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Histórica. Vista desde el este del edificio de la Librería Lehmann, en avenida Central, hacia 1920. Esta es una fotografía de Manuel Gómez Miralles.
Andrés Fernández
Como respuesta al obispo Thiel y a su preocupación por el estado espiritual de su rebaño, monseñor Sanabria apuntó: “por otros medios atendió solícito el Prelado al adelanto cultural del clero y de los fieles”.
“Al del clero, disponiendo que en la Curia Eclesiástica hubiese depósito de algunas obras científicas de carácter eclesiástico que podían adquirir los sacerdotes en favorables condiciones, y al de ambos, recomendando a algunas librerías las obras que mejor pudieran servir para el progreso cultural y religioso de todos. Es de justicia decir que entre las librerías religiosas o de criterio católico, que mejor satisfacieron (sic) aquellas recomendaciones del Prelado, la que más se distinguió fue la fundada por don Antonio Lehmann” ( Monseñor Bernardo Augusto Thiel. Segundo Obispo de Costa Rica ).
Un librero y una librería
Antonio Lehmann Merz nació en 1871, en una familia de agricultores alemanes, pero se preparó durante seis años como librero y editor al servicio de la Editorial de Benjamín Herder, tras lo cual obtuvo el derecho a presentar el examen en su oficio en 1889. Tres años más tarde, se trasladó a la ciudad de Quito, Ecuador, donde fundó una librería, mientras colaboraba con el obispo Pedro Schumacher en varias de las obras diocesanas.
Sin embargo, en 1895, estalló en Ecuador una revolución liberal cuyo primer blanco era terminar con los religiosos extranjeros, lo cual dio lugar a un atentado contra Schumacher. En tales circunstancias, Lehmann tuvo que emigrar, para llegar finalmente a Costa Rica, invitado por monseñor Thiel.
Una vez aquí, con la cooperación del obispo y de los padres paulinos, el inmigrante adquirió un equipo de imprenta y fundó su negocio, en 1896, con el nombre de Librería Católica.
Instalada en una vieja casa ubicada en calle 4, entre avenidas 2 y 4, comenzó la librería con cuatro empleados que vendían libros religiosos y científicos importados, rosarios y papelería en general, mientras que la imprenta producía breviarios y carteles para anunciar turnos y actividades eclesiásticas.
En 1904, Lehmann trasladó su negocio a un local donde había estado por años la Librería e Imprenta Trejos, en avenida central, entre calles central y 2.
Allí amplió el negocio e incluyó la venta de artículos de librería, material didáctico y literatura en general; además, aumentó el personal.
Con el traslado, el negocio cambió su nombre por el de Librería Antonio Lehmann y pronto se convirtió en el lugar favorito de los más destacados letrados costarricenses de la época, muchas de cuyas obras empezarían a salir editadas allí también.
Después, figuraban entre sus colaboradores cercanos Juan Trejos, Agatón Lutz, Carlos Federspiel y Federico Sauter, quien había venido de Alemania para asumir la administración del negocio.
Un edificio propio
En 1912, Lehmann decidió regresar a Alemania con su familia, pues ya habían nacido sus tres hijos y él tenía el propósito de educarlos en Europa. Preocupado por dejar el negocio en buenas manos, le transfirió, mientras tanto, la sociedad a Sauter.
Fue en esos primeros años de su ausencia, que los citados colaboradores alcanzaron nuevos avances comerciales, incluida la adquisición del terreno ubicado en avenida central, entre calles 1 y 3, con el fin de construir un local propio.
El nuevo edificio fue una creación del ingeniero-arquitecto costarricense Jaime Carranza Aguilar, que realizó sus estudios en Hamburgo, Alemania, y que había diseñado también el del Banco Anglo Costarricense, ubicado al frente de la Lehmann.
La edificación de la librería se construyó en mampostería de ladrillo con una estructura metálica en el entrepiso y la cubierta de techo. Se dividió en dos cuerpos, uno frontal de dos plantas, que servía originalmente como despacho y oficinas administrativas, y uno posterior, de una planta, usado como taller para la imprenta, litografía y encuadernación.
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Adentro. Así se veía la imprenta, litografía y encuadernación de la Lehmann en los años 20. Esta imagen también la tomó Manuel Gómez Miralles.
El espacio frontal exhibe una fachada de estética neoclásica en su variante romántica, por lo que, en su simetría, dos cuerpos apenas salientes flanquean el frontispicio remetido, con la entrada principal rematada con arco de medio punto. Verticalmente, ocho pilastras de orden gigante, rematadas con capiteles de influencia corintia, dividen entre sí los vanos de puertas y ventanas.
En el nivel superior, el intercolumnio resultante da lugar a unas floreadas guirnaldas, seguidas de un arquitrabe con triglifos y unos modillones que simulan soportar el alero de la cubierta a modo de cornisamento.
En el antepecho de las ventanas superiores, las molduras se aprovecharon para anunciar la librería y sus múltiples servicios; decoraciones todas, ejecutadas por el catalán Gerardo Rovira.
El cuerpo posterior del edificio, a su vez, era de planta libre e interrumpida apenas por la estructura de estética más bien victoriana, como lo evidencian las columnas que ascienden hacia el monitor que proveía de luz y ventilación natural al taller de la empresa, y que aún puede apreciarse, hoy como parte de la tienda.
Crisis y arbitrariedades
La librería se trasladó al nuevo edificio en el año 1917, mientras se aprovechaba para montar allí una imprenta con los últimos adelantos técnicos y editoriales de la época.
Mientras los Lehmann estudiaban en Alemania, Sauter asumió la parte del fundador y rebautizó el negocio como Librería Lehmann-Sauter y Compañía.
Fue con esa razón social que la empresa enfrentó la crisis de los primeros años 30, hasta que regresó al país Antonio Lehmann Ringwald, hijo de Lehmann Merz, quien compró la parte de Federico Sauter.
Lehmann Ringwald reorganizó la librería e imprenta, la cual empezó a producir masivamente los textos de enseñanza usados en nuestras escuelas y comenzaron también a satisfacer la demanda internacional.
En ese apogeo comercial e industrial de esta empresa sobrevino la Segunda Guerra Mundial, a raíz de la cual se desató la persecución de la administración Calderón Guardia contra los alemanes, por lo que Lehmann Ringwald debió retirarse de su negocio al ser expulsado del país.
La librería quedó en manos de diversas personas, que la operaron con el nombre de Librería Atenea.
Pasada la guerra y reincorporado Lehmann Ringwald, en 1950, la empresa recuperó en gran medida su pujanza. No obstante, en el ínterin, gracias a un arbitrario decreto ejecutivo, había perdido su edificio.
No obstante, como hicieron antes, de los talleres y del despacho de aquel venerable inmueble josefino, siguieron saliendo muchas de las obras educativas, literarias e historiográficas de algunos de los más importantes autores costarricenses.
Aun a costa de alquilar su propia sede –en la actualidad–, la que fuera una librería católica al principio, de manos de la familia Lehmann –hoy en su cuarta generación–, sigue siendo hoy en día un referente cultural de la ciudad, ubicado en uno de sus más emblemáticos edificios.