Desde una oficina pendiente de orden, rodeado siempre de libros y de fotografías de su familia, Julio Rodríguez sigue al frente de En vela . Luego de 20 años, su columna en La Nación sigue imprimiéndose en Llorente de Tibás, pero ve la luz en su casa, en La Ribera de Belén, en Heredia.
Julio Rodríguez Bolaños se retiró hace pocas semanas de la coordinación de las páginas de Opinión del diario que ha sido su casa profesional desde 1985. En el diálogo se justificó que estuviera su familia pues ella disfruta ahora más la presencia física de don Julio. Sus familiares ayudaron a dibujar al hombre que definió una etapa del periodismo de opinión de nuestro país.
¿Cómo definir al columnista, editorialista y periodista que fue y que es? Magistral pluma, vigoroso pensamiento, sensatez, sabiduría, disciplina…: es la definición que puedo dar desde la dirección de La Nación luego de 23 años de conocerlo y tres de haber estado muy cerca de él.
A su vez, Armando González, editor general de Grupo Nación, expresa: “Frente a Julio Rodríguez, la indiferencia es imposible. Esa ha sido durante décadas la profesión de nuestro magistral columnista: obligar a pensar en una dirección u otra para infligir, con cada columna, una derrota a la apatía.
“Escribe con la certeza de concitar el desacuerdo de una parte de sus lectores, no importan el tema o la posición asumida. Anticipar el rechazo y salir a su encuentro es un ejercicio de humildad y valentía. Es también un homenaje a verdades necesitadas de quien las diga.
“Como todos, prefiere el acuerdo, pero, como pocos, se empeña en decir cuanto piensa, sin importarle si lo dicho cala en unos cuantos o tiene la suerte de caer en los más felices predios de la mayoría. Más allá de la prosa depurada, la claridad del pensamiento y el fino manejo de la ironía, la virtud del trabajo periodístico de don Julio es la persistente voluntad de tomar posición, de definirse, sin medir las consecuencias. Por esto es con frecuencia centro del debate. Saber estar ahí, eso siempre habrá que agradecérselo”, continúa Armando González.
El anterior director del diario, Alejandro Urbina, recuerda que, cuando La Nación cumplió medio siglo, el lema utilizado fue “50 años apuntando el camino”. “Durante los últimos 28, el periódico y el país han contado con la sagaz pluma de don Julio Rodríguez para ese efecto”, manifiesta Urbina y agrega:
“Algunos hemos tenido la suerte de que don Julio nos apunte el camino en los momentos de más difícil decisión. Lo escuchamos porque siempre nos dijo cuál ruta consideraba la mejor a sabiendas de que no siempre nos gustaría la dirección señalada. Su franqueza, su juicio sobre el ser humano y su conocimiento del quehacer nacional siguen orientando a quienes lo escuchan y formando las opiniones de quienes lo leen”.
Quien lo trajo a La Nación hace 28 años, Eduardo Ulibarri, rememora la conversación que definió su ingreso. Se produjo en el restaurante Île de France, entonces ubicado en el centro de San José, cerca del Hotel Balmoral. Poco antes había fallecido el columnista Enrique Benavides, y el diario necesitaba alguien que lo reemplazase.
“A mí, en lo personal, me sacaba de apuros y me daba tranquilidad porque conté con una persona que me aportaba ideas y conceptos de fondo. Don Julio tiene una enorme capacidad para reaccionar ante las cosas y para generar, en poco tiempo, un editorial con sentido, con tacto y, además, estilísticamente bien concebido”, sostiene Ulibarri.
“Julio ha sido una columna central en la estructura intelectual de La Nación y en el periodismo costarricense contemporáneo”, añade Ulibarri –embajador ante las Naciones Unidas– a propósito de la despedida de Julio Rodríguez en la Redacción del diario el 1.° de agosto último.
Al otorgarle el Premio Nacional Pío Víquez en el 2006, el jurado reconoció una de las principales virtudes de Julio Rodríguez: su coherencia: “Unos lo aprueban, otros lo refutan, otros son movidos a la reflexión. En la dialéctica indispensable del foro democrático, su aporte ha sido de la más alta calidad y ha demostrado, durante su vida, una absoluta coherencia en su pensamiento”.
Hogar, refugio de vida. La familia de don Julio le dio fuerza a su voz en la tarde en que conversamos. Estaban todos: Míriam Quesada, su esposa; su hijo Bernal con su esposa Silvia –y sus hijas Jimena, Cristiana y Sofía–; su hija Marcela y su esposo Manuel; Andrés, el nieto mayor, y Maripaz, la menor del clan.
Son ellos quienes mejor pueden explicar cómo combinar la vida profesional y personal en una labor en la que lo profesional no se detiene. Las narraciones de Bernal y Marcela dan cuenta de eso.
“Siempre lo hemos visto sumergido en las cosas del país, comprometido, entregado, procurando dar soluciones, muy consciente de los problemas. Yo no puedo separar el rol del papá y del periodista”, comenta Marcela, para quien no fue difícil estudiar Ciencias Políticas teniendo a su padre como un columnista de odios y amores. “Papi es un hombre que no necesita defensa”, afirma.
Ambos hijos aseveran que siempre estuvieron conscientes de que Julio Rodríguez, su padre, era un periodista que debía generar todo tipo de opiniones si hacía bien su trabajo.
“Así crecimos y se nos hizo natural. Me hacía mucha gracia escuchar opiniones de él porque era mi papá: consciente, comprometido, estricto, pero a la vez dulce y cariñoso. Papi es periodista porque su ser tiene esa vocación y la manifiesta en todas las dimensiones de su vida. Siempre ha sido una persona muy entera, muy ecuánime; juega con cierto humor y disfruta de la crítica de la gente, en parte porque lo que busca es provocar”, añade Marcela.
A su vez, Bernal recordó que cualquier 25 de diciembre era un día de muchas llamadas de personas que se identificaban como presidentes, expresidentes y ministros. “Los políticos siempre eran respetuosos; a todos los criticó, pero todos lo respetaron y todos le pidieron consejo, con excepción de Abel Pacheco”, recuerda Bernal Rodríguez.
No hace falta afinar la visión para observar muchos de los atributos de don Julio en su nieto Andrés, de 20 años. Entre risas del abuelo, Andrés es contundente en su opinión:
“En el colegio, cuando se han dado cuenta de que él es mi abuelo, algunos me decían que debo sentirme muy orgulloso; otros no porque no lo quieren; pero para mí es un orgullo que, independientemente de lo que piense la gente, él es una persona que siempre ha escrito lo que ha pensado. No es una persona que se deja llevar por influencias ni por cuestión de amistad. Es una persona recta, ética: esto es lo que la gente admira o no quiere en él”.
Sus familiares reconocen que los hizo perder su identidad (“Soy la esposa de Julio”, “Soy el hijo de Julio Rodríguez”), pero todos manifiestan que ello ha valido la pena porque convivir con el periodista, el herediano, el futbolero, ha definido lo que es la familia.
En esta fase de su vida, sus familiares ganan. Se lo dejan seis días a la semana pues uno estará vinculado siempre a la Redacción de Grupo Nación, aunque una buena parte del tiempo posiblemente seguirá en función de En vela, de su columna en Al Día y de uno que otro editorial, llevando la voz de los periódicos de la empresa.
Armando Mayorga, jefe de Redacción y uno de los veteranos en La Nación, ha escrito sobre él:
“El futbol lo ha peloteado como si fuera un jugador mundialista desde Triunfo, Al Día y La Nación. La política y la religión han sido sus canchas desde En vela. Donde él escriba, donde él esté, siempre ha sido un hombre de hacer goles, comentarios que desatan controversia, pues mueve pasiones a favor y pasiones en contra. Por esto es un referente en Costa Rica”.
Julio Rodríguez sigue en Heredia y sigue en La Nación . Lo definen su coherencia de pensamiento, su vocación por la política y la democracia, su amor al deporte y su defensa de los valores. Su legado es invaluable. Por todo eso, él es una parada obligatoria al hacer un análisis del periodismo nacional.