Julián Monge-Nájera. julianmonge@gmail.com
Uno de mis más antiguos recuerdos es cuando, siendo niño, alguien nos contó la historia de don Juan Rafael Mora, porque “estando en la escuela que llevaba su nombre, es necesario que sepan algo de él”. La parte triste sobre su fusilamiento se quedó conmigo para siempre, igual que la carta en que se despedía de su familia, como escribió no recuerdo quién, “remarcando los puntos sobre las íes como si quisiera alargar el tiempo con sus seres queridos”. Don Juanito seguiría presente en mi vida en las ocasiones más inesperadas, como coeditor de Gayana , revista dedicada a Claudio Gay, cuyo museo en Chile quizás inspiró a Mora la idea de construir uno acá; y cuando llegó a la EUCR el Dr. Jorge León a que publicáramos su traducción de la obra del naturalista danés Anders Oersted, a quien don Juanito habría apoyado. Y nuevamente nos toca don Juanito, ahora con la oportuna aparición de Don Juan Rafael Mora y las ciencias naturales en Costa Rica , del Dr. Luko Hilje Quirós.
Para ubicar a quienes no tienen conocimiento de los recursos naturales de Costa Rica y por qué en la época de Mora era fundamental inventariarlos, Hilje inicia con un repaso que algunos podrían preferir saltarse para entrar en materia en el segundo capítulo (mala idea, se perderían un buen texto y unas imágenes magníficas). Luego nos enteramos de que Oersted era nada menos que sobrino del famoso Hans Oersted (1777– 1851), quien traveseando con imanes sentó las bases que hoy nos permiten conversar por celular. Yo supe de la existencia de Oersted (el sobrino, no el tío) cuando hace un par de décadas hallé a Luis Diego Gómez Pignataro feliz con un texto de Oersted sobre hormigas y cornizuelos. “Fijate –me dijo– que Oersted entendió bien esa simbiosis mucho antes que Janzen, ¡e incluso antes que Belt escribiera su Naturalista en Nicaragua !”.
El siguiente capítulo nos cuenta sobre la carta donde Alexander Humboldt pide a don Juanito recibir a dos naturalistas clave en nuestra historia, Karl Hoffmann y Alexander von Frantzius, y nos ubica en la Alemania de la época. Así podemos comprender mejor sus anhelos y luchas entre cafetales y selvas, reconstruyendo muchas veces de manera detectivesca su posible relación con don Juanito, dado que en realidad hay pocos documentos en qué apoyarse. Hilje trata la historia como si fuera un sitio web donde cada tema tiene un enlace. Si algún viejo papel menciona ciertos personajes, averiguará quienes fueron aunque eso implique meses extra de trabajo en archivos y bibliotecas. Aunque ameno como siempre, pintando escenas con citas oportunas y descripciones casi poéticas, Hilje también documenta escrupulosamente todo con notas al pie y una bibliografía suficiente; y cierra con una pregunta clave: ¿fue Mora nuestro primer presidente conservacionista?
No era un conservacionista “ingenuo”: el decreto sobre la caza de venados se preocupa más de evitar que una bala perdida acabe en la espalda de algún guanacasteco, nos dice Hilje. Sus decretos muestran que Mora, como un padre que conoce bien a sus hijos, prevé que abusaremos de cada recurso hasta destruirlo e incluye cláusulas de protección, o sea, más bien fue el primer presidente tico comprometido con el desarrollo sostenible.
Los revisionistas nos pueden decir que Mora solo buscaba el beneficio propio dentro de una lucha entre sectores de la oligarquía costarricense, y pueden dar el ejemplo del decreto sobre los cocoteros de lotes en predios baldíos, que beneficiaba a dos empresarios alemanes socios de su cuñado José María Cañas. Tal vez tengan algo de razón, pero en el San José de entonces, aún más pequeño que el actual, era difícil tirar una piedra o redactar un decreto sin atinarle a algún pariente. Tras leer este libro me queda claro que sus actos innegablemente fueron en beneficio de las grandes necesidades de los costarricenses, agua limpia, servicios de salud, caminos, y en el campo de la historia natural, hechos y más hechos concretos para documentar y dar a conocer nuestra naturaleza.
¿Cómo lo hizo? Al ayudar ampliamente a los naturalistas europeos que, casi de gratis, documentaron nuestra geografía, geología, flora, fauna y antropología en el siglo XIX, sentando las bases para que hoy seamos uno de los países mejor conocidos del mundo en estos aspectos.