Su cabeza canosa sobresale en un teatro en penumbra. El escenario está lleno de actores, acción y luz; allí están sus pensamientos y su mirada. Mientras el ensayo se detiene para solucionar temas de música e iluminación, Luis Fernando Gómez sube a las tablas y no cesa de dar indicaciones aquí y allá: le muestra a fulano cómo debería ser un movimiento, le explica a zutana el trasfondo de su parlamento, le pide a menganito recordar el cambio que ya habían acordado.
Lentamente, el director teatral baja las gradas del escenario y cruza la luneta para afinar detalles con la asesora del movimiento, con el compositor, con el escenógrafo y con el encargado de la iluminación. Retoman el ensayo y vuelve a sentarse.
Está concentrado, pendiente de todo; ceñudo el rostro. Pasan si acaso dos minutos y se levanta a buscar su libreto y observar aún más cerca.
Puede cambiar la obra y los recursos, variar el número de actores, sustituir las motivaciones y ambiciones de la puesta escena, pero no se modifica el proceso ni las demandas de este artista. Lo demuestra camino al estreno de La Orestíada , proyecto largamente anhelado en el que Gómez no solo asumió la dirección, sino también la adaptación de los textos –labor que realizó en conjunto con Elsa Atencio, su esposa–.
Labor muy obsesiva
Ni antes ni después del estreno, este hombre de 72 años tiene verdadera paz. Reconoce que el del director es un trabajo muy obsesivo y requiere estar pendiente de un sinfín de detalles; él vuelve acción estas exigencias.
“Siempre, el director o el actor debe tener un solo compromiso, que es la excelencia; luchar para que lo que uno haga sea lo mejor posible. Eso estará sometido a la opinión de la gente; algunos dirán que está bien, otros que está mal y se emitirán todos los juicios posibles... Siempre me ha preocupado que aún cuando digan ‘esto no me gustó’, no puedan decir ‘esa gente no dio todo lo que tenía’”, afirma.
Es demandante; sin embargo, los años sobre las tablas –más de cinco décadas como histrión y tres de ellas también como director– lo han vuelto más sereno, más flexible. “Conforme uno va adquiriendo experiencia, lo fundamental es que uno va canalizando mejor las energía y no la va desperdiciando tanto. Cuando se dan los primeros pasos en esto, hay más angustia de la necesaria para poder salir adelante. Ahora, trabajo mucho y es muy desgastante, pero sé qué dosis de energía darle a cada cosa”.
Mucha investigación
Los actores lo describen como un director muy estudioso, serio y trabajador. “Es un gran tipo; se prepara muy bien y le ayuda mucho al elenco a comprender el texto”, asegura Mariano González.
No se equivoca; cuando Gómez se encuentra con los actores y colaboradores, ya ha estudiado profundamente el texto de la obra durante varios meses y les lleva propuestas o “caminos a seguir bien trazados”, los cuales pueden ser modificados y mejorados por el aporte colectivo.
Leonardo Perucci, conocido histrión del teatro y la televisión, subraya que este director conoce mejor que nadie los problemas del actor y está anuente a escuchar sugerencias. “Facilita el trabajo y lo colectiviza más”, agregó .
Gómez admite que su conocimiento del trabajo actoral le permite ahondar en el proceso, lograr una fluida y franca comunicación con el elenco y entender que, como seres humanos y artistas, tienen altibajos muy particulares. Es usual que él comparta créditos con profesionales que lo han dirigido, con compañeros de elenco y con exalumnos suyos.
Nunca aparta, además, al docente que ha sido; con gran respeto, quienes trabajan a su alrededor tampoco lo dejan olvidarlo. “Maestro, cuando usted mande”, le dicen.
Cuida mucho, asegura, aspectos como la escenografía, el vestuario, la música y la iluminación, para lo cual mantiene un diálogo constante –y discute mucho– con los profesionales a cargo de dichas labores en su equipo.
El estreno de una obra no es el punto final para su labor. “Siempre hay cosas que se pueden hacer mejor; esto no para. Vengo a menudo a las funciones para supervisar”.
¿Cómo asume la crítica? Las escucha todas. “Pongo mucha atención a la opinión del público porque encuentro muchas enseñanzas, me enriquecen”.
Procura no regodearse en sus éxitos y es bastante autocrítico.
No se cansa de repetir que es inmenso el número de gratificaciones que le dado el teatro, arte que se le atravesó en su destino y se convirtió en su gran pasión.
Sus inicios
El joven Luis Fernando Gómez estudiaba Química en la Universidad de Costa Rica y se aventuró en el Teatro Estudiantil Universitario –agrupación dirigida por el destacado Daniel Gallegos–; aquella experiencia le cambió la vida. Después de cinco décadas de carrera, él es uno de actores y directores más prestigiosos y premiados del teatro costarricense.
Este profesor del Taller Nacional de Teatro durante tres décadas y exdirector de la Compañía Nacional de Teatro está pensionado y muy activo: lidera La Orestíada y forma parte del grupo Crono, que presentó con éxito, en el 2015 y el 2016, Esperando a Godot .
“Ahora tengo más tiempo para dedicarle al teatro. Sigo haciendo esto porque me apasiona”, detalla sin dudas.
Su carrera ha sido prolífica; sin embargo, él no lleva cuentas ni guarda recortes ni evidencias sobre su paso por las tablas para su currículo. “No guardo nada de eso... Para mí lo más importante y lo mejor que tengo que hacer es lo que hago hoy. Lo que hice ya pasó; algunas cosas las recuerdo con gran satisfacción, otras no tanto. Nunca he cuantificado cuántas obras he hecho; sí son muchas porque tengo más de 50 años de ser actor”, explica.
Y agrega: “Amo lo que hago. No siempre las cosas en la vida salen como uno quisiera, pero me queda la consciencia tranquila de que he hecho lo mejor posible”.
Con una chispa encendida en la mirada, aún le parece increíble cuando, en un teatro repleto, la gente aplaude de pie, y, por el contrario, no puede evitar entristecerse cuando un gran esfuerzo no da buen resultado –“espero que eso pase cada vez menos”–.
En este viaje, todavía lo maravilla enfrentarse a un personaje como actor y a un espectáculo como director. La pasión puede ser una fuente inagotable.