Julieta Dobles ha pasado toda su vida escribiendo poesía, pero sigue siendo una niña. Para la poetisa no pasan los años, sino los libros en los que va coleccionando el tiempo. Este lunes, el Premio Nacional de Cultura Magón reconoció la labor de toda la vida de esta autora de 70 años.
Dobles nació en 1943 y tan temprano como a los cuatro años descubrió la poesía en la enredadera del patio de su abuela. En su libro inédito Trampas al tiempo , un poema resume este encuentro: “ el asombro de la niña poeta ante el primer verano ”.
“Ninguno de los mejores poetas de su generación se ha acercado con tanto amor a nuestra naturaleza, a nuestra realidad visible, a nuestro paisaje ni a la verdad psicológica de nuestro país”, explica el jurado en el fallo del premio.
Para Dobles, este galardón es una oportunidad para que nuevos lectores encuentren las posibilidades de la poesía. “La poesía es catártica y ayuda al ser humano a explorarse a sí mismo, a verse reflejado en sus alegrías, sus dolores, sus miedos, con otras personas a través de la poesía”, aspira la autora.
Así ha intentado en libros como Reloj de siempre (1965), Los pasos terrestres (1976), el recorrido por la tierra de Costa Rica poema a poema (1997) y Hojas furtivas (2005).
Hallazgo. Tras probar sus versos en la escuela y el colegio, ingresó al Círculo de Poetas y empezó a aprender el arte de nuevo: sus primeros maestros fueron Jorge Debravo y Laureano Albán.
A Albán, Magón del 2006, la uniría más que los libros. “Empezó a aconsejarme, a ver lo que había escrito. Varios años después nos casamos, tuvimos cinco hijos y varios libros que entre ambos nos consultamos: toda una vida construida a partir de la poesía”, cuenta. Estuvieron casados de 1967 al 2001.
Viajaron por el mundo. Vivieron en España, Israel y en otros países, pero su tierra siempre fue Costa Rica. “Yo soy muy tica. Soy tica por los cuatro costados”, celebra orgullosamente.
¿Qué es ser tica? “Conmoverme con el paisaje, encantarme en la conversación con los demás ticos, pasar por un pueblo y bajarme a tomarme un aguadulce, comerme un tamalito; conocer el alma que está debajo de todos nosotros, que es el alma del campesino. Ya no somos campesinos, en la mayoría, pero me encanta penetrar en esa alma que está atrás y que dio origen al costarricense de hoy”, considera.
Su casa está en plena ciudad, pero está rodeada de minúsculos paisajes, como violetas, reinas de la noche y algunas enredaderas. Para percibir esa belleza del paisaje tico, tuvo que estar mucho tiempo fuera. “Cuando me bajé del avión, aquel febrero rebosaba de belleza. Los árboles empezaban a florecer... Venía de Israel, que es una tierra yerma. Aquel contraste, me dio por la cabeza y por el alma”, recuerda.
Una de sus características ha sido su lenguaje transparente y sencillo. “Aparentemente. ‘Buscar la sencillez pero tenerle cuidado’, decía un poeta español. Para lograr esa sencillez y pristinidad, hay que trabajar mucho”, asevera.
Ciertamente, dedica mucho tiempo a la poesía. Colabora con Rónald Bonilla y Lucía Alfaro en los talleres del Grupo Literario Poiesis. “Me he multiplicado, porque cuando uno se pensiona piensa que tiene todo el tiempo del mundo y empieza a comprometerse con causas que le interesan”, confiesa.
Lenguajes. Dobles considera “probable” que su experiencia en docenas de talleres literarios haya modificado un poco su expresión. “Leo mi poesía y escucho las sugerencias de cambios y correcciones que me hagan los estudiantes, porque yo no creo que nadie tenga la verdad absoluta”, explica. “El poeta tiene que estar todo el tiempo en esa dinámica de retroalimentación, dando y recibiendo”, añade.
“Uno no enseña a escribir poesía; lo que enseña es la forma. La gente tiene sus propias vivencias, que es lo que expresa, y uno no se puede meter en eso”, matiza.
Para Dobles, lo que puede enseñarse es la forma, las herramientas para pulir el lenguaje y labrar poemas que “penetren hasta el alma de los lectores”.
Sus metáforas pertenecen a los cinco sentidos y sus versos a la música, aunque sean libres. Tiene buen oído, dice, y lo ha afinado con varios instrumentos, de los cuales el más sonoro es la pluma.
¿Para qué dedica tanto esfuerzo a la poesía? Quizá la clave esté en apreciar cómo lo fugaz y lo pasajero reaparecen en sus líneas con frecuencia. “ Tempus fugit : el tiempo es fuga. Se va. Lo que hoy hacemos tal vez mañana ya no lo vamos a poder hacer; lo que hoy tenemos, mañana ya no lo vamos a tener. Tendremos otras cosas. Están los momentos hermosos de la vida y hay que atesorarlos de alguna manera”, explica y muestra sus poemas.
En marzo, Dobles cumplió 70 años: le resultó increíble. Le dedicó a su cumpleaños El poema de los setenta marzos . Así lo describe: “Trato de echar una mirada atrás, pero a la vez preguntarme por el futuro. ¿Cómo va a ser eso que estoy vieja? Si me siento tan joven... Pero el tiempo sigue. El tiempo es inestable e implacable. Hay que atesorar todo eso y guardarlo en algún lugar: lo guardo en el poema”.
Por ello, ama los álbumes fotográficos y, sobre todo, compartirlos con su familia. El fotógrafo y el poeta son colegas para Dobles, pues ambos cazan instantes. “Lo que he aprendido de la vida a través de la poesía es que la vida es un resplandor: es un instante entre dos momentos oscuros que uno no conoce, el nacimiento y la muerte”, dice.
Ese fogonazo suspendido entre sombras apenas alcanza para deleitarse en todo lo que el mundo ofrece. “Hay que aprovecharlo. Hay que disfrutarlo y disfrutarlo en compañía”, sonríe la poetisa. “Uno de los placeres de la vida es compartir con los otros”, concluye, generosa.
Julieta Dobles es una niña porque todo le sigue asombrando. Esos destellos de sorpresa son sus poemas, y los lectores, los que siguen las luces de ese íntimo camino.