Juan Carlos Herrera era aún más joven y se enemistaba con quien es hoy una de sus mejores amigas. “Pasé mis años de estudiante peleándome con la acuarela”, confiesa el artista; pero ya se han amigado y hasta se aman en público con el exhibicionismo de una exposición: Acuarelas , 18 obras ejecutadas en el 2012 y en este año.
Con 26 años, este maestro de la pintura ha abierto una exhibición en la Galería Siegfried Schosinsky, del Banco de Costa Rica. Esta vez, el artista juega con otra técnica, y le gana. En una muestra del 2010, él había probado su dominio sobre el retrato, pero al óleo, y, en marzo último, su imperio sobre la ciudad con la exhibición Paisajes.
¿Qué hay en común en tanta diversidad? “Quiero indagar en la vida cotidiana: lo hice con paisajes y hoy con retratos. En el próximo año ofreceré exposiciones de dibujos y bodegones”, anuncia Herrera.
Juan Carlos menciona una idea luminosa del español Antonio López García (tan luminosa como los cuadros del genial Antonio López): “Se come tres veces al día”; esto es, lo cotidiano es material y puede convertirse en arte. Herrera también menciona al norteamericano John Singer Sargent (1854-1925), maestro del retrato a la acuarela, pleno Sol que atrae a Juan Carlos Herrera.
Aquí, todos los retratados existen (ahora, además, en las acuarelas): amigos del pintor que no son modelos. Hay en ellos tal aire de naturalidad, de confianza, que parece que sus rostros no conforman una exposición, sino que han llegado de visita todos juntos.
Entre amigos. El primero en presentarse es Rodolfo, un colega pintor que nos mira a nosotros más que nosotros a él pues sus ojos viven tras dos lentes como escudos, espejos de colores. “¿Querés salir con esos lentes?”, le preguntó Juan Carlos, y Rodolfo contestó: “Claro, mae: son los lentes de la expedición a Marte”.
La naturalidad habita los retratos. “Los modelos me propusieron el lugar en el que deseaban aparecer. Con Jenny me encontré en la U, y ella eligió sentarse en una hamaca: así la retraté”, explica Herrera.
El minimalismo absoluto del color blanco rodea a los personajes como una nube de papel. Claro está, también hay brochazos que, si los aislásemos, se transformarían en pinturas abstractas: “Como las de Fabio Herrera”, acota el artista.
Cerca aparece Rubén Jerez, director de la Cátedra de Historia del Arte de la UCR. Su mirada es preguntona; él desea saber qué hacemos por aquí, si nos gusta el arte de la pintura. “Apenas vio el retrato, Rubén le tomó fotos y lo mandó pal Facebook”, relata el pintor.
“Esta es la exposición en la que yo he trabajado más, pero he seguido el mismo proceso que aplico a mis cuadros al óleo”, expresa Juan Carlos. Él define la escena; luego le toma fotografías, las procesa en una computadora y escoge una foto que lo guiará al pintar.
“No uso una paleta ni ‘hueveras’ –eso es una tigra–, sino un plato de cerámica pues así puedo diluir los colores y mezclarlos sin que se ensucien entre sí”, explica Herrera.
Una –entre muchas– obsesiones del artista es acertar con el color, y ello se nota en el realismo que nos mira con los ojos verdes de Mauren, y se ve en la obscuridad vaporosa del cabello de Penélope.
Levedad, profundidad. Juan Carlos usa un papel muy grueso y de alto gramaje puesto horizontalmente. Aplica los pinceles por capas a fin de lograr los tonos esperados, pero el papel puede humedecerse mucho y pandearse; entonces, Juan Carlos deja descansar esa acuarela y se dedica a otra pues el arte es una función que debe seguir.
Los “alrededores” del personaje piden tres o cuatro capas de acuarela, pero llegan a quince cuando el artista trabaja en los rostros. El profundo cabello de Penélope se hizo directamente con el tubo a fin de alcanzar la mayor intensidad.
Cerca, Mariana vive en un tríptico de escenas cotidianas: mirándose las manos, examinando un monedero... Los pies de Mariana se aquietan para salir en una acuarela en primer plano.
“Algunas acuarelas pequeñas son estudios; me servirán para realizar obras más grandes que pinte al óleo. Esta acuarela de Mariana podría ser luego un cuadro de dos metros”, adelanta Juan Carlos. Para él, el agua de la acuarela es un vaso comunicante con el óleo.
A la par, en otro cuadro, vuelve Sofía, modelo de un óleo del artista: La espera , ambientada en el restaurante-bar (o viceversa según la hora) Acapulco . Como en un tango, Sofía fumando espera: su gran certeza es la esperanza. “Sofía es la modelo. ¿Por qué? No tengo ni la más remota idea”, dice Herrera.
Los suaves colores del retrato de Sofía ahora se sublevan en el de Adriana, quien degusta una sopa de cocción urgente. Algo del impresionismo camina por aquí, y, sobre brochazos prestos, anchos, el color esfuma los detalles.
Esa técnica se repite con la señora Noemi, ante un pensativo café. Sobre un brazo, el río del pincel se ha llevado los pigmentos, y se forma algo así como un reflejo sobre un lago. Hay soltura, hay rapidez: el afán de acompañar al tiempo.
La promesa. A la par, Mariela porta un bolso y mira hacia un lado con tal realismo que volteamos para ver qué la intriga. “Es una de las acuarelas que más me gustan”, confiesa el artista. Los pliegues de la sutil ropa semejan una pequeña tormenta obsequiada por el mar.
Un díptico acoge a los esposos Thais Pardo (quien toca un violín) y Rodrigo Jiménez. “Ellos me han ayudado mucho, y yo quise agradecerles retratándolos”, manifiesta Juan Carlos.
Como en las demás obras, allí contrastan el realismo de las caras y el cromatismo abstracto. Al fin, todo se complementa y se armoniza. “Los colores lo amarran todo, lo condensan”, opina el pintor.
Doña Shirley es la madre de un amigo de Herrera, y este ofreció retratarla, y aquí está ella con su apacible felicidad, y la bendice la precisa rapidez de los colores.
El periplo del agua y los pinceles termina donde empezó: en Juan Carlos Herrera, quien se mira a sí mismo desde un autorretrato. Exhibir un autorretrato es como hablarse en público, aunque la gente pone las palabras.
Juan Carlos prosigue: “Soy fanático de la banda Oasis y de su cantante Liam Gallagher” (cuando el tiempo sobra, se llama William John Paul Liam Gallagher). “Quise darme un aire a él”, dice y sonríe Herrera, y añade: “Es una obra minimalista; es la que presenta más espacio en blanco y la que menos pintura tiene”, describe Herrera.
Juan Carlos Herrera aún es joven y, como antes, se equivoca: él no necesita parecerse a un artista para ser un gran artista. La promesa de la acuarela ya está aquí.
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Revelaciones de Juan Carlos
Juan Carlos Herrera nos presenta una colección de retratos en los que persigue superar el parecido físico y revelar el temperamento interno de los modelos. La muestra presenta una variedad de tratamientos técnicos que va desde la mancha gestual y muy expresiva, a la pincelada ordenada que raya en el fotorrealismo. Herrera busca comunicar lo espontáneo y pasajero.
Rubén Jerez.
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Lluvia de arte. Acuarelas se expone hasta el jueves 21 de noviembre en el primer piso del Banco de Costa Rica (‘negro’) situado en la avenida Central de San José. Horario: de 8:30 a. m. a 6 p. m. de lunes a viernes. Teléfono 2287-9000. Acceda a la página del artista.