Verónica Ríos veroriosq@gmail.com
Definitivamente, Manuel Ortega y Alí Víquez se divirtieron escribiendo a cuatro manos Los peces de Cooper. Aprovecharon la oportunidad para reírse de sí mismos y de sus carreras académicas. Van más allá de un sentido del humor autodespreciativo pues la burla se extiende hacia la academia en general.
El texto muestra la impertinencia universitaria ante los saberes de la vida, la parcialidad acomodaticia de la docencia e incluso el martirio que significa hacer investigación en este pequeño país. Sin embargo, la queja ante el oficio está muy lejos de ser el punto central de la novela.
El dueto autorial se proyecta en la novela a través de dos hermanos: un poeta no reconocido que paseó por las aulas universitarias, y su hermana, una física teórica dedicada a la investigación. A raíz del desempleo del primero y de la necesidad de averiguar quién es el traidor del equipo de trabajo de la segunda, el poeta adopta el rol de detective y se involucra de lleno en el ambiente de trabajo de la científica.
Parece que esta será una novela policíaca más, cuya innovación consiste en plantear el robo de un algoritmo crucial para la ciencia y la tecnología. Sin embargo, el apego a la racionalidad y los valores lineales de la Ilustración que alimentan las dos investigaciones en curso (policíaca y científica) rápidamente se desvanecen.
La no linealidad, el caos y la complejidad son los culpables. Esta tríada conceptual nutre, sin pedir permiso, la dinámica del equipo de trabajo de su hermana, pero también la vida misma.
La investigadora experimenta en carne propia cómo el trío afecta y paradójicamente explica el hallazgo científico descomunal que perseguía: la superconductividad. En un movimiento borgiano trasladado a la ciencia, la investigación imita la vida y viceversa.
Por una parte, la superconductividad se define en la novela como “fenómeno colectivo en el cual muchos componentes conspiran para comportarse en bloque, como si pudieran ponerse de acuerdo, como una propiedad emergente”.
Por otra parte, las alteraciones no consideradas, los tropiezos y los retrasos del equipo, es decir, la no linealidad, el caos y la complejidad llegan a buen puerto y, por tanto, se da el descubrimiento.
Se presenta entonces una tautología: la superconductividad explica la superconductividad. Como en un dibujo de Escher, la mano dibuja la mano que dibuja la mano, y así al infinito. Que la novela se sitúe en Costa Rica, en medio de un asiduo ejercicio de pecados capitales, cortes de luz y recuerdos agridulces, refuerza aún más el razonamiento circular.
El texto y su escritura tampoco escapan del efecto demoledor de esa tríada conceptual. El poeta pasa de ser investigador en ciernes a mero espectador, testigo y cronista de una cadena de acciones fuera de su control.
De hecho, el texto se descontrola. Un lector despistado podría pensar inicialmente que hay errores de edición, pero la frecuencia y la lógica situadas detrás de las alteraciones más bien se convierten en un guiño a la experimentación a la Oulipo y al caos como productor textual.
Surgen así intercalaciones cortazianas y juegos espaciales con la página. Ante la imposibilidad de mantenerse al margen, los autores se dejan arrastrar por el juego que ellos mismos han creado y se asoman en el texto.
Con humor, la reflexión acerca de esas dos vías de observación del mundo, ambas totalmente inyectadas de pasión, se lleva al plano de la complementariedad; es decir, de un verdadero ejercicio interdisciplinario.
Evidentemente, Víquez y Ortega supieron entretejer sus saberes, y, más allá de ese logro, lo mejor del caso es que no gastan palabras ni páginas en discusiones estériles acerca de la superioridad de la ciencia o de la poesía. Ninguna ilumina el camino por seguir de la humanidad. Las dos se encuentran en estado absoluto de indefensión-fascinación ante la vida misma.
No está de más repetir la advertencia planteada en la contratapa. Quienes desde ahora piensan en destrozar la novela porque sí, y quienes, desde el otro lado del ring , se regocijan por la vitalidad del género en Costa Rica, deberán guardar sus guantes de boxeo. Esta no es una novela de ciencia ficción: es ciencia en la ficción y –¿por qué no?– ficción en la ciencia.