En una entrevista de octubre de 1958 y ante la presencia en Desamparados (San José) de varios intelectuales, don Joaquín García Monge se preguntó: “¿Cuál fue el origen de esa ‘nacencia’ de hombres de letras y de maestros? Seguramente los cincuenta años de ejercicio del curato del padre Matías Zavaleta”.
Detrás de ese sacerdote se esconde un pasado negro, que fue blanqueado por la historia liberal de nuestro país y que es justo recuperar para el presente.
El aporte afrodescendiente a la construcción de Costa Rica desde la época colonial es una deuda que apenas empieza a evidenciarse. En el caso que aquí se expone, tal deuda se inicia con la esclavitud y se proyecta al campo de la cultura de Joaquín García Monge.
El sacerdote Matías Zavaleta fue hijo del mulato Leonardo Zavaleta, esclavo de Manuela Zavaleta.
En 1773, cuando tenía seis años, Leonardo fue puesto como garantía de una deuda de 150 pesos que su ama tenía al morir, por lo que quedó en manos de Gertrudis, hija de doña Manuela. Al no poder esta pagar la deuda, Leonardo fue vendido a Antonio Jiménez, quien a su vez lo dio a su yerno, Joaquín Oreamuno, como dote por su hija Florencia.
En 1784, cuando Leonardo tenía 12 años y después de ese recorrido mercantil, su madre, Magdalena, esclava de los herederos de doña Manuela, recogió el dinero necesario para comprar la libertad de su hijo, tasada por Joaquín Oreamuno en 200 pesos.
Hombre apreciado. El caso de Leonardo Zavaleta es muy interesante porque formó parte de la herencia cultural que benefició a Joaquín García Monge a través del padre Matías Zavaleta.
Después de su libertad, Leonardo pasó a vivir a la Puebla de la Reina de los Ángeles, habitación de negros y mulatos libres de Cartago.
Zavaleta se casó en 1811 con Josefa Pacheco y tuvieron 11 hijos. Él se las agenció para ir escalando en la estructura social desde antes de la independencia pues fue músico de la cofradía de la Virgen de los Ángeles, sacristán de su templo, y de profesión carpintero.
No se sabe quién enseñó a leer y a escribir a Zavaleta, medios a través de los cuales debió de tener acceso a una formación más amplia, incluido el campo de las leyes. Esto explica que después de 1821 lo eligiesen para ejercer las funciones de gobierno que se anotan seguidamente.
Después de la independencia, en 1822, Leonardo Zavaleta fue nombrado maestro de la escuela de la Puebla. En esos años se lo escogió como delegado electoral de la Puebla ante la junta electoral de la ciudad de Cartago, encargada de elegir las diferentes autoridades de gobierno. Igualmente, Térraba y Boruca lo designaron su representante en la junta electoral de Ujarrás.
A partir de 1824, Zavaleta fue elegido varias veces regidor del ayuntamiento de Cartago, y ocupó también los cargos de alcalde segundo y alcalde tercero de esa población, puestos desde los que administró justicia a los cartagineses, entre otras tareas.
Las capacidades de Zavaleta en varios campos lo llevaron a que el Gobierno lo eligiera para el puesto público más alto de la región pues en 1837 lo nombró jefe político oriental. Su jurisdicción abarcaba desde Ochomogo hasta la zona atlántica y la zona sur.
Leonardo Zavaleta se preocupó por educar en las letras a sus hijos. No es de extrañar, entonces, que Matías Zavaleta fungiera muchas veces como secretario de actas sacramentales en la villa de Desamparados, antes de ser sacerdote y párroco del lugar.
Deuda americana. Matías Zavaleta, descendiente de esclavos, inició su labor sacerdotal en aquella villa en 1847, y fue nombrado oficialmente su párroco en 1854. Matías desempeñó ese cargo hasta el final de su vida, en 1893. A la vez, fue educador privado y facilitó a muchos la biblioteca que tenía en la casa cural, de la que se benefició Joaquín García Monge.
Este benemérito de la patria nació en 1881 en Desamparados y en su fe de bautismo se hace constar que el sacerdote Matías Zavaleta fue su padrino. Debió de haber una relación muy fuerte entre este párroco y la familia de Joaquín García y Luisa Monge, padres de don Joaquín, pues Matías Zavaleta fue padrino de todos sus hijos.
Además de reconocer el aporte del padre Matías Zavaleta en la gran “nacencia” de hombres de letras en Desamparados, el mismo don Joaquín dijo que su inclinación por la lectura ya estaba presente en el decenio de 1890, es decir, cuando Joaquín tenía 9 años
García Monge agregó otra idea que prueba la importancia del aporte del sacerdote Matías Zavaleta en su vida pues dijo: “Cuando llegó el presbítero don José Vicente Salazar, como párroco, hice buenas migas, y me facilitó acceso a su biblioteca. No era tan buena como la del padre Matías Zavaleta, pero sí más moderna”.
Joaquín García Monge concibió la idea de escribir El Moto gracias a esas dos bibliotecas. Es de suponer que, como ahijado del cura Matías Zavaleta, tuvo mayores posibilidades de beneficiarse de su biblioteca.
Esos hechos comprueban muy bien las inquietudes culturales del sacerdote Matías Zavaleta y su interés por prestar un servicio religioso y cultural a la sociedad.
La historia de la cultura y de la educación costarricenses tiene todavía una deuda con esas fuentes, que vienen desde la colonia y siguen enriqueciendo a Costa Rica.
La deuda con lo afrodescendiente ya no es solo de don Joaquín García Monge, sino de toda Costa Rica. Si tomásemos en cuenta la dimensión geográfica que alcanzó el Repertorio Americano , la deuda se extiende más allá de América para con el sacerdote Zavaleta y muchos otros descendientes de África. Hay que rescatarlos del olvido que han padecido en nuestra historia.