En 1925, en la Imprenta Nacional, Sara Casal editó el folleto El voto femenino , el primer material impreso como libro que defendía los derechos políticos y jurídicos de las mujeres en Costa Rica. El folleto fue ampliamente difundido, obsequiado a todos los diputados, distribuido entre las maestras, y dado conocer en conferencias y artículos en la prensa.
Sara Casal participaba activamente en la Liga Feminista desde su fundación, el 12 de octubre de 1923. En 1925, se desplegó una intensa campaña para apoyar el memorial presentado al Congreso de la República (hoy Asamblea Legislativa).
Mediante ese documento se solicitaban derechos políticos para la mujer; se le adjuntaron pliegos con más de mil de firmas de mujeres y hombres, así como cientos de telegramas de maestras de todas las provincias.
Esa gran discusión coincidía con un proyecto de reforma electoral impulsada por Ricardo Jiménez, quien en su discurso de asunción de la Presidencia pidió apoyo para la solicitud de la Liga Feminista. “Para defender sus intereses particulares, los intereses de sus hijos, los intereses de la Patria, de la Humanidad […], para velar por la higiene y la salud pública, para mejorar los alojamientos de obreros, la vida ciudadana, la escuelas, el mercado, para trabajar porque se pague la deuda exterior, para velar que se cumplan las leyes. Y necesitan el voto para darle valor a su actuación” (Eugenio Rodríguez: Ricardo Jiménez , 1980).
Por qué se las teme. Jiménez solicitaba la reforma electoral en busca del voto secreto, un nuevo Registro Cívico y un Consejo Nacional Electoral (antecesor del Tribunal Electoral de 1947). La discusión sobre el sufragio femenino se incluía en esos tres aspectos de la Reforma Electoral, finalmente aprobada.
La discusión en el Congreso resultó aún más interesante por la participación de Jorge Volio, Francisco Rivas Mayorga y otros diputados, fervientes defensores de la causa feminista.
La discusión trascendió al ámbito público gracias a la atención que le prestaron los organismos de la prensa, que cotidianamente transcribían el debate.
De entonces datan ciertas expresiones del diputado Ernesto Mayorga Rivas: “Al señor [León] Cortés no le parece conveniente a los intereses del Estado que una mujer pueda llegar a ser presidenta, magistrada ni diputada. ¿Se abstuvieron las mujeres de intervenir en la política a pesar de no tener el voto? Ciertamente que no. Unas pocas arengaron a las multitudes, muchas se dieron a conquistar votos; cantaron himnos; a las reuniones del Templo de la Música concurrieron señores, señoritas, mujeres trabajadoras. Durante la campaña, la mujer ayudó. ¿Se desquició por esto el hogar, se desmoralizó la familia? No, desde luego” (Macarena Barahona: Las sufragistas en Costa Rica , 1994).
Asimismo, Jorge Volio defendió con fervor la causa: “Hemos de convenir en que la mujer costarricense está lo suficientemente preparada para el ejercicio del sufragio, en capacidad de hacer buen uso de los derechos políticos que le otorga la Constitución […]. Es ilustrada, activa, enérgica y luchadora […]. La mujer costarricense tiene ya formada su personalidad política. ¿Cuáles son sus pretensiones? La de los buenos gobiernos: por eso se les teme, por eso se les combate. No admito fórmulas restrictivas, este es el surgir de ideas de renovación; el voto de la mujer, el obrero imponiendo la política del orden, de la justicia, vendrá porque el pueblo lo quiere” ( Ídem ).
Conspiración de silencio. El 15 de marzo de 1925, en los titulares del +Diario de Costa Rica, se consignó: “Se acepta el voto masculino obligatorio, secreto y directo”. La mayoría se pronunció contra el voto femenino: 24 diputados estuvieron en contra y 15 a favor. Ricardo Jiménez, líder del Partido Republicano, no tuvo poder de convocatoria. Acérrimos enemigos de la causa femenina fueron la mayoría los diputados republicanos.
En el Diario de Costa Rica se publicó: “El debate acerca de si las mujeres deben o no votar ha llevado toda la semana: el Congreso ha sido escenario de toda la discusión y, como es natural, el reflejo de los llamarones del debate ha alumbrado por todas partes y casi no hay rincón del país donde las gentes no discutan el grave problema que nos han planteado. Después del debate, cuando los diputados vienen saliendo, ¡ay de ellos! Doña Sara se apostó en la puerta del Congreso para verlos pasar y hacerles a cada uno su reclamo; aquello era una especie de 'Pase, pase, buena gente'. Cuentan en otras fuentes, más familiares, que a don León Cortés –que había prometido apoyar la demanda femenina– le fue peor... ¡Doña Sara Casal de Quirós con su sombrilla ajustó cuentas!”.
Año y medio antes, el 18 de octubre de 1923, se había publicado en La Gaceta la lectura que hace la Cámara Legislativa a una invitación hecha por Esther de Mezerville y Ángela Acuña a la inauguración de la Liga Feminista, el 12 de octubre, en el Colegio de Señoritas. La inauguración fue encabezada por el presidente Julio Acosta y su esposa, Elena Gallegos.
ÁngelaAcuña escribió: “Sabíamos de sobra que todavía no se tomaban en serio nuestras actividades. En torno a ellas se mantuvo, durante muchos años, una especie de conspiración de silencio a fin de conservar la situación tal como estaba, en la creencia de que en esa forma se apagarían los bríos de las mantenedoras de la idea” (La mujer costarricense, 1959).
Eran muchos los indicios que se ofrecían a la consideración de las mujeres al iniciarse el siglo XX sobre el avance de sus conquistas, en los campos civil y político. Dichosamente las mujeres en general, luchan con paciencia y sin sangre.
Pese a todo... Las luchas sufragistas por la igualdad política continuaron en el Congreso en 1929, 1931, 1934, 1939, 1941, 1944, 1947 y hasta la guerra civil de 1948.
Ángela Acuña nos narró: “El sufragio femenino no era ya un mero capricho, sino un fenómeno político que todavía no tomaban en serio los legisladores. Cada vez que presentamos al Congreso Constitucional para la obtención del derecho al voto, después de encuestas para la prensa, de discusiones públicas, de cambios de pareceres, el resultado era siempre el mismo. Las peticiones seguían la fórmula trillada de la Mesa Legislativa, se hacían pasar a sus antecedentes… y ¡hasta se perdieron expedientes!" (Ídem ).
Tanto la solicitud de 1929 como la de 1931 pasaron al estudio de la Comisión de Asuntos Sociales y no a la discusión del pleno del Congreso.
En 1931 se fundó el primer Partido Comunista, el cual, en su programa mínimo, enfatizó la igualdad de la mujer y sus derechos políticos, así como la necesidad de su emancipación política y jurídica. Los puntos del programa comunista se convertirían en el motor de las luchas sociales y políticas que llevó adelante ese partido en la siguiente década. Los diputados del Partido Comunista se convirtieron en los aliados clave para impulsar las futuras discusiones de las demandas planteadas.
Fueron años de largas campañas para que el Congreso llevase a discusión la reforma pedida. En este sentido se publicaron muchos artículos de Ángela Acuña, Rosaura Moreno y Corina Rodríguez, entre otras luchadoras.
El presidente Teodoro Picado fue el último mandatario en solicitar el voto para las mujeres. El canciller Ricardo Fournier ratificó los derechos políticos de mujeres y hombres en el Acta Constitutiva de las Naciones Unidas en 1945, y esta se envió al Congreso para su ratificación.
A excepción de algunos diputados del Partido Republicano y los comunistas, el voto de la mujer nunca tuvo mayoría. El interés inmediato de la oposición contra Picado nunca favoreció los derechos de las mujeres.
El 20 de junio se cumplieron 65 años desde que la Asamblea Constituyente votase finalmente por la reforma constitucional. Sin embargo, desde 1924, las mujeres costarricenses lucharon por sus derechos políticos y por la igualdad social, económica y cultural; es decir, desde hace 90 años.
La autora es catedrática universitaria y doctora en Ciencias Políticas.