A los 21 años, Francisco Zúñiga ya era un maestro que nunca pareció ser un alumno. Es cierto: aprendió técnicas en el ya mítico taller familiar, mas pronto emergió de él como Atenea de la cabeza de Zeus: consumado, perfecto, con las sutiles armas del arte en las manos. Por esto, todas la exposiciones de Francisco Zúñiga son solamente como sacramentos de confirmación.
Ahora, el Museo de Arte Costarricense (MAC) ofrece Francisco Zúñiga y el arte precolombino, exhibición de 44 láminas en acuarela y 7 en tinta china. Todas las obras “retratan” cerámicas y esculturas de piedra precolombinas halladas en Costa Rica.
“Retratos”. Las ilustraciones pertenecen a Daniel Yankelewitz, el mayor coleccionista de arte costarricense y un benefactor de nuestro patrimonio que, con su pasión estética y sus inversiones, ha impedido la fuga y el malbarato de muchas obras artísticas.
Las acuarelas se hicieron entre 1934 y 1936, antes del viaje definitivo de Paco Zúñiga a México, de modo que, a los 21 años, el genial artista era un creador asombroso. Sus esculturas ya lo habían demostrado años antes.
Las acuarelas y los dibujos fueron un encargo hecho por el arqueólogo Jorge Lines a fin de contar con láminas de colores que le sirviesen para dictar clases sobre arte precolombino costarricense.
En 1936 no se había comercializado la fotografía en colores, así que la pintura era el mejor método para registrar las piezas arqueológicas con realismo.
Trece piezas así “retratadas” se habían hallado en la huaca (quechuismo) de Zapandí, cerca de la ciudad de Filadelfia (Guanacaste), pero se han perdido, según indica Esteban Calvo, historiador del arte del MAC y curador de esta exposición. Las piezas físicas se pintaron a escala natural (1:1), y el arte de don Paco sugiere mágicamente el volumen de los originales.
Las restantes láminas corresponden a hallazgos producidos también en Filadelfia y en otros lugares de Costa Rica.
Calvo explica que la ilustración arqueológica se ha cultivado en Costa Rica, pero nunca con la perfección que logró el joven Zúñiga.
Nunca expuestas. A su vez, el artista Ricardo Alfieri Rodríguez, director del MAC, resalta estas tempranas muestras del amor de Zúñiga por el pasado precolombino, que amplió en su larga residencia en México, donde murió en 1998. “Su técnica de la acuarela es exquisita”, añade Alfieri.
“Es un honor para el Museo de Arte Costarricense exponer estas obras, nunca antes mostradas al público y exhibidas hoy gracias a la generosidad del señor Daniel Yankelewitz. No son solo ilustraciones científicas: son obras de arte”, apunta el director.
Por su parte, Yankelewitz opina que, a mediados del decenio de 1930, “Zúñiga era todo un maestro que dominaba el modelado en arcilla, la talla en madera, la talla directa en granito volcánico, así como el dibujo a lápiz, al pincel con tinta china, a la acuarela, al pastel y al óleo, y también xilografía”.
Las piezas aparecieron fotografiadas en el bello libro Francisco Zúñiga y el arte precolombino, publicado por el Banco Improsa en el 2012 con textos del estudioso Luis Ferrero Acosta. Este indica que las piezas corresponden a culturas nicoyanas anteriores al periodo policromo tardío (1200-1550).
Algunos objetos exhiben influencias del arte del México antiguo, como las representaciones de “serpientes emplumadas”. Tal es el caso de la lámina 30. La serpiente emplumada es un mito que mezcla los poderes de un animal terrestre con los de uno volante.
Hombres y animales. En algunos casos, Zúñiga pintó una vasija desde un punto fijo, pero a la par “desenrolló” el motivo principal en una perspectiva plana.
La pieza 6 incluye otra serpiente, pero ilustra también el dominio de Zúñiga en captar el relieve de los objetos; en este caso, una ardilla. La sugestión de relieve se percibe además en la lámina 29, una escudilla-trípode. En el fondo de la escudilla (plato) se nota un lagarto que hasta podríamos tocar.
En otra lámina de escudilla-trípode (la número 33), el animal representado en el plato es un jaguar que devora a un hombre (solo se le percibe un brazo). Posiblemente se haya empleado esta cerámica en ritos dedicados a implorar el favor de los jaguares.
Un rostro humano se halla en la pieza trigésima novena, pero bajo la apariencia de una máscara. Esta obra ofrece la peculiaridad de exhibir un rostro en colores negativos. Para Luis Ferrero, el rojo puede representar la noche; el color claro, el día (lámina n.º 45).
La lámina n.° 24 expone lo que fue un tambor de parche hecho con arcilla, un material poco frecuente para este uso por su fragilidad (solía preferirse la madera).
En las raíces. Los trabajos en tinta china abordan esculturas de piedra. La pieza nº. 46 ofrece una imagen de una mujer que simboliza la fertilidad, según Luis Ferrero.
Otras láminas en tinta tuvieron objetivos didácticos pues incluyen bocetos de formas de recipientes y también ejemplos de la ornamentación geométrica (bandas, grecas, meandros, etcétera).
Los detalles, la armonía de los colores, la estilización: todo denota que las piezas originales fueron hechas por artistas profesionales. “Corresponden a sociedades que lograron un exceso de producción agrícola, de manera que algunos podían dedicarse exclusivamente al arte”, indica Esteban Calvo.
En su origen, las piezas que Francisco Zúñiga eternizó en estos territorios de papel fueron objetos “útiles” (vasijas, sahumerios que enviaban mensajes a los dioses...).
Ya en aquel tiempo se unían la utilidad y la belleza. Hoy, para nosotros (con vasijas de plástico y sin dioses), solo nos ha quedado la utilidad de la belleza.
“No esperó Zúñiga que el arte precolombino fuese acogido por el Museo de Louvre para valorizarlo. Supo ir a una de las raíces de la nacionalidad costarricense y sentirla como expresión creadora, y no como mudos testigos arqueológicos”, escribió Luis Ferrero en 1978.
Aunque el eterno retorno en el tiempo sea un mito, antiguas y ya perdidas piezas de arte precolombino se ha reencarnado en papel para nosotros. El taumaturgo insuperado ha sido y es don Francisco Zúñiga Chavarría, uno de los grandes artistas de América.
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De visitante a gran artista. El joven Zúñiga solía ir diariamente al Museo Nacional a estudiar las esculturas precolombinas del Sector de Tradición Sudamericana, y sus cuadros pintados al óleo ya habían conquistado los primeros premios en todas las exposiciones de arte en las que participaba.
Zúñiga observaba atentamente el arte precolombino, no con el propósito de copiarlo para arcaizar sus obras, sino con el fin de aprender los secretos artísticos del creador precolombino y expresarlos en un arte muy del siglo XX.
Así fue sacando muchas enseñanzas que enriquecieron sus conceptos técnicos y estéticos, al grado que nació en él un estilo de arte indoamericano que lo ha llevado a la fama mundial.
Daniel Yankelewitz, coleccionista de arte.
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Colores de la historia. Francisco Zúñiga y el arte precolombino se ofrece de martes a domingo de 9 a. m. a 4 p. m. hasta el 28 de septiembre en el MAC (parque de la Sabana, San José). La entrada es gratuita. Tel. 8937-3617.