Cultura

José Miguel Páez, maestro del bodegón

En la Galería Limoncello. El notable artista ofrece siete obras que siguen una noble tradición

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Zapotes , sobre fondo azul cobalto, óleo de José Miguel Páez (Luis Navarro)

El bodegón es la mesa que le faltaba a nuestro comedor. Es modesto; no pide mucho: de tres dimensiones, solo se queda con dos, y, en su único plano, acoge objetos también sencillos: manzanas, flores, cosas; y, sin embargo, los maestros transforman tanta sencillez en arte.

José Miguel Páez Zamora es uno de esos maestros. Triunfador ya de la dificultad del retrato, el artista nos ofrece ahora siete bodegones al óleo, en mediano y pequeño formatos, en el Restaurante Limoncello.

“Los cuadros de José Miguel integran una exposición más amplia: Maestros del silencio , llamada así porque es de creadores que trabajan concentrados en su arte más que en las exhibiciones”, dice el curador Carlos Francisco Echeverría.

El local alberga cuadros de Páez, José David Carpio, Rolando Faba, Gerardo González, Gonzalo Morales, Carlos Salazar Ramírez, Nela Salgado y Jorge Tamayo.

“No son obras hechas por encargo: las pinto para mí porque el bodegón es uno de los temas que más me gustan”, explica Páez. Tampoco son composiciones imaginarias, sino “retratos” de objetos que el artista reúne en su casa-taller.

El bodegón es una exhibición de virtuosismo: es la alquimia que convierte poco en mucho.

Los bodegones nos lanzan la tentación de servirnos –con una tercera mano imaginaria: con la que nunca escribiremos los libros que nos faltan– un pan recién horneado al color de la pintura, tres naranjas en conjunción de estrellas, algo de sal con más salero que el flamenco, una manzana recogida por un Newton jardinero, la luz de una tarde para siempre, una aceitera de oro líquido, un jarrón poeta que cultiva los juegos florales, unas rosas que ni con los años han aprendido que son efímeras, y una silla que sabe esperar (por algo es silla).

Mesas servidas. Un José Miguel Páez bellamente impresionista se confiesa en cuadros como Jarrón verde , Jarrón azul , Nísperos y naranjas y en una pintura de pequeño formato, sin título, que ofrece cinco limones sobre un fondo morado.

Cinco limones sobre fondo púrpura, óleo de José Miguel Páez. (Luis Navarro)

Los fondos reciben a los objetos obsequiándoles contrastes. Estos fondos son las telas sobre las que el artista posó los objetos.

El artista Esteban Piedra ha escrito que Páez “recurre a la utilización de espacios neutros muchas veces resueltos sobre escalas complejas de grises, sobre los cuales emergen las formas, estructuradas bajo una superposición de pinceladas que acentúan el movimiento”.

El fondo-tela azul cobalto de un bodegón resalta los tonos tierra de unos zapotes. En otro cuadro, el fondo insinúa un color que el artista llama “perro corriendo” (indefinido): un marrón que se avergüenza de su humildad.

En casi todos los cuadros, el pincel y la espátula dejan oscilando los objetos, y esta vibración insinúa relieves: ansiedad de las cosas por volver a la realidad que las engendró.

La superposición de aplicaciones del pincel o de la espátula crea relieves verdaderos, como en el pequeño cuadro de limones. “Hay una veintena de tonos amarillos”, calcula Echeverría.

“Yo hago mis colores para lograr profundidad. El retrato y el bodegón plantean los mismos retos al artista. El bodegón es un retrato de las cosas”, confía José Miguel.

En casi todos los cuadros, la luz visita los objetos tenuemente. De un modo singular, en Jarrón sevillano, la luz cae desde abajo.

Un cuadro pequeño eterniza una aceitera catalana de vidrio con tomate y ajos, y el conjunto captura la luz solo en dos lugares. “No es el blanco de la tela; no me gusta porque es deslumbrante”, expresa José Miguel. “Empiezo con los tonos obscuros y voy dejando los brillos para el final”, prosigue.

Longeva compañía. José Miguel Páez recuerda que ya se hacían bodegones en la Grecia antigua, pero que era considerado un género menor. En el siglo XVII, en España, se pintaron estupendos bodegones, como los de Velázquez y Zurbarán.

En Holanda también se hicieron bodegones notables. Los ingleses añadieron elementos de caza, como aves y conejos, pero los animales no aparecen en los bodegones costarricenses. Las vanguardias del siglo XX no desdeñaron el bodegón, pero le trazaron nuevas formas irreales.

Jarrón azul , óleo de José Miguel Páez. (Luis Navarro)

Carlos Francisco precisa que el bodegón (o “naturaleza muerta”) no ha sido un motivo muy frecuentado en Costa Rica. “Hay algunos de Tomás Povedano, y es lo que mejor hacía. Enrique Echandi también pintó bodegones, en especial floreros. Francisco Zúñiga ejecutó magníficos bodegones al óleo antes de viajar a México, cuando solo tenía 22 años. En uno aparece una olla con chayotes, lo que nos indica que el bodegón se interesa por su realidad”, explica el crítico y prosigue:

–La Generación Nacionalista nos legó cocinas de leña e interiores de casas de adobe, pero no bodegones. Dinorah Bolandi sí dibujó y pintó bodegones, y Gonzalo Morales, hijo, también los hace.

En familia. ¿Cuál es la exigencia del sencillo bodegón? “Mucha. En las escuelas de arte se empieza dibujando bodegones pues ayudan a afinar el dibujo”, responde Páez. “Pinto un bodegón en dos o tres sesiones: la paciencia no me da para mucho”, añade.

“Me interesa la vida interior de los objetos. Capto lo permanente y lo efímero, como las flores”, afirma Páez, quien ya ha probado su dominio de la pintura figurativa y es maestro de asombrosos y jovencísimos artistas.

“El bodegón es un arte íntimo; es placentero, hedonista, pues no persigue predicar nada: solo quiere su contemplación”, interviene Echeverría.

Los bodegones no nos ponen, a la vista, dioses inimaginables ni paisajes de Northumbria (ignoramos cómo son). En cambio, el bodegón nos trae objetos conocidos: todos hemos visto una manzana, y el arte está en sorprendernos con una manzana como si nunca hubiésemos visto una.

El bodegón tal vez invite a la filosofía estoica, aquella que insiste en la fugacidad de la vida, y que nos propone ser felices con la sencillez de unos panes y unas flores. El bodegón no es un arte señorial: es un hermano, y el gran artista José Miguel Páez nos presenta aquí a su familia.

Las pinturas de Maestros del silencio pueden apreciarse en el Restaurante Limoncello (50 metros detrás del Cine Magaly, San José). Horario: de lunes a viernes de 12 m. a 3 p. m., y de 6 p. m. a 10 p. m.; sábados, de 12 m. a 10 p. m.; domingos, cerrado. Tel. 2257-6616.

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