura siempre de su lado, pero el menú de palabras y hechizos que involucra un poema no estaba tan cerca de su ventana. O al menos eso creería.
Fue en el 2021, después de una compleja situación emocional, que Verónica decidió darse la oportunidad de probar nuevos estilos. Se matriculó en un taller de escritura creativa de Jeymer Gamboa y de repente se vio escribiendo “cositas”, como ella le empezó a decir a sus versos.
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Esas “cositas” que escribió no eran menores; cuando se dio cuenta, armó un poemario honesto, tan divertido como doloroso. Gamboa la convenció de que, lo anotado en el papel, era valioso y merecía ser publicado. Tal convicción la llevó a tocar puertas del sello Encino Ediciones que, fascinado por lo encontrado, no dudó en publicar Jale a Patear Hortensias, la primera obra literaria de Jiménez.
Su editor Juan Hernández asegura que este es un libro que puede gustarle hasta quienes no consumen poesía habitualmente. Ella, por su parte, dice asumir su faceta de escritora con humildad. “No sé si volveré a escribir un libro”, cuenta, pero, consciente de lo logrado, espera conectar con lectores que encuentran lo extraordinario en lo cotidiano, ya que en sus versos relata cómo el vallenato y el arroz cantonés, por ejemplo, pueden ser la mejor compañía en momentos turbulentos.
—Su libro se ha publicado con el mote de ser un poemario disruptivo, rompedor. ¿Qué tan consciente fue el ejercicio de escribirlo para que acabara siendo eso?
—Yo no me propuse que mi libro fuera “disruptivo” o “diferente”. No me propuse nada porque yo no sabía que estaba escribiendo un libro. Yo les decía a mis poemas “cosillas” porque genuinamente no sabía dónde meter lo que estaba haciendo. Sí, estaba usando un formato de poesía, pero mi familiaridad siempre ha sido con la prosa; entonces, no entendía bien qué coherencia conceptual había en lo que estaba haciendo. Tuve mucha ayuda externa para reconocer esa coherencia. Gente diciéndome: que sí, necia, aquí hay un libro. Un libro de poesía.
”Creo que por esa genuina confusión mis textos se sienten salidillos de cierta caja: yo no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo y no me preocupé, en ese entonces, por seguir reglas pre-establecidas.
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—Tengo entendido que el poemario salió a partir de un taller literario y que usted nunca se imagino que sus textos escalaran tanto. ¿Cómo se decidió a luchar por su publicación?
—La historia en resumen es así: trabajé casi una década como periodista cultural. Estudié periodismo porque pensaba que eso me acercaba al sueño de ser escritora. Fue al revés: cuando dejé de ser reportera y periodista dejé de escribir por completo. Me sentía fracasada, me peleé con la escritura y dejé de escribir por casi 5 años. Lo retomé en el 2021 con textos más cercanos al ensayo y llegué al taller de literatura del escritor Jeymer Gamboa con la idea de depurar esos ensayos. Él me preguntó que si yo escribía poesía y yo me le reí en la cara. Nunca había escrito un poema. Yo a veces siento este proceso como una broma que se me salió de las manos. Empecé a explorar con el formato de la poesía y llegaba cada dos semanas y le preguntaba a las compañeras de taller: hey, ¿esto es algo?
”Después de 6 meses, esas “cosillas” las ordenamos en un libro. Ya existía. Yo tengo muchos dones, pero la paciencia no es uno de ellos, así que una vez que acepté que lo que tenía en mis manos era un libro, busqué como llevarlo al mundo real porque la deformación profesional me tenía -tiene, aún- acostumbrada a que un texto no existe sin una audiencia que lo consuma”.
—El libro va sobre la cotidianidad, sobre lo cercano. ¿Ese interés siempre ha estado con usted desde el consumo de productos literarios? En otras palabras: lo que le gusta leer, ver u oír, ¿va en ese sentido?
Mi consumo cultural es muy cambiante y poco estable, y depende de la etapa de vida en la que esté. He tenido momentos de un consumo muy denso, filosófico y académico, y he tenido momentos en que lo único que quiero es consumir productos más cercanos a la cotidianidad, más pop, por llamarlo de alguna forma. Creo que lo que más me gusta es encontrar que todo contenido cultural dice algo que ya alguien más dijo. Encontrar que Gilmore Girls explora el mismo tema que un poeta escocés clásico. Encontrar que Bad Bunny está hablando de lo mismo que yo escuchaba en mis himnos emo-punk de la adolescencia. Encontrar que lo que yo quiero decir, ya alguien lo dijo, y lo dijo mejor.
”Ese alguien puede ser un cantante de reggaetón o un poeta de la Escuela de Nueva York. Yo solo me agarro de esas conexiones y monto mi propio collage. Shakira habló de la melancolía como yo nunca lo voy a poder hacer, así que mejor me asocio con ella y creamos algo juntas”.
—El libro también viene con el lema de que es bueno leerlo, te guste o no te guste, la poesía. En su caso, ¿cuánto le gusta la poesía y qué tipo le gusta?
—La poesía me asusta y me asusta desde que era adolescente. He leído mucho desde que tengo 4 años, pero la poesía siempre me ha alejado. En parte por las estructuras rígidas que a uno le enseñan en la educación formal, y en parte por las dinámicas patriarcales que yo veía que existían en gran parte del gremio literario cuando trabajaba como periodista. Sentía que no había forma de que yo comprendiera la poesía, o pudiera ser parte de ella, así que nunca lo intenté. Han habido excepciones claro; como la poesía de Luis Chaves, que siempre me ha volado la cabeza, o el trabajo que hace Alejandro Zambra.
”Cuando empecé a experimentar con la poesía como formato, empecé a leer más poesía. Recomendaciones de amigos y amigas que me hicieron ver que no tenía que tenerle tanto miedo. Igual creo que estuvo bueno escribir sin tener tantas referencias específicas, ya que no intenté imitar a nadie y eso hace que los textos sean más genuinos. Pero bueno, en ese proceso estoy, sanando esa relación”.
—¿Qué siente que hace a un escritor? ¿Qué le parece que hace a un texto valioso?
—Yo no sé qué hace a un escritor o escritora, pero sí sé que hace a un lector. Creo que un lector o lectora tiene la capacidad de encontrarse a sí mismo en textos, sea cual sea el género, sea cual sea el contexto. Siempre hay un libro para cada persona, soy muy romántica y cursi en esa creencia. Yo soy más lectora que escritora. Más fan que creadora. Siempre lo veo desde ese lugar: ¿cuál relación van a tener los posibles lectores con lo que estoy haciendo? Espero, de corazón, una risilla. Que la pasen bombi. Que vayan a buscar las referencias y los easter eggs. Creo que un texto es valioso cuando encuentra gente que lo lee y siente algo. Lo que sea, pero algo.
—¿Cuáles influencias tuvo durante el período de escritura?
—Los textos de este libro los escribí en más o menos 6 meses, en el 2022. Es una fotito del collage que había en mi cabeza en esos 6 meses. Lo que estaba escuchando, leyendo y, sobre todo, las cosas que me estaban enojando. Te doy un ejemplo. En enero del 2022 hice un viaje por carretera por pueblitos de Antioquia, Colombia; y en cada pueblito escuché muchos vallenatos. Yo jamás he sido fan del vallenato, pero en ese viaje me di cuenta que los vallenatos son unas canciones todas tristitas y felices a la vez, y las amé. Me hice fan.
”Así que escribí un par de poemas que toman prestado del vallenato colombiano y de ese espíritu melancólico y triste. Así la música, desde el reggaeton hasta el pop; y la literatura, desde la poesía hasta las crónicas musicales alimentaron estos textos. Si lo escribiera hoy sería diferente, porque ya cambié mis obsesiones y mis enojos.
—En estas primeras semanas del nacimiento del libro, ¿qué mensajes le han llegado? ¿Cómo siente que sus letras han conectado con los lectores?
—El libro lleva poquitos días a la venta oficialmente, pero lo que más me han dicho es que se identificaron con algún sentimiento de alguno de los textos. Sea con el enojo, o con la ansiedad o con la melancolía. Como que creo que mis textos están construidos con un sentimiento que exploro a través de alguna referencia externa: una comida, una serie de televisión, una canción, un meme. Pongo a la gente triste, enojada o melancólica, pero la pasan bien porque las referencias son tuanis; o eso espero.