En Latinoamérica, todos los días, a muy distintas horas, millones de personas sufren, codician, ríen, envidian, lloran y subliman frente a las pantallas de televisión. Para muchos, para muchas, la vida se pasa entre una telenovela y otra. No por casualidad, Alejo Carpentier decía que el melodrama es una de las características esenciales de nuestro continente. Lo que ciertamente no ocurre con tanta frecuencia es que un gran escritor, un premio Nobel, decida hacer una novela a la manera de un culebrón.
Servidoras domésticas que se vuelven ricas, embarazos engañosos, incestos, falsos secuestros, frustraciones, chantajes, consultas a santeras, policías lascivos, finales felices, sentimientos en conflicto, el odio entre padres e hijos, resentimientos de clase, adulterios y demás posibilidades de las pasiones pasan de la pantalla de televisión a las páginas de la ficción, a las páginas del Héroe discreto (Alfaguara, 2013), la primera novela que escribe Mario Vargas Llosa después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura en el año 2010.
Con un dominio absoluto de la estructura y la técnica literarias, el autor de Conversación en La Catedral vuelve con una obra en apariencia superficial, que, sin embargo, sorprende por su complejidad narrativa, por la maestría que logra en la construcción de los personajes y por su innegable éxito al conseguir representar con solvencia literaria las tribulaciones de la vida cotidiana de dos peruanos comunes y corrientes, uno de Piura y otro de Lima; uno dueño de una empresa de transportes y otro millonario; uno casado y otro viudo, y ambos, padres de hijos que los odian, que codician sus fortunas y sus mujeres.
Vidas y secretos. Al igual que en La tía Julia y el escribidor, El héroe discreto está compuesto por dos historias que se intercalan: cuando termina el capítulo correspondiente a una de las historias, comienza el de la otra y así sucesivamente hasta que las dos llegan a juntarse en el momento de máxima tensión de la obra, cuando todos los hilos de la narración confluyen llevados de la mano de quien los domina en su totalidad.
Con la curiosidad y la emoción que se siguen las telenovelas, el lector busca descifrar el final de las desventuras de Felícito Yanaqué y la venganza de Ismael Carrera.
“Felícito Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá, salió de su casa aquella mañana, como todos los días de lunes a sábado, a las siete y media en punto, luego de hacer media hora de Qi Gong, darse una ducha fría y prepararse el desayuno de costumbre”.
Como él deben de existir miles de personas en el mundo. En apariencia carece de toda atracción, de todo interés, de toda seducción; es lo menos parecido a un héroe, y, sin embargo, sobre su vida, sobre sus secretos –como los que debe tener todo el mundo–, es mucho lo que se puede contar; y esto es lo que viene a hacer Mario Vargas Llosa, presentando su historia con cuentagotas, escondiendo los datos, manteniendo la intriga hasta el final.
Un universo propio. Esta es una obra de acción, de humor y melodrama, cuya agilidad reside en el dominio de la técnica, en una construcción genial de diálogos verosímiles y acertados, que permite el cambio de tiempos narrativos sin detener la velocidad de la obra.
En esta novela, Mario Vargas Llosa nos presenta personajes y escenarios de sus obras anteriores, que nacen a la vida literaria mediante un derroche de todos aquellos recursos con los que el autor de Pantaleón y las visitadoras sorprendió al mundo hace más de cuarenta años.
“La Rosa Náutica estaba llena de gente, muchos turistas que hablaban en inglés y francés, y a don Ismael le habían reservado una mesita junto a la ventana. Tomaron un Campari viendo a algunos tablistas corriendo olas embutidos en unos buzos de goma. Era una mañana de invierno gris, con plomizas nubes bajas que ocultaban los acantilados y bandadas de gaviotas lanzando chillidos. Una escuadrilla de alcatraces planeaba flotando a ras del mar. El acompasado rumor de las olas y la resaca era agradable. ‘El invierno es tristón en Lima, aunque mil veces preferible al verano’, pensó Rigoberto”.
El trío Rigoberto, Lucrecia y Fonchito de Los cuadernos de don Rigoberto , y el infaltable sargento Lituma, son personajes de otras novelas de Vargas Llosa que vuelven a la acción en esta nueva obra, y vuelven con coherencia, se les respeta su edad y las características principales de su personalidad; es decir, vuelven como personas que ya conocemos y por las cuales han pasado los años.
Vueltas al pasado. El tiempo también modifica los escenarios peruanos de anteriores novelas de Vargas Llosa. Se han transformado los barrios de Lima y, como en la realidad, la ciudad de Piura de La Casa Verde también ha cambiado. “Lituma tomó un mototaxi hasta la avenida Sánchez Cerro y, sintiendo las gotas de sudor que le chorreaban por la cara y le mojaban la espalda, se internó a pie en el antiguo dédalo de calles, callejones, medialunas, impases, descampados, que había sido la Mangachería, ese barrio que, se decía, se llamaba así porque lo habían poblado, en la colonia, esclavos malgaches, importados de Madagascar. Todo aquello había cambiado también de forma, gente, textura y color. Las calles de tierra estaban asfaltadas, las casas eran de ladrillo y cemento, había algunos edificios, alumbrado público, no quedaba una sola chichería ni un piajeno por las calles, sólo perros vagabundos. El caos se había vuelto orden, calles rectas y paralelas. Nada se parecía ya a sus recuerdos mangaches. El barrio se había adecentado, vuelto anodino e impersonal”.
Con El héroe discreto , Vargas Llosa recorre parte del universo de ficción que ha venido escribiendo desde hace décadas, expone algunas de sus teorías literarias valiéndose de la cultura de don Rigoberto, vuelve a construir extraordinarios personajes secundarios, humilla hasta el límite a algunos de ellos; una vez más usa el humor en boca de los sargentos de la policía, evidencia el odio empozado de los hijos hacia sus padres, saca a relucir las peores bajezas humanas, describe con maestría la vida social peruana y con ella la latinoamericana, perfecciona el realismo y demuestra que también se puede hacer buena literatura contando cosas de la capa más superficial de la vida cotidiana.
Vida cotidiana y literatura. La literatura no sólo está hecha de obras totales, históricas o filosóficas; la literatura no siempre huye de la vida cotidiana, no siempre la evade, como lo hizo don Quijote; algunas obras, como El héroe discreto , la buscan hasta pretender imitarla hasta en sus mínimos detalles, borrando las fronteras entre lo culto y los productos para el consumo de masas, entre la novela y la telenovela, mezclándolo todo, poniendo en una misma página a Justin Bieber y a André Malraux, porque no sólo los héroes o la épica forman parte de la materia prima de la ficción, porque no todo lo cotidiano es superficial.
“Dios mío, qué historias organizaba la vida cotidiana; no eran obras maestras, estaban más cerca de los culebrones venezolanos, brasileños, colombianos y mexicanos que de Cervantes y Tolstoi, sin duda. Pero no tan lejos de Alejandro Dumas, Émile Zola, Dickens o Pérez Galdós”, dice don Rigoberto mostrando el espinazo de esta obra, en la que personajes cotidianos como tantos otros, anónimos, comunes y corrientes, se ven envueltos en un melodrama latinoamericano que es contado con maestría por un clásico contemporáneo que domina como pocos el arte de escribir.
El autor es máster el Literatura Latinoamericana.