Para los mayas, Ixchel era la diosa de la Luna y el tejido. Su hija Ix Chebel Ya’ax era la patrona de los bordados. Por ello, los artesanos tejedores les consagraban los hilos que utilizarían, y las niñas, al cumplir siete años, les ofrecían su primer tejido a dichas divinidades. Ambas tradiciones demuestran la importancia que estas artes tenían para los mayas y muchos otros grupos indígenas de México.
A través de generaciones, las virtuosas manos de muchos artesanos trabajaron para crear prolijas piezas: el arte textil mexicano transforma los objetos más cotidianos en maravillosos ejemplos de una gran tradición ancestral.
“Los tejidos son parte inherente de la población pues es fácil encontrar hombres y mujeres de pueblos originarios que visten y venden sus tejidos en mercados al público y a los turistas”, asegura Eric Chávez Santiago, encargado del área de enlace educativo del Museo Textil de Oaxaca, a Áncora.
Chávez explica que las técnicas, los cortes y los tejidos son tan variados como los pueblos que componen esa nación. La identidad mexicana se teje en las historias que dan lugar a los hilos y los motivos de sus trajes.
Hilvanes de culturas. Son muchas las puntadas que conforman los trajes mexicanos actuales: por un lado, la herencia de los grupos indígenas; por otro, la influencia de los españoles.
Antes de la colonia, la vestimenta femenina se componía de un huipil, una faja y un enredo (o “falda de pretina”). La llegada de los españoles a América además trajo las blusas, las faldas y los rebozos.
El huipil es un traje utilizado por los pueblos indígenas de varias regiones mexicanas, como los estados de Chiapas, Puebla y Jalisco. Su nombre proviene del náhuatl huipilli (blusa o vestido adornado), y por lo general consta de uno o más lienzos de tela unidos que dan lugar a una tela rectangular cosida a los lados y con una abertura para introducir la cabeza.
Esos trajes suelen ser llevados por mujeres, pero también se incluyen en la vestimenta masculina. Algunos cumplen con un importante uso ritual y religioso, como los huipiles mazatecos. Estos constan de tres piezas de tela de lino blanca que se adornan con dibujos llenos de simbolismo: el águila de dos cabezas y la xicalcoliuhqui (serpiente escalonada) son motivos prehispánicos.
Un pieza posterior a la llegada de los españoles y representativa de México es el rebozo, que se fabrica con lana, algodón o seda, y tiene múltiples usos: sirve como chal y bufanda, y se utiliza para cargar a los hijos. Esta prenda está profundamente arraigada en la cultura: los rebozos fueron parte de la vestimenta tradicional de las “Adelitas” de la Revolución Mexicana (mujeres que participaron como enfermeras, soldados o cocineras). También aparece en los autorretratos de Frida Kahlo.
Las ciudades de Santa María del Río y Tenancingo, en el estado de México, se disputan la supremacía en la confección de rebozos. Así, Santa María del Río de San Luis de Potosí se conoce como la “Cuna y capital mundial del rebozo”.
Uno de los mejores “reboceros” es Evaristo Borboa Casas, oriundo de Tenancingo. Borboa obtuvo del Premio Nacional de Ciencias y Artes del 2005. A sus 86 años asegura que “se morirá con los hilos en la mano”, tal y como declaró en la revista Artes de México en el 2008.
“La vestimenta de los hombres también varía con telas hechas en telar de cintura con brocados, o mantas industriales con bordados. El vestido masculino suele componerse de camisas (‘cotones’) y pantalones (‘calzones’)”, afirma Eric Chávez. En las regiones frías es indispensable el uso de gabanes y sarapes para protegerse del clima.
Una pieza interesante es el quesquémel (del náhuatl quechquemitl, ‘prenda del cuello’), que se utiliza exclusivamente en México. Este consiste en dos lienzos rectangulares que se colocan en escuadra y se unen mediante una costura. Se coloca sobre los hombros para proteger del frío, a la vez que deja los brazos libres para permitir el movimiento.
Teñir fino para hilar colores. Las técnicas de elaboración demandan mucho tiempo. Los telares permiten crear las fibras, y hoy es habitual el uso de telares de cintura y de pedal.
Los telares de cintura son los más antiguos y aparecen en los códices mayas y nahuas. Estos se caracterizan porque el artesano los sujeta a un extremo de su cintura con un ceñidor de cuero llamado “mecapal”.
Los telares de pedal llegaron con los españoles en el siglo XVI y constan de una armazón de madera que permite crear piezas más anchas que un telar de cintura. Son utilizados para crear telas más grandes, como cobijas y manteles, ya que aceleran la labor del tejido.
En ambos casos, los telares se conforman por la urdimbre (un conjunto de hilos colocados verticalmente) y la trama (hilos que se colocan horizontalmente de diferentes maneras para crear motivos en la tela). Tejer es precisamente pasar la trama por la urdimbre y crear dibujos según el tipo de tejido: el plano, el de gasa, el de sarga o el enlazado (vea infografía).
El uso del telar implica un arduo trabajo y es tan solo uno de los pasos de la labor de estos artistas. Por ejemplo, para crear un rebozo en un telar de pedal, deben seguirse de 14 a 17 pasos que incluyen el devanado del hilo (enrollarlo en un eje), el urdido (enhebrar los hilos en la urdimbre) y el pepenado (repartir los hilos para formar los cordones).
También deben incluirse el teñido, el almidonado y el empuntado (remate con hilos al inicio y al final de la urdimbre para evitar que el tejido pierda su forma).
Actualmente aumenta el uso de tejidos sintéticos, pero los más apreciados siguen siendo los de fibras naturales: algodón, seda y lana de oveja. Asimismo, algunos creadores –como las mujeres de la cooperativa de artesanas de San Pedro Cajonos en Oaxaca– continúan con el tradicional uso de tintes naturales.
Las tinturas incluyen orígenes que podrían parecer insólitos. El color rojo encendido utilizado en la zona mixteco-zapoteca proviene de la cochinilla, un insecto al cual se refirió el fraile Bernardino de Sahagún en el siglo XVI:
“Al color con que se tiñe la grana llaman nocheztli , quiere decir, sangre de tunas, porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que se llaman cochinillas, apegados a las hojas, y aquellos gusanos tienen una sangre muy colorada”.
Otros tintes que se utilizan aún hoy podrían salir de la cocina, como el achiote, o bien, formar parte del jardín, como la planta del añil. Para que los tonos se adhieran deben usarse fibras naturales que se sumergen reiteradamente en tinte caliente. En el caso del añil, el teñido puede tardar hasta 21 días si se desea un azul índigo intenso.
Lo intrincado del proceso de realización y el costo de los materiales hacen que los tejidos artesanales sean cada vez menos frecuentes.
La poetisa del pueblo tzotzil Lexa Jiménez relata que la Luna fue la maestra del tejido para los indígenas de Chiapas: “‘Ustedes deben tejer’, les dijo a las primeras madres. / ‘Ustedes deben hilar’. / Les enseñó a tejer desde allí arriba. / Así fue que empezó el tejido”. Ahora, la esperanza es que estas bellas artes no sean olvidadas.