Juan Rafael Mora Porras ha gozado de simpatizantes y detractores desde la década de 1850, pero su memoria comenzó una recuperación pública desde el siglo XIX. En efecto, en julio de 1873, varios diputados hicieron una propuesta al Congreso para que se le celebrasen honras fúnebres oficiales a “la memoria del ex-presidente de la República Juan Rafael Mora”.
Esa petición señaló la necesidad de trasladar los restos de Mora desde el lugar donde los tenían sus familiares, para recibirlos en la capital en un mausoleo que se edificaría en el panteón.
Renuencia oficial. Según el homenaje planeado por los diputados, había llegado el momento propicio para el recuerdo de Mora ya que, en sus palabras, “el tiempo ha despejado las nubes que oscurecían los méritos y servicios del Sr. Don Juan Rafael Mora”.
De esa forma, la propuesta señaló que en la historia personal de Mora “descuella muy alta, muy luciente la parte activa, la dirección personal y eficaz que tomara en pro de la nacionalidad de Costa Rica cuando el filibusterismo potente y amenazante se hallaba a nuestras puertas. Cuando, invadido insolente y atrevidamente nuestro querido y sagrado suelo por una partida de aventureros apoyada por su más que aventurero jefe, la rechazó a fuego y sangre, la hizo retroceder al territorio de la república de que alevosamente se había, aunque muy de paso, apoderado”.
La comisión del Congreso que revisó esa iniciativa se pronunció a favor, pero añadió otros personajes al recuerdo. Así, se propuso que se ampliasen los honores a José Joaquín Mora y al general José María Cañas, considerado por los diputados como el “guerrero de la independencia e integridad nacional” y “el genio que dio la victoria” a las tropas centroamericanas en la campaña de 1856-1857.
La intención del proyecto era construir un panteón nacional. Tal plan quedó impreso en el artículo 4.º del decreto n°. 20, del 17 de julio de 1876, que ordenó al Poder Ejecutivo “construir un mausoleo en el panteón General de esta Capital, para depositar en él los restos de los finados Carrillo, Mora [Juan y José Joaquín] y Cañas, con capacidad suficiente para recibir las de otros personajes Beneméritos, a quienes la República acuerde esta distinción”.
Sin embargo, esa iniciativa no se concretó y la figura de Mora no recibió ningún bronce durante el rescate de la Campaña Nacional que se hizo en la década de 1890. En cambio, se lo representó mediante un pariente que no tuvo voz en los actos públicos. Se honró así la memoria de Mora de forma muy marginal.
Centenario. En 1913, el diputado José María Peralta propuso al Congreso la erección de un busto de Mora en algún parque de la capital, pero, aunque el proyecto despertó muestras de apoyo, la Comisión de Gobernación alegó que esa iniciativa podía reservarse para cuando “se trate, no de la colocación de un simple busto, sino de la inauguración de un Monumento que corresponda a la preeminencia del inmortal don Juanito”.
De nuevo, es claro que había un interés por hablar públicamente de Mora Porras y de darle un espacio en el recuerdo del pasado nacional. Así ocurrió con ocasión de los cien años de su nacimiento.
El contexto desempeñó un papel importante al respecto ya que, ante el avance de los “marines” estadounidenses en Nicaragua (1912) y en el crepúsculo de un movimiento hispanista, Mora Porras fue recordado por algunos intelectuales como ejemplo de la oposición al poderío del coloso del norte.
En 1913, el director del periódico La República, Augusto C. Coello, identificó a Mora como el mayor héroe de la historia de Costa Rica y a la vez el “patriota defensor de Centro América”.
En 1914, la fiesta del centenario de Mora fue impulsada por la Junta Directiva del Ateneo de Costa Rica y a ella se agregaron algunos representantes del gobierno, como Cleto González Víquez, Manuel Castro Ramírez, Ángel María Bocanegra, Saturnino Medal y Daniel Gutiérrez.
Esos hombres formaron la “Junta Patriótica Centenario de Mora” que invitó a todas las municipalidades del país a participar en esta celebración el 15 de setiembre de 1914.
La fiesta en recuerdo de Mora se realizó en dos partes. Primeramente, ante una casa josefina se reunió una muchedumbre dirigida por el Cuerpo Diplomático y Consular, el ministro de la Guerra y su Estado Mayor, a quienes se les agregaron los expresidentes Bernardo Soto y Cleto González Víquez,
Alojados en la segunda planta de ese edificio se encontraba “la numerosa familia descendiente de don Juanito Mora”.
En una pared fue descubierta una lápida que decía: “Aquí nació el 8 de Febrero de 1814 el Benemérito de la Patria, General Juan Rafael Mora. La juventud de Costa Rica le consagra este homenaje. Febrero 8 de 1914”.
Luego, en marcha por la calle Segunda de la capital, una gran concurrencia se desplazó hasta el cementerio. Al final del desfile iba una carroza tripulada por veteranos de las campañas del 1856-1857. En el cementerio, los nietos de Mora dejaron caer la bandera que tapaba el bronce erigido en honor del héroe sobre su tumba.
Último combate. El recuerdo de Mora podía ser incómodo para la historia oficial pues murió fusilado por los dueños del poder político en 1860. El mejor ejemplo de este reclamo a la muerte de Mora Porras lo dio Claudio Castro Saborío en un artículo que tituló “Mi plegaria” y que publicó La Prensa Libre el 16 de septiembre de 1914:
“No porque ahora se cante el poema de tu vida y se lea nuestra epopeya nacional, dejaré nunca de llorar contigo el amargo exilio, el pesar doloroso de tu destierro, a que hubo de condenarte la más abominable de las traiciones...
”Pero estaba escrito que quien había dotado al país de héroes, de alas, de estrellas, y de audaces y bellos impulsos, había de sufrir también el martirio, para sellar con sangre, la más saliente y trascendental de las experiencias nacionales.
”Sí, egregio e indudable Mora: caíste como un Graco, cuando te proponías, con ánimo fuerte y resuelto, la empresa más salvadora de la economía patria, la defensa y protección más brillante de los legítimos derechos del pueblo […], y tu sangre que hoy lavan los costarricenses con religioso afecto, es vino de redención, es suntuosa púrpura de viriles rebeldías”.
De hecho, esa visión pública sobre el expresidente adquirió una representación monumental en 1929 cuando se inauguró en San José una estatua en su honor.
Tengo la impresión de que para la década de 1950 era tan fuerte ese discurso interpretativo sobre Mora, que el joven historiador Carlos Meléndez se interesó justamente por explorar su muerte desde una perspectiva histórico-crítica.
En la introducción de su libro sobre Montealegre, Meléndez señaló: “Mora no era en verdad la persona que muchos han cantado. En algunos de sus actos fue un verdadero patriota, en otros no es más que un simple hombre, no exento por consiguiente de defectos, pasiones, ambiciones y errores”.
Así se afirmó un encontronazo entre la visión que glorificó a Mora y la que lo evaluó críticamente. Esa quizás haya sido la última batalla que involucró a Mora, pero no se libró en el campo de Marte, sino en un espacio en el que se enfrentaron Mnemósine y Clío, y que se agudizó en el 2006 y el 2007.
El autor es director del posgrado de historia de la UCR e investigador del Centro de Investigaciones Históricas de América Central.