Los aires navideños enfriaron durante unos días el calor de la disputa presidencial de 1913: así lo manifestó el periódico El Pabellón Rojo al señalar que las fiestas cívicas en la ciudad de San José fueron el “sello a la situación política existente en el país después del 7 de diciembre último, en que la voluntad popular, dividida entre tres candidatos, dejó pendiente el problema eleccionario para que fuese resuelto en definitiva en el Congreso Constitucional de la República”.
El comentario del periódico se refería a que ninguno de los candidatos presidenciales logró el porcentaje necesario para alcanzar la victoria y, deja entrever que después del 7 de diciembre se abrieron espacios, en la prensa y en la vida cotidiana, para temas vinculados con la temporada navideña y de fin de año.
Cartas. “Aquilino”, seudónimo de un columnista de El Pabellón Rojo , publicó una historia basada en la tradición de las cartas enviadas al Niño Dios. La carta fue escrita por tres niños cuyas edades estaban entre 6 y 9 años.
El mayor trata al Niño “con algún respeto, aunque con bastante confianza y le pide muy poca cosa: mil libros de cuentos, un aeroplano como el de M. Tercé y una bomba Knox [camión de bomberos] de verdad, pero no tan grande, a fin de poder manejarla con el auxilio de su hermanito y la colaboración de un vecinito muy pobre, que es su compañero en los juegos infantiles. El hombrecito de 6 años trata al Niño como si fuera un camarada. Lo saluda muy campechano, dándole un beso en la frente y le dice que cuidado deja de enviarle un riflecito, una espada, un cajón de confites y un caballito de carne y hueso. [El amiguito] Talao, el futuro chauffeur de la Knox en miniatura, le ruega directamente a Dios que le envíe una frazada, para mitigar el frío y que le consiga trabajo a su papá”.
En la carta queda clara la desigualdad existente en la sociedad costarricense. Si Aquilino les complaciera parcialmente gastaría al menos 14,50 colones. La suma era considerable pues un trabajador no calificado podía ganar unos 60 colones al mes, un artesano entre 80 y 120 colones, y un profesor de colegio alrededor de 300 colones. Debido a lo anterior, varios establecimientos ofrecían sistemas de compra por abonos y crédito.
Juguetes. Lejos de ser exclusivo de San José, el consumo conspicuo estaba presente en otras partes del país. Desde finales de noviembre, el semanario limonense Boletín Anunciador resaltaba el arribo de “artículos [comestibles] propios para la temporada", y que además se disponía de “los curiosísimos juguetes de Pascua y preciosos objetos para Año Nuevo, en gran variedad”. El periódico era bilingüe y estaba diseñado para los empleados de la United Fruit Co. pues los textos relacionados con la Navidad, escritos en inglés, aludían a prácticas culturales estadounidenses.
A su vez, la josefina Librería Española ofrecía amplia variedad de juguetes: osos de “pelush” (peluche) cuyo valor era entre los 0,75 y los 6,50 colones; aeroplanos y lanchas (de 3,5 a 10 colones), cajas de soldados (de 2,75 a 6), ferrocarriles (de 0,50 a 75), entre otros. Las muñecas costaban entre 1 y 40 colones.
Entre las novedades, se ofrecía cinematógrafos con tres vistas y en dos tamaños: 3,5 x 6,5 pulgadas hasta 9,5 pulgadas (12 a 35 colones). También se vendían “linternas mágicas”.
Los árboles de Navidad empezaron a comercializarse hacia finales del siglo XIX. En 1913 los había en tamaños que iban de los 40 a los 130 centímetros. Paralelamente se vendían los "pasitos".
Al expandirse la educación y desarrollarse una nueva concepción del tiempo, se amplió el consumo de almanaques. Según la prensa estos eran “pequeñas enciclopedias populares de la vida práctica”. En efecto, incluían temas sobre fenómenos naturales, medicina, “ciencias vulgarizadas”, matrimonio, religiosidad, literatura, derecho, economía, agricultura, etc.
En fin, con la llegada de la Navidad, según El Pabellón Rojo, “un hormiguero humano recorre las tiendas, disputándose el honor de pagar más caro el juguete que el Niño Dios ha de traer a sus hijos como aguinaldo”.
Modernidad. La preocupación por el incremento de la pobreza motivó la organización de grupos de beneficencia para combatir la frustración de niños de escasos recursos. Un caso fue la iniciativa del periódico La Voz del Pueblo de Cañas, cuya suscripción fue para comprar juguetes y obsequiarlos a niños pobres de la localidad. Actividades similares se llevaron a cabo en otras partes de Costa Rica.
El país ya estaba dividido en cuanto a sus prácticas culturales. Para los días 24 y 25 de diciembre, la prensa promovía las fiestas laicas; por ejemplos, ir al Teatro Variedades para apreciar las vistas del Céspedes Journal (producido por Armando Céspedes y Manuel Gómez Miralles), y la asistencia al “grandioso espectáculo de aviación” del piloto francés Marous Tercé en su monoplano Duperdusin en el llano de Mata Redonda.
Asimismo, el 25 de diciembre, nota cómo las prácticas heredadas del siglo XIX se modificaban, en particular las de carácter religioso, como fue la Misa del Gallo:
“Muy concurridas estuvieron esas tradicionales misas en todas las parroquias. Notamos sí, mucho espíritu de superficialidad en la concurrencia. Dominaba antaño el elemento maduro y reflexivo; hoy va quedando a la zaga y la juventud bulliciosa y ligera lo invade todo. Se va diluyendo, amortiguando cada vez más el perfume de la tradición, en el agitado ambiente modernista”.
De manera coincidente, desde noviembre, el periódico La Lucha resaltaba que la ciudad de San José cambiaba bajo el embrujo de “la modernidad”. Entre los signos estaban elementos industriales, como fueron las iluminaciones eléctricas y las aceras: las tradicionales lajas de piedras empezaron a sustituirse por “mosaicos hidráulicos” hechos de pedrines de cemento.
Vuelta a la política. El 20 de diciembre, el cronista de El Pabellón Rojo cuyo seudónimo era “Malvaloca”, evidenciaba el cambio ocurrido en las prácticas cotidianas y en la ciudad:
"Los escaparates de las tiendas han roto su monotonía. A las telas y encajes colgados con dudoso gusto, les han sucedido los juguetes de caprichosas y variadas formas; a las latas de conservas alimenticias, los turrones, mazapanes y esas mil golosinas que reclaman el paladar para celebrar con toda corrección las tradicionales fiestas de Navidad. Con tan hermosa perspectiva las calles se animan. Ya no encontramos grupos obstruyendo el paso, discutiendo asuntos políticos. La gente se mueve, camina a sus quehaceres. La temporada política, con sus nubes de encono ha pasado; hoy solo se piensa en el hogar, en el trabajo; ya todos somos amigos. Si paz y amor predicó aquél cuyo nacimiento festejamos, demos de mano al encono y dediquemos nuestra atención a hacer felices a los niños”.
A inicios de enero de 1914, a medida que la temporada navideña quedaba atrás y habían finalizado las fiestas de fin de año, la política volvió a dominar los debates públicos pues había que resolver el problema de quién sería el próximo presidente de Costa Rica.
Al final, los diputados llamaron a ejercer la presidencia a una persona que no había sido candidato en las elecciones presidenciales de diciembre de 1913: Alfredo González Flores (1914-1917), quien desarrolló el primer gobierno socialmente reformista de la historia de nuestro país.
La autora es docente e investigadora en la Escuela de Estudios Generales y del Centro de Investigaciones en Identidad y Cultura Latinoamericanas de la Universidad de Costa Rica.