Cuando se le pregunta a Marjorie Ross cómo celebrará su Premio Magón —el máximo galardón dedicado a figuras de las artes por parte del Ministerio de Cultura— la escritora, poeta, periodista y especialista en gastronomía no titubea.
“Escribir y escribir. Tengo una pizarra que tiene tres metas para este año y cada una de esas metas es escribir un libro. El Magón me hizo irme directo a esa pizarrita y prometerme a mí misma que debo seguir haciendo esto”, cuenta entre risas.
Ross, de 78 años, dice que el galardón significa uno de los momentos más importantes de su vida. “Quien diga que no se emociona con algo así, simplemente miente. Me siento muy plena y feliz de estar viviendo este momento”, afirma.
Una vida de arte
Ante el reconocimiento, Marjorie Ross evoca sus primeros encuentros con el universo de las letras, el cual la marcó para siempre. “Aprender a leer a los cinco años fue un encuentro mágico, un amor a primera vista por la palabra. La lectura no solo me animó a expresarme más, sino que también me llevó a hablar en verso. Desde pequeña, las conversaciones se convertían en poemas. Tenía una afinidad poética muy precoz”, comparte con nostalgia.
Sumado a su pasión por la lectura y la escritura, Ross encontró en la poesía una forma única de expresión. “Me gustaba tanto leer como crear pequeños poemas. De hecho, mi familia solía contratarme para escribir poemas personalizados cuando alguien cumplía años”, rememora.
A los quince años, de hecho, se sintió tan atraída por la escritura que escribió lo que sería su primer ensayo, “un texto terriblemente pretencioso”, dice entre risas. Aquella pieza decía que las alegrías y las tristezas son esenciales para construir el carácter humano.
El texto se lo mostró a vecinos y familiares y, a los días, le llamó la atención que el sacerdote de la comunidad pidió una cita para hablar con ella. En esa ocasión, el cura le dijo que las alegrías y las tristezas más bien son accidentales.
“Este encuentro resultó fascinante; el hecho de que algo que yo escribiera generara conversación me dejó una lección que atesoro hasta hoy: la importancia de ser precisa con el uso de las palabras”, cuenta.
Abriendo caminos
Al adentrarse en la adultez, Ross continuó su exploración en el ámbito literario, pero también se aventuró en el periodismo.
A sus veinte años publicó el poemario Aguafuertes y, paralelamente, comenzó a escribir para diversos medios de comunicación.
“Entré a la prensa escrita en el Diario de Costa Rica, La Prensa Libre. Luego, estuve en el Semanario Universidad y posteriormente en La Nación. También me desempeñé como jefa de información de Al Día y en todas esas experiencias la creatividad literaria era vital para asumir las labores”, relata la escritora.
Para Ross, de hecho, no existen fronteras rígidas entre el periodismo y la escritura creativa. La palabra, para ella, es un instrumento versátil que puede adaptarse a diferentes contextos y expresiones artísticas.
“Yo diría que, para mí, los mundos se fusionan. Para ser un buen periodista, hay que buscar la forma y la precisión en el lenguaje que se utiliza”, reflexiona.
En paralelo a ese quehacer periodístico, Ross ha escrito más de una veintena libros, entre ellos novelas detectivescas, recetarios, poemarios y ensayos sobre la gastronomía costarricense.
La cocina como arte
La gastronomía ha desempeñado un papel fundamental en la carrera de Ross, fusionando sus dos grandes pasiones: la escritura y la cocina.
Dos de sus libros más queridos reflejan este matrimonio entre la palabra y el arte culinario.
El primero, Al calor del fogón, publicado por primera vez en 1986 y reeditado en varias ocasiones, se erige como un testimonio histórico que abarca 500 años de la historia de Costa Rica. Más que un compendio de recetas, este libro fue fundacional al subrayar la cocina como una categoría artística y al plantear la importancia de preservar las tradiciones culinarias.
En ese momento clave de su carrera, Ross expresó su preocupación por la llegada de la comida rápida al país. De hecho, ella cuenta entre risas, que quería tirarle un “filazo” a la Big Mac desde su título, porque le preocupaba que estos establecimientos borraran la idiosincrasia culinaria.
Aunque inicialmente lanzó una crítica directa, decidió atenuar el tono, consciente de que lo más importante del libro era la relevancia del diálogo y la preservación cultural.
“Me siento muy orgullosa de haberlo hecho de esa manera. El arte debe refrescar la sociedad y en ese momento la cocina debía ser vista con respeto y con consciencia sobre su relevancia”, afirma.
El segundo libro que amalgama sus dos pasiones es el poemario titulado Menú, donde presenta una suerte de recetario lírico con poemas “llenos de sabor”. Este proyecto demostró la versatilidad de Ross al combinar la expresión poética con la riqueza sensorial de la gastronomía.
“Cada libro es como un hijo. Cada experiencia en la cocina también lo es. La escritura y la gastronomía me producen un gozo estético único. Espero que mi premio inspire a más personas a hacer lo que realmente quieren y ser reconocidos por lo que les apasiona”, finaliza.