
Redacción
Unos van y otros vienen. A lo que queda en medio lo llamamos un país, una ciudad, un hogar. La Managua después de los años 80 es otra y hay que narrarla. Mario Martz se aboca a explorarla en sus personajes de Los jóvenes no pueden volver a casa.
En la Feria Internacional del Libro se encuentra la primera colección de relatos del reconocido poeta joven nicaragüense, editado por Anamá Ediciones. Es un libro atravesado por la ausencia, una "poética de la pérdida, el abandono, lo oscuro, la violencia", pero que abre algunos resquicios para la luz. Nacido en 1988, Martz quiere comprender a sus pares: buscar la poética de su generación.
Conversamos con Mario Martz acerca de Los jóvenes no pueden volver a casa, el cual puede encontrar en el stand de Anamá, en la Antigua Aduana hasta el 3 de setiembre.
– ¿Cómo surgió este proyecto de su primer libro de relatos?
– Como bien dices, este es mi primer libro de relatos. Pensaba armarlo como una serie de relatos independientes, pero conforme iba avanzando, surgía con más fuerza la idea de que no fuera solo una colección de relatos, sino que estuvieran entrelazados. Es un libro conectado por personajes, por su tema, y la idea es que las historias puedan adquirir una proporción casi mítica, buscando una poética que tiene que ver con una generación nacida en los 80, en tiempo de la revolución sandinista y la guerra contrarrevolucionaria. La mayoría de los personajes son nacidos en los 80, su infancia es en los 90 y su adolescencia de los 2000 en adelante.

– Parte de lo más rico del libro es echar un vistazo a esa generación atravesada por varios conflictos y heridas que ha vivido, en particular, Nicaragua, pero también tiene resonancias con otros países de Centroamérica. ¿Por qué le interesó enfocarse en esa generación?
–Creo que tiene que ver con una idea inconclusa sobre la odisea de estos personajes, una generación que se está buscando a sí misma. Es una generación de desasosiego, que no sabe adónde va. Es una generación cuyos padres, en la mayoría, son padres fracasados, padres que no lograron cimentar el proyecto revolucionario. Son hijos que buscan a sus padres y padres que buscan a sus hijos, que viven esta odisea de no encontrarse, una odisea sin final feliz.
"Todos los temas están determinados por el fracaso, la orfandad, una orfandad que me parece irremediable, por todo aquello que sucede hoy en Nicaragua y en Centroamérica. Los personajes se mueven por países: hay uno cuya madre se va a trabajar a Costa Rica y no vuelve a saber de ella; una madre que manda a sus hijos a Honduras; otro hombre que va a Estados Unidos y nunca llega, se queda en Guatemala.
"Me interesa mucho esa poética de la búsqueda de la identidad familiar, porque la mayoría de esta generación no vivió la revolución y supongo que tampoco le interesan los fantasmas de la revolución, pero al menos trata de entenderla a través de los ojos de sus padres...
–A través de las secuelas sociales que deja... Incluso, me llama la atención cómo se recalca en varios cuentos, de una u otra manera, esa secuela marcada de una manera geográfica. Por ejemplo, mencionar que la avenida Roosevelt ahora es la Sandino: son secuelas físicas en el espacio que habitan, al fin y al cabo.
– Exacto. Son personajes que se pasean por la Managua de la posguerra, un amasijo de escombros y desempleo, estudiantes que salen de cada y luego regresan con la resignación soterrada. Me interesaba que el espacio interactuara con la historia como telón de fondo, la historia reciente: la revolución y la posguerra como telón de fondo, para poder contar estos espacios que van transformándose e interactuando con la vida íntima de los personajes.
– ¿Siente que esto es algo que se está explorando, más o menos, o que es un proceso todavía en elaboración?
– Creo que es un proceso todavía en elaboración. Nicaragua tiene una generación de escritores que están buscando su propia poética. Tiene que ver con lo que uno vivió, con la biografía catastrófica del país: un periodo de dictadura, una guerra en los 80 y, en los tiempos modernos, lo que está viviendo la Nicaragua actual bajo el gobierno actual.
– Algo que me llamó la atención de los relatos es cómo la familia, la idea de familia o las configuraciones familiares previas se quedan cortas ante estos personajes que huyen o se recluyen para definirse por su propia cuenta.
– Claro. Todos están huyendo. La mayoría de los personajes hablan desde el silencio; es decir, no se atreven a enfrentarse a la familia y huyen. De ahí, más bien, viene la poética de "los jóvenes no pueden volver a casa", como dice el verso de Jorge Teiller, "los jóvenes no pueden volver a casa / porque ningún padre los espera / y el amor no tiene lecho donde yacer". Es decir, hay muchas formas de volver a casa, pero también hay razones para no volver. Estos personajes huyen de la familia porque están tratando de construir una identidad propia.

–Usted es de esa generación. Es un personaje más dentro de esa Managua que está describiendo. ¿Cómo fue para usted, como autor y como persona, confrontar esa necesidad de narrar eso que le está pasando a usted, a su generación?
– En primera instancia fue relativamente fácil. El autor debe estar siempre pendiente de los detalles que intervienen en la realidad y uno de ellos es ver las transformaciones de la ciudad, de cómo el espacio físico tiene repercusión en cada uno de nosotros y a través de los símbolos nos va construyendo una memoria colectiva. Es una memoria, si querés, mitad real y mitad ficticia. Lo que hice fue escribir una serie de relatos basados en una ficción, porque aparentemente toda la historia reciente de Nicaragua es una ficción. Fue más bien difícil penetrar en la intimidad de los personajes.
– ¿En qué sentido?
– En el sentido de poder encontrar, digamos, la complicidad entre un hijo y un padre, qué los une más allá del vínculo familiar. En uno de los cuentos, un hijo perdido busca a su padre y no puede decirle que es su padre, ni su padre puede decirle que es su hijo. Es buscar esa intimidad de los jóvenes de la clase media de Nicaragua y, creo yo, de Centroamérica.
– En cierto modo, ese padre que no puede decirle a su hijo que lo es, habla algo de esa incapacidad de reconocerse en la historia, de encontrarse en lo que está pasando o en lo que ocurrió anteriormente en el espacio que habitamos, y decir, ¿cómo vivo aquí; cómo hago para habitar el espacio que habito?
– Exacto. Los personajes son personas que terminan trabajando en call centers con salarios mínimos que a veces ni te permiten invitar a una chica a un bar, lo terrible de ser un escritor de segunda mano y remendar tesis de estudiantes, un padre que nunca se fue a Estados Unidos, una familia que llega a Nicaragua a buscar una hija perdida... también es un tema la violencia. Me interesaba investigar esa seguridad solapada del país, venderse como un oasis de paz en Centroamérica. Puede ocurrir violencia y es una inseguridad solapada.
"Sabemos que no es la misma violencia en Honduras, Guatemala o El Salvador, pero hay una violencia latente que no queríamos ver. Eso me interesaba explorar, aunque no poner en primer plano la violencia, sino las causas y consecuencias de la pérdida, lo que deja en el cuerpo, la desaparición, en este caso. Hay mucha indignación, impotencia, una tríada de jóvenes que están en busca de algo importante cuando quizá lo realmente importante está sucediendo ya. Me interesa mucho explorar los escombros emocionales que hay en estos personajes nacidos en los ochenta".
– ¿Hay espacio, para vos, para el optimismo, para la esperanza?
– Sí, hay espacio, claro que sí, pero para entender el presente debemos iluminarlo primero con el pasado. Debemos entender qué pasó. No se trata de hacer un tratado de sociología en la ficción, pero primero debemos entender qué afecta a un ser humano, a un personaje, y cómo poder ver hacia adelante. Soy optimista. Pero es inevitable no narrar tragedias cuando en el mundo están sucediendo tantas cosas trágicas.
– ¿Cómo fue el proceso de experimentar en el relato en esta ocasión?
– La poesía me ha enseñado a construir una poética. Es decir, tener amor por los detalles. Me interesan mucho los detalles íntimos de los personajes y cómo los objetos o los espacios adquieren una proporción mítica en el entorno de los personajes o de la historia. Me interesa mucho crear atmósferas.
"La poesía ayuda mucho a calibrar las emociones. No he dejado de escribirla. Es la misma experiencia pero con diferentes focos. Trabajar con la poesía dentro del relato me ayuda a construir atmósferas delicadas. Mientras que la poesía es más de atmósfera, el relato cuenta a través de la atmósfera. No fue tan difícil: en lugar de sugerir la historia, ahora la construyo".