Joan Cornellà persigue al anonimato y el anonimato huye de él. Cornellà dice que se ve lejos de la definición de artista y que intentó salirse de las bellas artes cuando tuvo la oportunidad gracias a las historietas. Joan confiesa que no tendría el estómago para ver sus viñetas en la realidad. Cornellà dice que tiene poca experiencia con las entrevistas, que a la hora de leerlas en el periódico se arrepiente de alguno de sus comentarios.
Cornellà tampoco es bueno para las fotos; desde pequeño hace muecas y gestos graciosos para ocultar al verdadero Cornellà, un sujeto tímido, sobrio, de voz serena. Dice que muchos se sorprenden cuando lo conocen en persona pues esperaban a un loco. Cornellà es un introvertido que vuela trazos extravertidos. Cornellà no es Cornellà.
Igualmente hablamos con él.
–Ofender o provocar risa: ¿qué va primero para usted?
–Provocar risa, totalmente. Ofender no me parece una prioridad. El humor es un acto violento en sí mismo, que puede ser ofensivo, pero todo depende de nuestras convenciones. A mí no me ofenden mis historietas y no pretendo que ofendan a nadie. Trato temas que pueden ser carne de polémica; entonces, pues, me la juego.
–¿Qué ofende a Joan Cornellà?
–La gente que pone comentarios donde me llaman ‘psycho’.
–¿Por qué lo incomoda?
–No me parece feo, excepto cuando se repite como un mantra. Es una lectura muy fácil y estúpida. Entiendo que cualquiera, al ver esas historietas, lo primero que diga sea eso, pero se convierte en la superficie, donde me han clasificado.
–¿La controversia es la mejor arma de la comedia?
–La controversia le añade visibilidad a la comedia. Si tratas temas duros o feos, es más fácil atraer la atención del público.
–¿Cuál es el valor que diferencia al humor negro?
–Puedes tratar temas feos, horribles, sin que sea un problema. Con el humor es más fácil hablar de temas incómodos, y al final puede exorcizarte esos males.
–¿Tiene usted algún límite en los temas que trata?
–Ni lo he pensado, la verdad. Seguro debe haberlos, pero no creo que debería haber límites en el humor; eso es lo que hace que nos riamos. Cuando descubra mis límites, intentaré romperlos.
–¿Qué debe procurar un comediante para que la crítica de los demás no lleve a la autocensura?
–Es muy difícil escapar a eso. La crítica de los demás es fundamental, aunque no queramos. La autocensura viene más por intereses comerciales o de la publicidad. Me costaría meterme con una marca comercial; esta es la verdadera fuerza de la autocensura.
–¿Depende la fuerza de su trabajo de la viralidad de Internet?
–Absolutamente. Mi trabajo ha sido visible porque funcionan las redes sociales, sobre todo Facebook. Hace dos años, antes de hacer estas historietas, me conocía poca gente en España. En dos meses hubo una especie de virus con las viñetas en las redes, y esto se ha expandido a lo bestia.
– The New Yorker se pregunta si las redes sociales podrían estar matando a la comedia pues los artistas de esta área están bajo un escrutinio permanente. ¿Cómo contestaría esa pregunta?
–Hay mucha más crítica. En su totalidad, las redes sociales no están matando a la comedia, sino gente que usa estas redes erróneamente, con cero sentido del humor.
–Karina Salguero Moya, presidente de la Junta Administrativa del MADC, lo define a usted como “el autorretrato de alguien más”. ¿Es cierto?
–Imagino que se refiere a cómo juego con otras identidades. Como no me gusta mostrarme públicamente, por un tiempo dije que Joan Cornellà era un seudónimo. Yo cambio mucho de opinión. No estar conforme con la imagen que se proyecta públicamente: mi caso es así.
–¿Por qué eligió el arte en viñetas para hacer comedia negra?
–Para mí es la forma más fácil para llegar a esos temas, para explicarlos. Me cuesta mucho decir que hago arte. Estudié bellas artes, intenté meterme en el mundo del arte, pero acabé un poco fastidiado. Cuando egresé de la facultad, hice historietas para salir de ese mundo. Ahora me meten sin que yo lo haya querido.
– Si, en diez mil años, un arqueólogo encontrase una de sus obras en unas ruinas, ¿cómo definiría nuestra época?
–La definiría como una época igual de enferma que las anteriores, y como ese futuro. Lo humano siempre desprende un poco de hedor; lo que hablo en mis historietas continuará su existencia, como siempre ha sido.
–Sus personajes sonríen sin importar la circunstancia, como un presentador de televisión o una reina de belleza. ¿Es esto una virtud o un error de ellos?
–Me parece algo totalmente horrible. Esa sonrisa perpetua me parece graciosa porque es absurda. La cultura popular americana [estadounidense] tiene mucho que ver con eso: vender la felicidad. Esto es lo que pienso cuando la veo.
–¿Por qué la violencia despierta la risa?
–La risa no funciona con algo bonito. La risa funciona siempre con el mal; nos reímos cuando le pasa algo feo a uno o a los demás, con empatía o sin ella.
–Usted ha dicho que el amor y la muerte son dos grandes temas. ¿Eligió usted el equipo de la muerte?
–Hablo esencialmente de la muerte, pero en cada historieta hay amor de alguna forma, que ha pasado por el filtro de la muerte. Hay más sexo que amor, pero eso viene dentro del “pack”.
–¿Cuál es el vicio más cínico?
–Saber que el romanticismo es una tontería.
–¿Es su obra más cínica que usted?
–Me gusta pensar que sí. El cinismo me da risa; he de ser un poco cínico para que sea así.
–Hay una brecha entre el Joan Cornellà común y el Joan Cornellà que dibuja…
–Hay un salto, sí, aunque no sé cuán grande. Hacer ese salto no me toma un esfuerzo, no es un sacrificio. Me he dado cuenta de que no hay tanto de mí en las historietas. No es tan personal como la gente puede pensar de entrada.
–¿Es como meterse dentro de un personaje?
–Va por ahí. Me gusta porque escapas de los recursos fáciles que la comedia emplea para lo políticamente incorrecto. Es un instrumento para desplegar una historia. Claro, he visto algunas de mis historietas y digo: “¡Pero qué coños he hecho! No debí hacer esto porque es horrible en sí”.
–¿Aspira a la posteridad con su obra?
–¡Para nada! Tengo éxito dentro de las redes sociales; la velocidad de los acontecimientos hace imposible que alguien “quede” allí. Todo es más rápido, de usar y tirar. A mí es que me encanta el anonimato.