Al entrar hoy a la Casa del Cuño, donde se celebra la Feria Internacional del Libro, encontrará a un escritor en pleno acto de producción de su libro. Mario Bellatin estará imprimiendo Los fantasmas del masajista en una nueva edición para Editorial Germinal. Es la forma más apropiada de conocer a un autor cuya principal preocupación es el acto de escribir.
“La escritura es lo único que tengo en la vida, y escribo para poder seguir escribiendo”, declara Bellatin, uno de los autores mexicanos más conocidos en los círculos alternativos de la literatura. Novelas cortas como Salón de belleza (1994) y Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción (2001) han cimentado su fama como una voz con timbres muy particulares.
Bellatin nació en Perú en 1960, pero ha hecho su carrera en México, con una serie de novelas cortas que juegan con el lenguaje y con los conceptos de autor y lector. “A cada texto le doy forma de libro para no sacrificar la comunicación que pueda tener con un lector pero, en realidad, son piezas de algo más grande que me acompaña desde siempre: la escritura en general”, explica Bellatin.
Su escritura no respeta moldes, pero no la llama experimental; escribe sobre el escribir, pero no se trata de un placer fútil. “No tengo nada que decir, realmente. No tengo un interés particular en un tema en concreto. El interés que tengo es por el acto la escritura en sí misma”, matiza.
‘La escritura en general, deben estar en movimiento constante, no algo estático’, opina Bellatin. El cambio y la renovación inspiran la variedad de sus escritos. ‘Lo que trato en mi escritura es de ser honesto conmigo mismo y tratar de romper esa rigidez. Este movimiento no es experimental ni hacia adelante, puede retroceder, incluso, pero no puede quedarse estático y convertirse en fórmula’, señala.
De este modo, La jornada de la mona y el paciente es uno de sus textos más cercanos: en plena crisis física y psíquica, el “paciente” lucha contra el acto de escribir. Bellatin descreía de la literatura como una cura, pero en ella encontró su terapia. “Cuando escribo hay una especie de perspectiva, ve hechos distantes y va creando una estructura. Aquí, se trataba de escribir para salvarme”, comenta.
Según Bellatin, esta cercanía física con la creación de letras y oraciones fue un alivio y una nueva vía en su ficción. El autor describe su experiencia: “Yo no sabía, ni siquiera, cómo terminar la frase; no era solamente que no sabía hacia dónde iba el libro, sino que ni siquiera sabía cómo terminaba la frase. Eso era una suerte de curación”.
Forma y proceso. La pregunta que planea sobre cada oración de Bellatin es sobre la función del escritor. “Son libros que tratan de la escritura, pero no en el sentido intelectual o académico; no son tratados”. Según Bellatin, sus textos deben ser sobre este tema, pero compuestos de tal modo que cualquiera pueda introducirse en un universo propio y determinado.
Es lo que me interesa del lector, que entre y salga de este mundo paralelo y con reglas propias, para entender más nuestro mundo cotidiano”, destaca el narrador.
Siendo así, ¿puede clasificarse su literatura como experimental? ‘La literatura experimental fue un movimiento. Es una palabra demasiado cargada de significada. Siempre hay muchas instancias de clasificar y siento que hay una relación muy directa entre etiquetar y domesticar, destruir. Se acabó, lo entendí, ya es mío; pasemos a la siguiente’, considera el escritor. ‘Es una escritura que trata de escapar, en constante huida, como si estuvieran acosando, tratando de ser fiel a sí misma, pero es estar cuestionándola todo el tiempo para que tenga razón de ser’, explica.
La de Bellatin no es una seducción para aceptar una historia cerrada: es dejarse llevar por el placer de lo escrito y la ficción. “La batalla es que el lector comience y termine el libro para que se convierta en un autor más; la idea es que yo no tenga un conocimiento que el que puede tener un lector”, propone.
Los fantasmas del masajista es un libro nacido de cuatro encargos: escribir sobre una canción de Chico Buarque, un texto para un congreso de declamadoras, un prólogo para un cuento de Edgar Allan Poe y un cuento sobre la enfermedad. ¿Cuál puede ser el camino para un lector en este laberinto?
“Estamos acostumbrados a autores que se creen dueños de sus propios textos: tienen respuestas e interpretaciones únicas, y lo que hacen es arrinconar a un lector a aceptar o no lo que están diciendo. Lo que yo hago es una invitación para que cada uno vaya reconstruyendo su propio libro”, sugiere. Es un reto que se puede aceptar en la Feria Internacional del Libro.