““Cuando el poeta de una obra musical entrega su texto al compositor, debe hacerlo como quien cede un hijo o un discípulo a un nuevo amo”. Así escribía Wolfgang Goethe en 1786 a su amigo Philipp Kayser, aparentemente cauteloso por el hecho de que varios de sus poemas estuvieran siendo musicalizados por compositores contemporáneos suyos, entre ellos Franz Schubert.
Desde luego, no todos los grandes artistas han tenido la misma apreciación con respecto al maridaje entre aquellas dos disciplinas artísticas. Un siglo antes del comentario de Goethe, el compositor inglés Henry Purcell afirmaba:
“Música y poesía han sido siempre hermanas reconocidas, que caminan de la mano, se apoyan mutuamente; así como la poesía es la armonía de las palabras, así son las notas en la música' Ambas podrán destacarse por su lado, pero funcionan aún mejor si están juntas, y cada una hace a la otra más perfecta: es como si aparecieran belleza e inteligencia en la misma persona”.
No resulta sorprendente que, a través de los siglos, el refinamiento formal y el contenido emocional de las obras de los grandes poetas hayan inspirado irresistiblemente a los compositores, y que estos se hayan atribuido el derecho de incorporarlas como un elemento primordial en sus creaciones. En la mayor parte de las veces, el resultado ha sido la aparición de canciones de concierto de una gran profundidad y belleza.
Algunas veces, estas complicidades artísticas han sido premeditadas y consensuadas; otras tantas, desautorizadas y hasta agraviantes. Durante la primera mitad del siglo XIX fue común en Europa la musicalización de textos de autores alemanes, como Goethe, Schiller y Heine, en las hábiles plumas musicales de Beethoven, Mendelssohn, Schubert, Schumann, Franz y Wolf.
Décadas después, los compositores Debussy, Fauré, Chausson, Duparc y Hahn encontrarían su musa en los poetas franceses, como Victor Hugo, Baudelaire, Gautier y Verlaine. Para citar un caso latinoamericano, el compositor argentino del siglo XX Carlos Guastavino convirtió en canciones de concierto poemas de autores como Rafael Alberti, Gabriela Mistral y Pablo Neruda.
Musa costarricense. En términos generales, la creación de canciones de concierto en nuestro país no ha sido especialmente fecunda. No obstante, pueden encontrarse algunos ejemplos de este especial vínculo de dos artistas, destacados en sus propias ramas, unidos en la autoría de la letra y la música de una canción.
Por citar algunos de esos creadores, encontramos la coincidencia de los costarricenses Manuel González Zeledón (Magón) y Alejandro Monestel en las canciones “La cosecha”, “La propuesta” y “¡Cómo la quiero!”, o bien la conjunción de José Joaquín Salas Pérez y José Daniel Zúñiga en las composiciones “Oración matinal”, “El boyero” y “Caña dulce”. Igualmente, la compositora Rocío Sanz escribió sus “Canciones para niños” sobre textos de Carlos Luis Sáenz.
A su vez, el compositor Julio Mata expandió fronteras y se inspiró en la poesía centroamericana al escribir un ciclo de canciones sobre textos de los guatemaltecos Raúl Leiva y Rafael Arévalo Martínez, los salvadoreños Claudia Lars y Alfredo Espino, los hondureños Justo Pérez, José Trinidad Reyes y Rafael Heliodoro Valle, los nicaraguenses Alfonso Cortés y Rubén Darío, y los costarricenses Julián Marchena, Carlomagno Araya y Héctor Marín Torres.
Sin embargo, un caso muy particular sobresale en Costa Rica: el binomio artístico resultante en las seis canciones del compositor Félix Mata sobre textos del eximio poeta nacional Julián Marchena. Ambos autores se caracterizaron por no tener una producción especialmente vasta, pero sí dotada de una extraordinaria inspiración.
Vuelos supremos. Julián Marchena Valle-Riestra nació en San José en 1897. Luego de una estancia en México y Estados Unidos, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional en 1938, y más adelante, director general de Bibliotecas. Su único libro, Alas en fuga , vio la luz en 1941. Allí incluyó su más importante creación poética de varias décadas. Por esta excepcional antología y por su abnegada labor en el sistema de bibliotecas nacionales, Marchena recibió el Premio Magón en 1963.
Félix Mata Bonilla nació en 1931. Hijo del también compositor Julio Mata, Félix fue el primer licenciado en piano que graduó la Universidad de Costa Rica. No obstante, combinó su vocación musical con la profesión de odontólogo. Murió en 1980, a los 49 años, dejando un reducido catálogo de obras que comprende ocho canciones, una sobresaliente sonata para piano, una suite para cuerdas, y un trío para violín, violonchelo y piano.
En la década de 1970, Mata compuso las seis canciones con textos de Marchena, creadas con la colaboración con la mezzosoprano nacional Julia Araya.
La primera de las canciones se basa en el poema más célebre de Marchena: el soneto “Vuelo supremo”. Francisco Javier Mata, hijo de Félix, cuenta que, aunque la versión original es para canto y piano, primero se estrenó en una adaptación como una romanza para violonchelo y cuerdas en 1973. Seis años más tarde, Mata realizó la musicalización de los poemas “Silencio” y “La despedida”.
Amplia difusión. Las restantes obras corresponden al tríptico de sonetos titulados Marinas (“La mañana”, “La tarde” y “La noche”). Mata compuso este ciclo de canciones a petición de Araya para el recital de graduación del bajo Rafael Ángel Saborío en 1979. Cabe destacar que su padre, Julio, ya había puesto música al texto “La mañana” en la década de 1960.
Estas canciones son verdaderas joyas artísticas, a pesar de que los dos artistas no trabajaron conjuntamente en su creación.
Félix Mata respetó el ritmo poético de las obras de Julián Marchena, evitando giros melismáticos (varias notas musicales correspondientes a una sola sílaba.)
Las armonizaciones en la parte del piano son muy ricas en el empleo de armonías extendidas, principalmente del estilo jazz . La línea melódica está elaborada en una forma que emplea diestramente los recursos de la voz. Son canciones llenas de contrastes dinámicos que acentúan el contenido poético de una manera admirable y sugieren ambientes sonoros.
Estas obras han alcanzado difusión en nuestro medio, primeramente gracias a Julia Araya, quien las incluía en sus programas de concierto en los años 70. Más adelante, la soprano Zamira Barquero las divulgó. Este esfuerzo rindió frutos en el año 2005, cuando la Universidad de Costa Rica publicó las canciones de Félix Mata en una edición musical que estuvo a cargo de Zamira Barquero y Enrique Cordero.
El autor es pianista, doctor en Artes Musicales por la Universidad de Louisiana (Estados Unidos) y profesor en la Escuela de Artes Musicales de la UCR.