A 500 años de la muerte de El Bosco, su cuadro más famoso es ominoso como nunca, profético como pocas pinturas. El tríptico enigmático de El jardín de las delicias es el mundo en el que ahonda Pecado , nueva novela de Laura Restrepo: una realidad múltiple, fragmentada, un encuentro entre seres disímiles que quieren entenderse.
La escritora colombiana, quien participó en la cuarta edición del encuentro Centroamérica Cuenta , en Managua, dice que es una novela en la que se ha atrevido mucho. Lectores de obras previas como Delirio y Hot sur conocen su interés por los personajes puestos al límite, las morales fronterizas y abundantes entrecruzamientos de géneros literarios. En Pecado , se da gusto.
La autora colombiana, nacida en 1950, se caracteriza por su mezcla de géneros, de herramientas de periodismo, historia y ficción, en novelas como ‘Delirio’ (2004). En su nueva obra, sobre la que conversamos en una entrevista, explora personajes criminales, adúlteros, peligrosos, dañinos... Todos se enfrentan con sus “pecados” y sus faltas, sus esperanzas y sus posibilidad. En una estructura de tríptico –dividida en más partes– que emula el cuadro de El Bosco, expora la compleja relación entre bien y mal, luz y oscuridad, claridad y opacidad.
– En su trabajo ha recuperado o ha tratado de acercarse a realidades complejas de abordar, de digerir. ¿Por qué se siente atraída hacia esos temas?
–Nosotros vivimos situaciones extremas y tenemos que entenderlas. Para nosotros, la cotidianidad es algo que no es concomitante con la serenidad. Creo que es algo que no conocemos, que seguramente buscamos, pero lo que conocemos es la agitación, la situación límite; de alguna manera, la escritura es una manera de entenderlo, de exorcizarlo, purgar, a través de la prosa, lo que no podemos manejar en la realidad. Estoy consciente de que mucha la literatura colombiana es tremendista, pero, ¿cómo no?
”En Delirio , intenté hacer un drama de una pareja, que se llevara a cabo en el interior de un apartamento cerrado, y así empezó: la muchacha que enloquece y el marido que investiga en el pasado qué razones pudieron llevarla a la locura. Pero inmediatamente empezaron a tronar las bombas afuera y la guerra se me metió por todos lados. Estamos tan hechos de eso que no lo podemos evitar como tema. Lo que pasa es que temas más abstractos los he abordado con técnicas de la ficción y del periodismo. También recurrí sistemáticamente al periodismo, al reportaje, a las personas que han tenido la experiencia, para entender los recovecos del ser humano lidiando contra el mal”.
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¿Por qué le interesaba hablar de “pecado” hoy?
–Creo que interesa particularmente hoy, y no solo a mí. Es un tema que anda tratando mucha gente. Los temas flotan y uno tiene como unas antenas que captan lo que mucha otra gente también está captando. Creo que estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad en el cual se está jugando el todo por el todo. Esto no es nuevo: la humanidad ha experimentado muchas veces esa sensación apocalíptica de que o se da un timonazo definitivo, o las cosas se encaminan hacia su final.
”Hay una especie de limbo moral que hace que la discusión sobre la ética sea fundamental. Pecado se enmarca en eso; la palabra puede ser anacrónica, pero de todos modos creo que tiene su sortilegio y tiene ecos de ese sentimiento de culpa que todos cargamos. Pecado, desde luego, no se plantea barajar ningún tipo de solución en absoluto –¿quién soy yo para hacerlo?–, pero sí plantea perplejidades.
”En ese sentido, el amparo de una poderosa obra de arte, esa señal cultural tan fuerte que es El Bosco es como la sombra a la cual atenerse. Si bien es un cuadro que pinta la ética del pecado original, plantea al mismo tiempo muchas perplejidades, inquietudes, una suerte de pronóstico muy incierto, muy alarmante, mucho más que solo el de la ortodoxia cristiana. Al menos así puede ser leído hoy por las miles de personas que pasan frente al cuadro en el Museo del Prado y lo miran con fascinación, estupefacción e, incluso, con risa, porque el tríptico de El Bosco incluye el humor como parte de ese panorama tormentoso del pecado”.
– Justo hace unos días leía un ensayo de John Berger en el que decía que El jardín de las delicias era una especie de pronóstico de la globalización...
–Es que es un cuadro tan vivo... En Pecado , los capítulos son historias independientes unas de otras, fragmentarias, pero me interesaban los hilos conductores que las recorren todas. Uno de esos hilos es la fragmentación, la pérdida de la totalidad. Son de las cosas que uno aprende mirando el cuadro. Si bien tiene una suerte de melodrama que avanza hacia la tragedia final, en cada centímetro cuadrado hay una historia fragmentaria de una pareja, de un individuo, esa especie de seres amorfos entre lo humano y lo animal que está pasando por su propia ética, su propio momento psicológico y moral.
” Y no solo eso: hay fragmentación en el cuadro en la forma del cuerpo mutilado, hay piernas, hay orejas, hay culos, esas partes del cuerpo que salen de huevos…. Siempre la negación de la totalidad, la fragmentación como regreso a la barbarie, a la incapacidad de comprender”.
– En una entrevista reciente, usted se refería a la estructura de Pecado como algo inspirado en la narración audiovisual de televisión, cine… ¿Por qué incorporarla en su literatura?
–Los libros que he escrito son bien distintos entre sí, a pesar de que tienen obsesiones comunes fuertes. Siempre me ha parecido que el tema tiene su propio vestido, que uno debe buscarlo y que ese es el reto para uno como escritor y el compromiso con el lector. ¿Cómo hablar del limbo moral si no es por medio de la fragmentación?
”Ahora, los medios audiovisuales, ciertas series de televisión, ya lo tienen más que asumido y el gran público también, y en eso la literatura ha sido más lenta y las editoriales quizás más reacias a aceptar las formas que se escapan a las formulaciones tradicionales.
”Me gusta la agilidad de series como Black Mirror que se dan la libertad de tener un hilo muy fuerte, pero hace cada capítulo en un escenario y protagonistas distintos. ¿Por qué no hacerlo también en literatura?
”¡Es que mirar el cuadro te inspira a despelucarte! Es un cuadro hecho con una genialidad y un sentido de libertad tan grandes que piensa uno que esta suerte de apocalipsis no se puede hacer de forma mojigata. Hay que ir con todo”.
–Claro, porque hay que abarcar cada historia individual, cada forma de confrontar el pecado, cada manera de entender el dilema moral, que es lo que les ocurre a los personajes.
–Exacto. Ayer se me ocurrió una cosa que no puse en el libro y me dio lástima. Como buenos occidentales, leemos el tríptico de El Bosco de izquierda a derecha, como leemos todo; o sea, la placidez paradisiaca, luego la perturbación de los seres humanos porque se topan con el deseo, y finalmente el castigo. Pensaba que sería bonito, como los árabes, hacer una lectura a la inversa: empezar con el caos actual, pasar por ese panel de la mitad entendiendo el deseo ya no como pecado, sino como reconocimiento del otro (está la otredad explícitamente pintada), como una especie de reconocimiento a través de la atracción, del deseo, y finalmente la recuperación de una naturaleza plácida y la visión armoniosa del conjunto. No se me ocurrió al momento de escribir.
–No se buscan soluciones, sino dilemas en el libro, pero ahora que menciona ese reconocimiento de la otredad, ¿considera que podría ser un paso, algo necesario, para poder salir de la actual conmoción moral que vive la sociedad?
–No solo necesario sino imprescindible. Las grandes migraciones que estamos viviendo la hemos vivido desde siempre. Lo interesante es que ahora el primer mundo también afronta –los Estados Unidos con la migración latinoamericana y Europa con todo lo que se le está viniendo encima– están viviendo como problema de primer orden que no tienen idea de cómo resolver. Mientras no se resuelva, esto no tiene salida. Uno siente como se va acumulando la violencia por parte y parte. Por un lado, surge un fundamentalismo religioso muy agresivo y ofensivo, y por otro, una tendencia hacia un fascismo racista y nacionalista que te para los pelos de punta. No más Trump: míralo como encarnación de esta tendencia al desconocimiento del otro llevado a su punto, por un lado más payaso, y por otro, más trágico.