En medio de dos columnas altas y oscuras, dos figuras se unen. Son humanos, pero sus rasgos han sido exagerados hasta el extremo: las figuras se acercan mucho a lo grotesco, pero sin serlo; se mantienen en ese equilibrio de cosas que desagradan pero a la vez atraen, como un accidente de tránsito o una campaña electoral.
Las intenciones de las figuras son confusas: tanto parecen abrazarse como rechazarse. ¿Será posible hacer ambas cosas al mismo tiempo? ¿Será posible esa dualidad? ¿Podremos trabajar como uno, pese a nuestras discrepancias?
Edgar Zúñiga se hace muchas preguntas. Le interesan la condición humana, sus retos y sus goces; sus capacidades, sus problemas. Su trabajo y su alma son las del artista, pero sus anhelos tienen mucho que ver con el humanismo. Precisamente esta es la raíz de la que nace la muestra Introspección en nuestra realidad, que el celebrado escultor exhibe en Plaza Tempo (Escazú) .
Sobre las 14 esculturas que componen la muestra, Zúñiga dice: “Las obras reflejan la situación actual del ser humano: no del costarricense, ni siquiera del latinoamericano. Lo que intento explorar es un concepto universal, pertinente a la humanidad en general: su lucha constante por tener una existencia digna, por conseguir una equitativa distribución de las riquezas, por la emancipación, por dar final a las divisiones entre nosotros, por acabar con la miseria”.
Las piezas de Introspección en nuestra realidad podrán ser nuevas –todas ellas fueron compuestas a lo largo de los últimos dos años, y solo una de ellas ha sido expuesta con anterioridad–, pero la temática ha sido constante a lo largo de la carrera de Zúñiga.
“La figura humana es el elemento central”, expresa.
No miente: cada escultura está cargada de movimientos violentos, casi desesperados, que, junto a la opresiva quietud de las columnas, resaltan la sensación de lucha, de querer romper el silencio. “Las texturas fuertes expresan energía”, agrega Zúñiga.
“Las columnas simbolizan los elementos de la sociedad que inhiben el ejercicio de la dignidad y de la libertad. Los seres humanos son parte de esa sociedad, es cierto, pero al mismo tiempo quieren escapar: la doblegan, la seccionan y, en ocasiones, cargan con ella con la intención de transformarla”, dice el escultor.
Su discurso tiene una fuerte carga social, de la que no puede deshacerse –ni planea hacerlo: es su modus operandi –.
Sin embargo, Edgar tiene clara su vocación artística y está consciente de que el mensaje no funciona por sí solo, de que cada intención humanista suya es parte de un trabajo con fuertes pretensiones estéticas.
“De nada vale esto si el resultado no es un trabajo que genere gozo”, apunta el escultor
Origen. “Aunque no éramos pobres, crecí viendo la miseria desde muy cerca. Eso me sensibilizó para siempre con los temas concernientes a la condición humana”. Así responde Edgar Zúñiga cuando se le pregunta por qué su obra aborda dichos asuntos.
El escultor rebobina: “Nací en un barrio muy sencillo. Mi familia vivía una situación un poco mejor que la de los vecinos, pero yo crecí jugando con niños pobres. No viví en la pobreza, pero la conocí en primera fila”.
La madre de Zúñiga tenía un taller de imaginería religiosa, en el que realizaba pasitos y esculturas similares; su padre, Manuel María Zúñiga, fue uno de los mayores maestros en la historia de la escultura costarricense. Edgar decidió seguir sus pasos y ya desde los 16 años escogió el cincel como su camino de vida.
Durante los años 70, en su paso por la Universidad de Costa Rica, Zúñiga se involucró en los movimientos de protesta propios de la época. Esto desarrolló en él un sentido de conciencia social y política. El joven artista se incorporó en movimientos sociales. Su cosmovisión pasaba por la búsqueda de la equidad y de un mundo mejor.
“En aquellas épocas me dedicaba a hacer esculturas para iglesias. Algo de ironía había en aquello, ¿no le parece? Yo estaba metido en luchas sociales, y mi trabajo estaba en los templos”, cuenta Zúñiga riéndose.
Una década más tarde, en los años 80, Zúñiga abandonó las imágenes religiosas y decidió dedicarse por completo a desarrollar su estilo propio.
Dice Zúñiga: “ No he abandonado los ideales sociales de entonces, pero sí los he modificado. Mantengo, ante todo, una esencia humanista: el deseo tener una sociedad mejor y más digna”.
Introspecciones. En su nueva exposición, los materiales forman parte del lenguaje; permiten al artista hacer distintos juegos entre lo dinámico –las figuras humanas– y lo inamovible –las columnas–.
Introspecciones en nuestra realidad es el resultado de una extensa investigación de la resina que Zúñiga ha llevado a cabo en años recientes.
El escultor la utilizó en las figuras humanas; todas ellas imitan complicadas posiciones en cada una de las esculturas. “La resina me permite obtener texturas, gestos y rasgos más claros, más potentes”, señala Edgar.
Las columnas, por otra parte, presentan dos variedades: las mayores son de acero corten; las más pequeñas, de hierro. Sin embargo, ambas se comportan visualmente de la misma manera y se apegan a colores parcos.
“Resalto también el comportamiento de la Galería Plaza Tempo. El espacio es agradable, la obra respira bien, la gente puede detenerse a ver cada obra sin sentirse presionada. El arte en Costa Rica necesita más lugares así. Antes los teníamos en el centro de San José, pero con el tiempo desaparecieron. Ojalá hubiera más galerías como esta”, dice.
Solo una de las obras rompe con la dualidad acero-resina: Torbellino social es una gran columna, ubicada en el centro de la muestra, que asciende en espiral. De ese gran tronco de resina nace una docena de figuras humanas que parecen querer escapar de la estructura y, al mismo tiempo, la componen, le dan forma: sin ellas, la obra no existe.
Esta obra es, en todo sentido, una alegoría de la visión de mundo de Edgar Zúñiga.
Plaza Tempo se sitúa junto a Price Smart, en Escazú (San José), hasta el lunes 6 de abril, inclusive. La exposición puede apreciarse en Semana Santa porque está en un lugar abierto.