Han pasado cuarenta años y María Torres aún agradece que le tiemblen las piernas antes de salir al escenario. El público no es nada nuevo para ella, ni ella para el público. Su distinguida sonrisa y sus personajes (nadie puede olvidar a Elodia, la tía Maricucha, ni a los demás rostros únicos de su mundo) están sembrados para siempre en el imaginario costarricense.
Solo con sus anécdotas podrían llenarse todos los teatros del país. Con su carrera en teatro, radio y televisión todo un país la reconoce y la aclama.
Para celebrar su aniversario de carrera, ha preparado el drama La foto, estreno de esta semana en el Teatro El Triciclo, donde dirige y actúa. Desde este recinto teatral josefino, en el que la obra tendrá funciones los jueves a las 8 p. m., la mítica intérprete de 59 años repasa las aventuras que le han dejado estas cuatro décadas de oficio.
–En una antigua entrevista usted había dicho que de pequeña quiso ser monja, aeromoza y profesora de preescolar. ¿Cómo toma ese recuerdo cuarenta años después de dedicarse a la actuación?
–Es maravilloso. Ayer estaba tratando de hacer una revisión de lo que ha sido mi carrera y no tengo más que gratificaciones. Siempre estuve en el lugar exacto en el momento indicado. Tengo cuarenta años de no parar.
–¿Cuál fue el punto de inflexión que la hizo decidirse a la actuación?
–Yo entré a la universidad a estudiar preescolar y una amiga que me ayudó con la matrícula me dijo que agarrara taller de teatro. Fue tanta la fiebre que al año siguiente entré a artes dramáticas. Fue algo muy casual. Ella me dijo que los amigos que se hacen en el teatro son para toda la vida. Tenía razón. Le hice caso y mirá dónde terminé (risas).
–¿Agarró confianza rápidamente en el teatro?
–El primer montaje que hice fue en el Teatro Universitario en el julio de hace cuarenta años. Comencé con un papel de pueblo, en el que entraba al puro final. Ese mismo año, en noviembre, hice un papel protagónico en el Teatro Carpa y entendí que el nerviosismo es para siempre. Es algo que no se quita. El día que se quiten las mariposas en el estómago se quitan las ganas de hacer teatro. Es parte del encanto. La ansiedad, el susto, la presión de qué va a pensar la gente...
–¿Cómo asumió esos primeros montajes? ¿Le decía a su gente cercana que la fuera a ver?
–Para ese primer montaje fue a verme mi tía. Es una historia muy linda porque esa fue la única vez que me ha ido a ver y es la única vez que ha ido al teatro. Ahora cumple 90 y, al igual que toda mi familia, siempre está muy cercana a mí, apoyándome. Mis hijos, por ejemplo, son todos unos fans. Cuando estuve en Tu cara me suena se enojaban porque decían que la gente tenía que aplaudir más (risas).
–Ya que comenta sobre esa experiencia en televisión, ¿cómo sucedió el cruce del teatro a la televisión?
–Sucede porque estás en el momento justo. Yo estaba muy joven (tenía 23 años) cuando Lucho Barahona hizo La Lucha de Lucho. Me llamó para hacer el piloto y yo me quedé en el staff. Fueron seis años que estuve ahí. Disfruté mucho esa época y siempre le decía a Lucho que eran los peores chistes del mundo actuados profesionalmente (risas). La gente los gozaba. Gracias a Dios en ese tiempo no existían las redes sociales. Siento que el público era más sincero. A mí me veían en la calle y me abrazaban porque no había otra forma de comunicarse. No había ni fotos.
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–Y rápidamente se convirtió en figura pública... ¿Cómo fue manejar tan joven algo así?
–Fue algo que ocurrió sin querer y fue muy raro. Tenía sus cosas gananciosas. Cuando fui a parir a mi hijo al hospital me trataron muy bien porque era la chiquita de la tele (risas). Todo el mundo llegaba a saludar. Ahora siento que existe una gran ansiedad en la gente. Pienso que antes de las redes sociales la comunicación era más “de verdad” con el público.
–¿En qué momento sintió este cambio en la reacción del público?
–Marcia (Saborío) y yo sentimos el cambio en Tu cara me suena. Antes habíamos hecho tele y no había redes sociales, así que teníamos punto de comparación. Empezamos a ver los comentarios de la gente y había muchas groserías y odio. Las redes sirvieron para ocultarse detrás de una página y decir las barbaridades más terribles. Antes, el salto a la fama realmente no era a la fama, sino al reconocimiento y ya. Por ejemplo, cuando salió Caras Vemos y Gallito Pinto fue algo fulminante, un tsunami incontrolable, más porque en este país las grandes figuras eran futbolistas, nada más. Yo recuerdo que iba al súper a comprar y la gente me golpeaba para saludarme. Una vez una señora se sentó en la mesa en la que almorzaba con mis hijos y me dijo que solo quería verme comer. Ese tipo de fama me sorprendió.
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–¿Y en aquel entonces le llegaban comentarios negativos?
–No, nada. Por eso nos sorprendió para mal esa sensación de grosería por las redes sociales. Uno hace las cosas por amor, porque quiere que la gente se entretenga y uno hace lo mejor que puede. Si a alguien no le gusta yo entiendo, pero no hay necesidad de llegar al insulto.
–Pero supongo que también el contraste de historias de admiración compensaba. ¿Recuerda alguna historia particular de algún fan?
–Siempre hay gente que se te acerca y te cuenta cosas hermosas. Ahora que volvimos con Tu cara me suena la gente me decía que recordaba cuando se sentaba con su abuelita a ver Caras Vemos y que vernos les recuerda a su abuelita. Así pasa con mucho familiares que quieren reírse con mucha nostalgia, así como otros que se acercan a llorar con uno.
–Aprovechando que hablamos de la fama, usted a comienzos de la década emprendió con un teatro a su nombre. ¿Cuándo usted se dio cuenta que debía convertirse en empresaria teatral?
–El teatro que yo tuve fue una apuesta y yo me sentí tranquila. Me gustó el trabajo que hice como directora de ese espacio. Además también confirmé el apoyo de mi hija que siempre ha sido mi asistente de dirección. Ella me conoce tanto que me da una gran seguridad.
–¿Fue un diálogo muy intenso dentro de usted para pensar que no solo quería ser actriz sino también ser administradora?
–Vos me lo preguntás y yo te digo que no quiero administrar un teatro otra vez. Me encanta producir espectáculos y actuar.
–¿En qué momento decide que el teatro debe llevar su nombre y así apostarle a su apellido?
–Era lo que tenía que ser en ese momento. No había otra opción. Yo era la figura y creí que era lo más conveniente.
–Esto también confirmó su nombre. Es curioso porque tras trabajar tantos años con Marcia Saborío se creó un binomio inevitable entre ambas. ¿Cómo fue convertirse en un referente en conjunto con ella?
–Desde que empezamos a hacer cosas juntas sabíamos que era para rato. El hecho de la separación en algún momento fue inevitable. Cada quien quería hacer algo por aparte y demostrar que cada quien podía hacer lo suyo. Hicimos cosas separadas, tuvimos nuestros teatros y volvimos. Reencontrarnos fue maravilloso.
–¿Qué fue lo bueno y lo malo de que ocurriera este binomio de Marcia y María?
–Lo bueno es que a la gente le encanta vernos juntas. Nosotras disfrutamos de estar juntas, porque con solo vernos sabemos lo que va a pasar. Lo malo, si se puede decir que es malo, es que a veces la gente se confunde y a mí me dicen Marcia y a Marcia le dicen María. Eso podría ser lo único malo (risas).
–Ahora para la celebración de sus 40 años presentará una obra en la que se sale de sus personajes icónicos de humor. ¿Usted siempre quiso trazarse como actriz de comedia? ¿En algún momento quiso desligarse de esa referencia?
–La comedia llegó naturalmente. Llegó con La Lucha de Lucho y luego con más obras. La comedia me persiguió y me alcanzó muy temprano. No me molesta que me referencien como actriz de comedia porque es un género muy difícil. Hacer reír a la gente es muy difícil. Además de los personajes icónicos soy una actriz de carácter y eso es importante para mí.
–La comedia tiene esto de que siempre hay que reír en el escenario, aunque no siempre uno tenga ganas de reír. ¿Cómo ha sido lidiar con esa confrontación en el escenario?
–Muchas veces me sucedió. Cientos de veces… Es el trabajo. El show debe seguir. No importa lo que pase. Yo di función el día que mi papá murió, el día que mi abuelita murió. Uno puede estar pasando momentos tristes, pero llega al teatro y todo cambia. El corazón se alegra.
–¿Dónde terminan sus personajes y dónde empieza usted?
–Uno no puede andar cargando personajes o se vuelve loco. Me pasaba con No seré feliz pero tengo marido. Me costaba mucho desprenderme del personaje. Salía llorando de cada función y tuve que trabajar para que el personaje se quedara en el teatro. Me costó mucho, pero es natural. Lo importante es que está el escenario que tiene una magia que la gente no puede creer. Es catarsis.