En menos de una década, desde el estreno de su ópera prima en el 2008, el director y guionista guatemalteco Julio Hernández Cordón ha filmado siete películas que han obtenido 56 premios internacionales, un hito que lo coloca en el cineasta más consolidado de la región.
Gasolina (2008), que obtuvo por primera vez un premio para un centroamericano en un festival clase A –el de San Sebastián–, así como Las marimbas del infierno (2010), Hasta el sol tiene manchas (2012), Polvo (2012), Ojalá el sol me esconda (sin estrenar), Te prometo anarquía (2015) y, la más reciente, Atrás hay relámpagos , producida con las actrices nacionales Adriana Álvarez y Natalia Arias, terminada de rodar hace un mes en Costa Rica, apelan a una poética descarnada para reconstruir un mundo brutal sin concesiones.
Desde su primera película, las andanzas urbanas de un grupo de jóvenes que casi por accidente asesinan a un indígena le sirven a Hernández para escarbar en las contradicciones de la nación guatemalteca y de su generación, asfixiada en el limbo de la posguerra y la globalización.
Violencia sin respiro
Gasolina es una road-movie de la nada hacia la nada en que el único asidero es el automóvil, hábitat natural de los protagonistas y vía de escape de una realidad cuyas raíces se hunden en la ira.
Los personajes de Julio están tan imbuidos de violencia que, a veces, el único respiro que tienen es el asma, como le sucede al protagonista de Gasolina . Una sociedad que reproduce hasta el infinito sus instintos violentos para sobrevivir y que marca con sangre las formas que tienen las clases sociales para vincularse entre sí.
En Gasolina , armas, accidentes de carro, robos, golpes, juegos y gritos descargan su ira contra los demás hasta el estallido final de brutalidad que presagia otro ataque de asma, un síntoma, en términos psicoanalíticos, de la incapacidad del protagonista para reaccionar ante la crueldad de su vida.
Lo que caracteriza este tratamiento de la violencia es la indiferencia. Vacío, individualismo e indolencia no solo son propuestos en el relato, sino que la estética fílmica se basa también la ausencia de emociones.
Para crear esta atmósfera opresiva, Hernández construye su primera película con planos generales estáticos. La acción sucede dentro del plano, aunque la cámara no se mueve. La puesta en pantalla corta fragmentos de personas y de objetos. El sonido juega un papel fundamental al crear un ambiente típico de los barrios de clase media en que se perciben, como un ruido de fondo, el ladrido de los perros y las alarmas de los carros. No hay música salvo cuando los jóvenes ingresan a un comercio y el ambiente es invadido por un ritmo estruendoso y la ráfaga de metralla de los videojuegos.
Reconocimiento internacional
Es una imagen de un mundo desprovisto de luz y futuro que también se presenta en Las marimbas del infierno –una metáfora perfecta de Guatemala-. Si bien Te prometo anarquía , filmado en México, contó con un presupuesto holgado y se rodó en siete semanas, Las marimbas del infierno “se hizo en dos semanas, con equipo prestado y cinco amigos como crew . No había nada escrito y nada que perder. La hice para mí, en el sentido que quería disfrutar un rodaje, experimentar y aprender cómo producir con poco en un lugar como Guatemala”, según Hernández.
La película le valió un inesperado reconocimiento internacional al explorar el fracaso de tres seres marginales: un marimbero tradicional, don Alfonso, extorsionado por la mara, Blacko, el metalero, y Chiquilín, un exconvicto adicto a los solventes.
Como en todos sus filmes, con excepción de Atrás hay relámpagos , Las marimbas del infierno no incluye actores sino personajes reales. Las dos películas siguientes, Polvo y Hasta el sol tiene manchas , representan un ciclo más político y ponen en escena el odio entre opresores y oprimidos –ladinos blancos e indígenas-, la violencia cotidiana, las tensiones entre la mirada hegemónica y las versiones de una Guatemala heterogénea, las heridas sangrantes de la guerra y una cámara distante que rehúye el facilismo emotivo del cine comercial.
Hasta el sol tiene manchas hibrida ficción, documental, imágenes históricas, teatro, tomas de un making off del mismo filme, textos, dibujos en tiza, máscaras de cartón y animación en un experimento inclasificable.
Mayor madurez
Te prometo anarquía se aproxima a la madurez de Hernández como realizador y muestra ya elementos diferenciadores con respecto a su obra anterior.
Sin embargo, los personajes son, una vez más, reales y no actores, como Eduardo Martínez Peña –Johnny en el filme–, “uno de los grandes íconos mexicanos de la patineta urbana”.
La película lo rompe todo con habilidad: se interna en un submundo querido para Hernández, en los no lugares de la urbe contemporánea, y cuenta la historia de una pareja de adolescentes, con una relación homosexual, que venden su sangre para sobrevivir económicamente mientras recorren México en patineta.
El filme aborda todos los riesgos y desnuda las contradicciones sociales, culturales, sexuales, artísticas y cinematográficas en una obra contundente que conjuga la visión de Hernández de un submundo delirante y no por ello menos ingenuo, entrañable y poético.
Sin embargo, más allá de la sorprendente incursión en la cultura skater , de la visión inédita de México como laberinto y de la violencia del narcotráfico, Te prometo anarquía es una historia de amor. En el relato prevalecen las emociones de los protagonistas y su mundo interior, mucho más profundo y complejo que el de Gasolina , es el objetivo primordial del realizador, que no cede un ápice en su ambición por llevar a escena la realidad tal y como la imagina.
La cámara convierte a la ciudad de México en una pista de patinaje y en una forma de mirar, lo que le permite al espectador asomarse a la historia desde una patineta, en una perspectiva volátil e inestable –como el relato, los personajes y sus contradicciones- de la existencia humana. De nuevo, la mirada del realizador no juzga a los protagonistas ni manipula los sentimientos del espectador.
La cultura skater de Te prometo anarquía se convierta en la de los bicicleteros josefinos de Atrás hay relámpagos . Es esa compenetración y conocimiento del mundo que quiere contar –su propio mundo– lo que le da a Hernández su legitimidad como realizador y la posibilidad de dirigir a sus “personajes reales” de ficción como si fueran actores, sin que pierdan su verdad y belleza en medio de la miseria contemporánea.