Herejes es la palabra que ha sido usada desde siempre para señalar y para denigrar a todos aquellos que de una u otra forma se oponen a la autoridad, a aquellos que con sus ideas o con sus acciones, violentan un mito grupal, transgreden una norma o un mandamiento y encienden la llama de la crisis, del miedo y de la intolerancia en los otros, en esos a los que les sienta muy mal convivir con la diversidad en cualquiera de sus manifestaciones. Entonces, los persiguen, los queman, los expulsan de las ciudades, los encierran, los descalifican, los niegan, decretan contra ellos una muerte civil o, simple y llanamente, los matan.
Las herejías no son la consecuencia política de una sociedad religiosa, lo son de cualquier sociedad cerrada, dogmática y autoritaria. De tal forma que sus ejemplos son múltiples y se renuevan con el paso del tiempo. La lista es grande, pensar que Dios es mujer, un judío que retrata un rostro humano, la asociación estudiantil que conspira contra un dictador, el pertenecer a un grupo humano nómada que se resguarda en su cultura y en su gueto, las tribus urbanas de jóvenes que ya no creen en nada y se encuentran noche a noche entre la calle G y el malecón en la Habana contemporánea, entre ruinas físicas y morales, todas ellas son muestras de lo que Umberto Eco llamó “el río de la herejía”, que no termina de correr.
Herejes también es la fascinante novela de 500 páginas, publicada en el 2013 por la Editorial Tusquets, en la que el cubano Leonardo Padura cuenta tres historias unidas por una idea, por una familia judía y por un expolicía habanero que ahora es librero viejo y buscador espontáneo de excentricidades. La idea es la miseria que sufre una minoría perseguida o excluida en una sociedad autoritaria, la familia judía son los Kaminsky de Cracovia, que también son de Cuba y de Miami, y el expolicía no podía ser otro que Mario Conde, ese cincuentón derrotado, amiguero e inteligente que no abandona a Padura en ningún momento. Este personaje ha aparecido en varias de sus novelas anteriores y también recibió un merecido reconocimiento en su discurso de aceptación del Premio Princesa de Asturias en el 2015.
Los Kaminsky
En 1939, unos 900 refugiados judíos que viajaban a bordo del Saint Louis no pudieron desembarcar en la bahía de La Habana; ellos huían del horror del nazismo y tampoco pudieron desembarcar en la Florida, entonces tuvieron que dar media vuelta y regresar a Europa, donde muchos fueron a morir en los hornos de Hitler o sufrieron en sus cuerpos la violencia de los campos de concentración.
En el Saint Louis viajaban los padres y la hermana de Daniel Kaminsky, niño de nueve años que los esperaba en el puerto de La Habana junto a su tío Josef. Daniel nunca más volvió a ver a su familia y, ahí mismo, en un arrebato de ira y en medio de una crisis de identidad, quiso dejar de ser judío para siempre y hacerse cubano como los muchachos del barrio, esos mulatos con quienes callejeaba por la capital caribeña, los mismos que convirtieron a su tío Josef Kaminski, talabartero, en Pepe Cartera, su nombre de guerra en la ciudad.
Un cuadro de Rembrandt
En el siglo XVII, el maestro holandés pintó el retrato de un judío mesiánico y se lo regaló a uno de sus discípulos, Elías Ambrosius, quien también era judío.
Huyendo del estigma de hereje que pesaba sobre él por hacer retratos, Elías salió de Ámsterdam y en Polonia dejó el cuadro de Rembrandt en manos del médico Moshe Kaminsky.
Con ese cuadro, 300 años después, la familia de Daniel le quiso pagar a la burocracia migratoria, su permiso de ingreso a Cuba. Ellos se dejaron el cuadro y estafaron a la familia Kaminsky, que ya sabemos dónde terminó.
Ese cuadro recorre las tres historias de Herejes , en las que se entrecruzan, gracias al talento de una prosa fluida y envolvente, los géneros policíaco e histórico, en una novela que viaja por La Habana que vive Daniel Kaminsky entre 1939 y 1958, justo antes de irse a Miami, huyendo de un crimen. También cuenta cómo era la vida de Rembrandt en Ámsterdam y la de los judíos sefarditas en el siglo XVII, su comercio y su comunidad cerrada, una que también generó herejes.
De la mano de Mario Conde, Padura lleva la historia a La Habana del 2009, una ciudad derruida por el salitre y por la política, donde la generación a la que pertenece el detective ya ha perdido todos sus ideales revolucionarios y los jóvenes de las tribus urbanas, como los emos, no creen y no quieren creer en nada, son posmodernos, promiscuos, adictos y suicidas.
“Si ellos son post-modernos, yo soy postpolicía”, dice Conde, detective retirado que se sorprende ante la cultura de una generación de cubanos que él desconocía, esos muchachos que nacieron en los años 90, durante el llamado periodo especial, cuando se rompió el vínculo con la Unión Soviética y la Isla la pasó realmente mal.
Conde es ajeno a ese mundo y Padura, quien todavía vive en Cuba, en su casa del barrio de Mantilla que también fue la de su padre, lo usa para mostrar el mosaico de herejías que transitan las calles de La Habana en el siglo XXI.
Las historias
Bíblicos son los títulos de cada una de estas historias, el primero es El libro de Daniel ; el segundo, El libro de Elías y el tercero, El libro de Judith . Cada uno encierra reflexiones, implícitas en la narración y en los diálogos de los personajes, acerca de la historia cubana, las tradiciones judías, las persecuciones políticas y la tensión constante entre autoridad y disidencia.
Existe un cuarto libro que se llama Génesis , que cuenta la matanza, en el siglo XVII, de unos judíos polacos a manos de un grupo de cosacos sedientos de violencia y cargados de resentimiento social. Este último pasaje deja abierta la discusión sobre la crueldad humana, los niveles de violencia y maldad a los que puede llevar la intolerancia y la libertad que, finalmente, es el motor de las herejías cuando estas son vistas desde adentro, desde la propia percepción de los herejes.
A Mario Conde lo contrata un pintor judío-estadounidense para encontrar el cuadro de Rembrandt que perteneció a su familia. Él es el último heredero de la familia Kaminsky y viaja a Cuba para conocer el pasado de sus padres antes de huir a Miami.
Con esto sobre la mesa, el expolicía deja tirada la venta de libros viejos y se mete de cabeza en la historia de los Kaminsky, de Rembrandt y de unos jóvenes cubanos urbanos e inestables. Sus aventuras, sus reacciones ante todo lo que encuentra en el camino, eso que de vez en cuando le mueve el piso a su forma de ver el mundo, es lo que cuenta Leonardo Padura en esta novela, con la que, a su vez, dice que el río de la herejía también se asoma a las costas del país en el que vive.