La última viuda de Rubén Darío fue la armonía, pronto asesinada por el “verso libre”. Esto fue notable porque el “verso libre” no existe; aun así, mató la herencia musical de Rubén Darío. A decir verdad, Darío murió hace cien años, pero la música del verso castellano lo sobrevivió un tiempo más: hoy está muerta. Quienes terminaron de matar la armonía poética fueron las vanguardias, enemigas de los cánones de la música verbal.
La española Generación de 1927 contribuyó a la muerte de la armonía del verso cuando adoptó el “verso libre”. Empero, los miembros de aquella generación aún cultivaron –excepcionalmente– el verso métrico (el único que existe). Recordemos los sonetos de Dámaso Alonso ( ¿Cómo era? ) y de Gerardo Diego ( El ciprés de Silos ), y los heptasílabos de Jorge Guillén ( Cima de la delicia ). A su vez, César Vallejo creó sonetos (Idilio muerto ); Pablo Neruda, cuartetos ( Nuevo canto de amor a Stalingrado ). Años después, Jorge Luis Borges dedicó sonetos a Cervantes, y Octavio Paz, a Quevedo.
De los grandes cultores del verso métrico, uno de los más consecuentes fue Antonio Machado, quien nunca incurrió en el “verso libre”. Puede afirmarse entonces que, salvo rarísimas excepciones, ningún poeta en lengua española sigue hoy la herencia musical de Rubén Darío, como si el aedo nicaragüense nunca hubiera existido.
Los cuatro elementos
Aparte de los neologismos y los temas (la belleza, el amor, la muerte...), lo más admirable en la poesía de Rubén Darío y del modernismo es su magistral dominio de las formas versales. Aquel dominio se concreta en 1) metros variados (hexasílabos, eneasílabos, etc.); 2) rima (consonante, asonante, interior, etc.); 3) empleo de pies métricos (ubicación fija de los acentos); 4) menos veces, la aliteración (repetición de sonidos fuera de la rima). Veamos ejemplos.
1. Uno de los metros “raros” de Darío y los modernistas fue el eneasílabo (de nueve sílabas): “Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...” (Rubén Darío: Canción de otoño en primavera ).
2. Rima asonante (í-a): “Las walkirias del viento / se mecen suspendidas / de las flexibles ramas / de jóvenes encinas” (Roberto Brenes Mesén: Reposo ).
3. Repetición de pies métricos. Leamos dáctilos (tres sílabas: óoo) repetidos (ponemos tildes falsas): “Ínclitas rázas ubérrimas, sángre de Hispánia fecúnda” (Rubén Darío: Salutación del optimista ). Este verso exhibe el ritmo del vals. En el siguiente caso, el pie repetido es el peón tercero (cuatro sílabas: ooóo): “estampáron sus gloriósas herradúras / en los sécos pedregáles” (José Santos Chocano: Los caballos de los conquistadores ). El primer verso tiene 12 sílabas métricas; el segundo, 8, pero esta desigualdad no importa pues todos los versos de ese poema se arman con pies iguales: es decir, con “miniversos” de 4 sílabas (ooóo). Este preciosismo no existió ni en el Siglo de Oro español.
4. Los modernistas también jugaron con la aliteración: la reiteración de los fonemas (además de la rima): “Titina, tina, tontina, / la de la voz argentina / y el aliento de jazmín” (Leonidas Yerovi: Titina ); “Franco, fiero, fiel, sin saña” (José Martí: Versos sencillos, VII ).
A esos elementos podrían añadirse otras presencias, como la recuperación de arcaísmos castellanos, la inclusión de galicismos y el invento de palabras. Al fin, todo conformó la musicalidad modernista, nunca igualada.
Siempre, repetición
Del lujoso verso modernista, la poesía ha pasado a la supresión de aquellos cuatro elementos, de modo que la poesía se ha convertido en prosa cortada en líneas desiguales. A estas líneas llaman “verso libre” con una contradicción evidente pues el verso nunca es libre. Lo que define al verso es la repetición de elementos (número de sílabas, rima, etc.). Verso es repetición. El verso puede incluir los cuatro elementos mencionados, pero con uno basta. El más frecuente es el mismo número de sílabas (octosílabos, endecasílabos, etc.)
En cambio, lo que define a la prosa es la no-repetición. La prosa huye de las repeticiones de sonidos y de las frases que tienen el mismo número de sílabas. Por esto se considera mal escribir “La canción produjo sensación en la televisión”. Las letras “-ión” molestan; en cambio, en los versos se repiten finales de palabras y se llaman “rimas”.
El mal llamado “verso libre” no repite números de sílabas, rimas ni pies métricos; por tanto, es prosa. Sí pueden insertarse, por ejemplo, endecasílabos en un párrafo, como curiosidad, pero esto no convierte un párrafo en una estrofa. También, por humorada, pueden juntarse versos en un párrafo (“metricismo”), mas los versos reaparecen automáticamente al recitárselos en voz alta.
Así pues, no hay fases intermedias entre el verso y la prosa: o es verso o es prosa. Como dijimos, el “verso libre” es prosa y no tiene musicalidad porque carece de repeticiones intencionales. Esto no es un defecto de la prosa; es su esencia: no parecer verso. Para muchas personas, recientes libros de poesía son “feos” (es decir, carentes de eufonía), pero esta acusación es injusta porque el “verso libre” (= prosa) no está obligado a ser musical; al contrario, no debe serlo.
Poesía es emoción
De paso sea dicho, no hay “ritmo interior”. En el lenguaje, todo ritmo se reduce a número (número de sílabas) y a física (repetición de sonidos). Percibimos un ritmo porque algo se repite: solo hay que descubrirlo.
Por otra parte, el verso y la poesía no son lo mismo. El verso es solamente una forma de recitar o de escribir un texto (la otra forma es la prosa). En cambio, la poesía es una emoción producida por unas palabras. La emoción puede ser estética, pero también moral (en favor de la justicia, la paz, el amor y otros valores).
Puede haber verso, pero no poesía. Este es el caso de “De tin marín de do pingüé, / cúcara, mácara, títere fue”. Estas líneas son versos porque comparten una rima (-é), pero no son poesía; ni siquiera significan algo. Lo mismo ocurre con las jitanjáforas, estrofas humorísticas que presentan versos incomprensibles, aunque perfectos, como los escritos por el cubano Mariano Brull: “Olivea oleo olorife / alalai cánfora sandra / milingítara girófora / ula ulalundre calandra” ( Leyenda ). Para sus bellos Doce sonetos , Fabián Dobles también inventó palabras.
A la inversa, puede haber poesía (emoción) sin verso, producida solamente oyendo o leyendo prosa. La forma de escribir le es indiferente a la emoción poética. El verso es objetivo (puede fotografiarse). La emoción poética es subjetiva, individual, inefable, involuntaria e intransferible.
Herencia popular
Sería difícil precisar cuáles fueron los temas exclusivos del modernismo. Podría señalarse una intensificación del erotismo, no frecuente en los románticos anteriores; podrían sumarse ambientes indígenas americanos y personajes orientales (árabes, persas, etc.). Sin embargo, las princesas y los cisnes del Rubén Darío inicial ya vivían en la poesía infantil; los dioses griegos, en las églogas renacentistas; las reflexiones metafísicas, en la poesía mística...
Los modernistas no se ocuparon de la ciencia ni cantaron a las máquinas, como sí hicieron los futuristas italianos. Entonces, pues, la importancia del modernismo no reside en sus temas, sino en el lujo de su lenguaje; más precisamente, en su lujo musical, armónico o eufónico. Los modernistas no lo hicieron todo bien, pero lo bien que hicieron es insuperable.
¿Dónde reside la herencia armónica del modernismo? En las producciones esporádicas de ciertos poetas cuando escriben versos (= métricos); pero, sobre todo, la herencia reside en las letras de las canciones hispanoamericanas, como el bolero, el tango, la ranchera, el rock y el rap. Todas se escriben en versos, nunca en “versos libres”. Numerosas canciones son notables por la creatividad retórica de sus autores, de modo que no desmerecen del legado de la poesía culta.
En todo caso, solamente porque sigue las normas de la métrica y la rima, hay más música verbal en un cancionero impreso en los años 50 que en un libro de “versos libres”. Las ideas y las figuras literarias son ya otros asuntos, probablemente inferiores en el cancionero.
En general, y en lo que podríamos llamar “poesía culta” (no popular), la música del idioma ha muerto para siempre; empero, nos queda la vasta, la hermosa, la casi bailable música de Rubén Darío y del modernismo: es mucho –demasiado– para estar tristes.