“¡Pucha! ¡Cómo han aguantado esas matillas! Echale un poquito de agua para que duren más”, pide el artista a la directora del museo y señala unas flores rodeadas de una empalizada circular: todo es como un mínimo jardín colgante que ha saltado desde Babilonia hasta el segundo piso del MADC. Lo que no permite la geografía, nos lo concede el arte.
Joaquín R. del Paso está frente a una de sus múltiples, desconcertantes obras, que han cubierto el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) como un sunami de pinturas, instalaciones, esculturas, videos, grabados, collages y objetos. De pared a pared, de sala a sala, el arte se agita por el huracán Del Paso.
Aquellas flores del centro son naturales; las que contiene la empalizada, falsas. “Cuando pasen los días, las flores se marchitarán, mientras las falsas seguirán iguales”, anuncia Joaquín.
“La idea es que nuestros bosques permanecen encerrados en parques naturales; no se conectan, pero sí están rodeados de áreas taladas, cultivos de piñas, ciudades, carreteras y lo que querás. Ahora resulta que la ciudad, lo artificial, es nuestra nueva naturaleza”, opina el artista.
La muestra expone 68 obras, muchas integradas de partes independientes, de manera que todo pasa del centenar.
El creador culmina así un buen año pues en abril recibió el Premio Aquileo J. Echeverría en Artes Plásticas. La muestra es la más amplia que Joaquín R. (né Rodríguez) del Paso ha brindado en 25 años de carrera. Del Paso comenzó profesionalmente en 1991 con una exhibición ofrecida en la galería de Jacobo Karpio.
Supertodo. La actual superexposición -de dos mil metros cuadrados- se llama Supermoderno. El creador explica: “La supermodernidad se caracteriza por una globalización que redefine conceptos: del lugar al no lugar, de lo real a lo hiperreal, y de lo tangible a lo virtual. El individuo se entrega al hedonismo, y las estructuras se resquebrajan: se pierden la solidaridad y el humanismo”.
Del Paso añade que, por ironía, la exposición se presenta, sin serlo, como “el colmo de lo moderno”. Muy campante, el artista va dentro de una camiseta que él diseñó y se titula Super Moderno.
Como decimos los cursis, Del Paso es una “hoja de ruta”, pero del arte contemporáneo de Costa Rica. Aquí vamos abrumados por todas las técnicas y los medios que Joaquín ha practicado: pintura, óleo, acrílico, esmalte, dibujo, video, instalación y escultura.
Seguir la cambiante aventura joaquiniana es, pues, seguir el rastro de las ideas y las vueltas del arte nacional, señalándolas con el dedo de la memoria. Del Paso se renueva, huye de las “zonas de confort” (los condominios de los quietos). Joaquín va del éxito al exit : al escape. Está ya en el día de mañana cuando otros artistas aún no se levantaron ayer.
Todo comenzó en 1984, cuando Del Paso compuso las primeras obras que se exhiben: Variaciones sobre un tema (collage, pastel y acuarela): seis cartulinas que retratan palmeras y a un político ante la frontera con Nicaragua.
“La incluí porque Virginia Pérez-Ratton dijo que esa obra es el parteaguas de la modernidad al arte contemporáneo en Costa Rica. La hice con fotocopias, témpera, pastel. Es una crítica a la neutralidad de Costa Rica, cuyo gobierno permitió la instalación de bases de la contrarrevolución de Nicaragua”, recuerda el artista.
Alumno magistral. “Yo estudié cerámica en la Universidad de Costa Rica y diseño industrial en el Pratt Institute [Nueva York], no pintura; pero me hice pintor gracias a las enseñanzas de mis amigos”. Intimidantes pinturas confirman cuán buen alumno es este maestro.
Casi todas sus obras incluyen un porqué –“mensaje” se decía milenios atrás–. Del Paso es como un mago que, al conversar, revela el otro lado del truco, de la obra.
“Sí: soy un artista de ideas. El arte es comunicación, y para lograrla me valgo de las técnicas y los medios que creo adecuados a una idea”, añade el expositor.
Del Paso crea extensamente y piensa intensamente, y puede detallarnos cómo pinta con cera de abeja y brincarse ideas para explicarnos luego los últimos debates sobre estética que bullen en el mundo. Este artista es un intelectual que se pinta solo.
Unas cajas de pizza decoradas por él se conectan con la brutalidad del narcotráfico y con las caras maleantes de unos capos.
Un mapa vive en una pared: es la proyección Gall-Peters, la más verosímil pues asigna la superficie que realmente ocupan los continentes. Del Paso lo trazó invertido para dar una oportunidad al Sur de que sea el Norte.
“Me interesa la idea del territorio”, precisa Joaquín; y el territorio y la identidad se suman en cuadros como América: Los primeros turistas (circa 1492) (1995), que retrata el arribo de una carabela, y The pure life (2007) , un grupo de sexiturística alegría.
Aquí, todo es lo que no es: serruchos de vidrio, martillos delicados, escaleras de estereofón, saltamontes de papel, videos de países cruzados, mapas fieles a ninguna parte, acrílicos al óleo, futbolines de geografía imposible, huesos vaporosos, abstracciones figurativas, globos-cabezas de dictadores, perros con nombres egregios de pintores, dólares falsificados en público por 500 personas, típicos turistas que manosean un typical país, caras derretidas como helados, selvas de colores como plantas (o quizá viceversa)... Joaquín R. del Paso es un artista de primera que esconde segundas intenciones.
Héroes fieros. Las pinturas más recientes son abstracciones –nos dice– en las que algo así como pétalos dan volatines sobre un jardín incierto. “He explorado poco la abstracción. Aquí prescindo de personajes; los elementos sugieren lo natural, pero también una fragmentación y quizá una violencia”, añade el pintor.
Una pintura trae flores, bulbos y hojas de memoria precámbrica. “¿Se enfrentan a un huracán?”, se le pregunta. “Tal vez”, responde. El cuadro se titula Jardín postraumático (1998), y Joaquín explica: “Aún me ronda el trauma de mi enfermedad”: un cáncer de garganta que superó debido a un agotador tratamiento médico.
“Deseo saber qué significa ser un artista en esta parte del mundo. ¿Cuál es nuestro peso en el arte?: ninguno. A la inversa, nuestros héroes son los del arte occidental. Yo quise representarlos como perros guardianes de huesos falsos: el arte de Occidente”, refiere Del Paso. Él alude a fotografías de perros que llevan nombres de pila de creadores famosos, como Andrew (Warhol) y Pablo (Picasso), ante un cúmulo de huesos de imitación.
“También me interesa representar la economía: por qué somos un país dependiente, y cómo surge nuestra obsesión por el dólar”, afirma Del Paso. Una pared sostiene un gigantesco billete de un dólar dibujado, y, en una urna, posan dibujos de esa moneda creados por gente en un parque.
Tarea cumplida. Se exponen cuatro videos dirigidos por el artista, y uno con montajes de publicidad de televisión que explotan el anzuelo de exhibir una mujer. ¿Se siente cómodo haciéndolos?
–Sí. Soy un cineasta frustrado. Me encanta el cine; sin embargo, comprendí que implica el trabajo de muchas personas y demanda mucho dinero. En cambio, el videoarte está más a mi alcance.
María José Chavarría, curadora jefe del MADC, afirma: “De manera constante, en la obra de Joaquín del Paso hay cuestionamientos sobre la construcción de los mecanismos de representación asociados a imaginarios sobre la geografía, la relación cultura-naturaleza, la tropicalidad, la enajenación, los mecanismos de poder y la imposición de sistemas comerciales”.
La directora del MADC, Fiorella Resenterra, indica: “Joaquín era una tarea pendiente del museo. Pese a su gran trayectoria, él nunca había ofrecido una exposición tan amplia. Del Paso es un creador múltiple, pero también un intelectual, un crítico del mundo y de su propio trabajo”.
Joaquín vuelve a adelantarse al tiempo: “En el 2015 publicaré un libro grande que contenga fotografías de estas obras y de otras más”. Si Santa Claus atendiese solamente lista de proyectos de Joaquín R. del Paso, a todos los demás nos dejaría sin regalos.
La exposición se ofrece en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo hasta febrero del 2015. Tel. 2222-3489.