La mascarada popular de tradición colonial tuvo un resurgimiento en el país, en La Puebla de los Pardos de Cartago, en la misma época en la que se construyó el Teatro Nacional de Costa Rica y en la que se fundó la Escuela Nacional de Bellas Artes, a finales del siglo XIX. El contraste de esta manifestación cultural festiva, carnavalesca y satírica callejera con la opulencia del nuevo teatro josefino, símbolo de modernidad, progreso y europeización, es una de las numerosas muestras de la rica diversidad y complejidad de la historia de la cultura y del arte costarricense.
Las primeras mascaradas latinoamericanas coloniales fueron traídas de España, donde se conocen como “Gigantes y cabezudos”, que tienen su origen en la vida popular de la Europa medieval.
Al llegar a América, la tradición fue ramificándose, poco a poco, en distintas variantes regionales, gracias al sincretismo o mestizaje cultural, ya que el uso de máscaras en festejos y rituales también fue un rasgo propio de muchas culturas prehispánicas.
En Costa Rica, además de las mascaradas típicas de las fiestas patronales de distintos pueblos vallecentralinos –a veces llamadas también mantudos, payasos, disfraces o cabezudos–, también existe el Baile de los diablitos , que se celebra en las comunidades indígenas de Boruca y Rey Curré.
Mientras que la imaginería, las procesiones y las representaciones teatrales católicas fueron introducidas durante la Colonia por los frailes de las órdenes misioneras, las mascaradas, a pesar de ser celebraciones dedicadas usualmente a los santos patronos, tuvieron originalmente un carácter secular. Esta característica se mantiene en la actualidad.
Cual carnavales, estas fiestas públicas populares se organizan casi siempre al margen del oficialismo de la Iglesia; en ellas, la realidad se transforma, momentáneamente, en una especie de mundo al revés, donde cada quien asume, sin inhibiciones, el personaje que le dicta su máscara. En el trance de esta fiesta, que es más que una representación teatral, se permite transgredir, hasta donde el juego lo permite, el orden usual de las relaciones sociales cotidianas.
Aunque es bastante común encontrar personajes de las mascaradas bailando en fiestas de cumpleaños, restaurantes y hasta bodas, la mascarada tradicional tiene algunas reglas y componentes necesarios. Estos pueden variar un poco dependiendo del pueblo o la región, pero, en términos muy generales, son los siguientes. El gigante, La giganta, El diablo (llamado también Cuijen, Pisuicas o Patas, quien muchas veces porta un chilillo) y La muerte (conocida a veces como La calavera, La pelona o La ñata) casi siempre abren el desfile. Otros personajes que pueden ir al lado de estos, dependiendo de la zona, son La mamá del diablo, La bruja, El policía, El diplomático, El fotógrafo, El chino, La china, La negra, El negro, La copetona, El “parao `e manos”, los enanos o cabezones, el toro guaco y otros animales, por mencionar algunos. Cada uno de ellos se mueve y baila de una manera característica, al son de la cimarrona, cuya presencia es imprescindible, al igual que las bombetas y el alcohol.
Detrás de ellos vienen otros personajes, a veces en grandes números, que, como los primeros, interactúan con los espectadores, quienes terminan convirtiéndose en participantes. Por ejemplo, en Barva de Heredia son famosos los enmascarados que portan vejigas de res infladas para estallarlas contra el público; cuantas más vejigas llevan, más temor infunden.
Las máscaras tradicionales estaban hechas de papel maché, pero ahora muchas se realizan con otras técnicas, principalmente para que sean más resistentes y duraderas. En cualquier caso, la norma es que estas tengan un carácter un tanto grotesco y, al mismo tiempo, lúdico, colorido y caricaturesco, complementado con una vestimenta igualmente llamativa.
Los mascareros
El trabajo artesanal en la creación de las máscaras es fundamental. Cada obra tiene sus diferencias y no hay giganta, diablo, calavera o policía igual a otro, aunque provengan del mismo taller.
El primer mascarero costarricense cuyo nombre y trabajo se conocen es el cartaginés Rafael Lito Valerín.
Al parecer, fue él quien recuperó la tradición a finales del siglo XIX en el contexto de las fiestas realizadas en La Puebla de los Pardos, en honor a la Virgen de los Ángeles, patrona de la ciudad de Cartago.
Poco después de este renacer de la tradición, las mascaradas y los talleres de mascareros se extendieron de nuevo a otras partes del territorio nacional, empezando por distintos lugares del Valle Central. Actualmente sobresalen las fiestas con mascaradas de Cartago, Tres Ríos, Escazú, Barva, San Lorenzo de San Joaquín de Flores, Aserrí, Desamparados, y Palmares, y algunas de lugares más alejados de la capital, como Santa Cruz de Guanacaste.
Dos de estos talleres continuadores de la tradición son invitados de honor en la edición de este año de Viva el Arte . Uno es el de Gerardo Montoya Arias, uno de los descendientes de Pedro Arias, el más importante mascarero de Escazú. El otro es el taller de Fernando Vargas, Bombillo, quien como varios otros barveños, ha mantenido vivo el trabajo comenzado en dicho cantón herediano por el artesano Carlos Salas.
La representación de la mascarada en el arte
Además de ser una valiosa manifestación artística y cultural en sí misma, la mascarada popular costarricense ha sido objeto de atención de varios artistas visuales desde inicios del siglo XX hasta la contemporaneidad. Entre los ejemplos más tempranos registrados se encuentra una de las ilustraciones que Ezequiel Jiménez Rojas creó para el poemario Concherías , de Aquileo J. Echeverría, en una edición no muy lejana a la primera, de 1905.
Al avanzar el siglo, las máscaras y las mascaradas fueron objeto de atención, ocasionalmente, de otros creadores como Francisco Amighetti, Emilia Prieto, Manuel Cano de Castro y Juan Bernal Ponce, desde perspectivas muy distintas tanto de análisis social como de experimentación estilística.
En años más recientes y también desde enfoques conceptuales y formales muy diferentes, el motivo ha reaparecido en parte de la obra de Adrián Arguedas, Hernán Arévalo y José Pablo Ureña, entre otros.
Estos tres artistas también son invitados de honor en la edición del 2017 de Viva el Arte .
Adrián Arguedas, quien, por cierto, es nieto del mascarero barveño Carlos Salas, ha incorporado el motivo de la mascarada popular en algunas de sus xilografías y pinturas desde 1988. Estas connotan un amplio conocimiento de la tradición en su forma y en su esencia transgresora del orden. Además de su aspecto lúdico y cromático, el artista realza el lado grotesco, buscando reflejar algunas facetas de la realidad contemporánea.
La xilografía y el dibujo de Hernán Arévalo contiene, de por sí, ciertas características que remiten a las formas “primitivas” de las máscaras. Además, por el año 2004 realizó una serie de dibujos dedicados a la mascarada tradicional que luego tradujo a versiones cromoxilográficas. En ellas se hace énfasis en su carácter popular y festivo, y se resalta la importancia de la música, la danza, el bullicio y la pólvora.
En enero de este año, José Pablo Ureña visitó las Fiestas de Santa Cruz de Guanacaste, donde tomó numerosos apuntes gráficos o sketches de las actividades, en las que sobresale la mascarada. A partir de estos dibujos, creó una pequeña serie de trabajos caracterizada por la rapidez del trazo que utiliza para remarcar el movimiento y lo cómico-siniestro de los personajes que captaron su mirada.
La tradición de la mascarada popular sigue muy viva. Aunque estuvo a punto de serlo, no es materia para la nostalgia. Desde finales del siglo XIX se revigorizó y más de una centuria después le ha opuesto una alternativa al festejo del Halloween, tras la declaratoria, en 1996, del 31 de octubre como Día de la Mascarada Tradicional.
Incluso las polémicas desatadas por la aparición de nuevos personajes –como el Chavo, Shrek y Mickey Mouse, o los políticos contemporáneos caricaturizados– son prueba de su vitalidad y vigencia. Por supuesto, las interpretaciones de artistas como Arguedas, Arévalo y Ureña también son confirmaciones de su trascendencia histórica y actual.
Feria de arte
Del 26 al 28 de mayo se realizá Viva el Arte, feria en los pasillos del centro comercial Plaza del Sol. En su duodécima edición, esta actividad mostrará y venderá las obras de 40 artistas visuales; habrá pintura, escultura, grabado, cerámica, artes gráficas y diseño, entre otras expresiones.
En esta ocasión, Viva el Arte honrará a las mascaradas y las manifestaciones que provocan.
Estará abierta de 10 a. m. a 7 p. m. y la entrada es gratuita.