En una charla llamada Cincuenta minutos de fútbol y literatura, perteneciente al festival Centroamérica Cuenta en Costa Rica, el escritor Martín Caparrós aseguró que el fútbol “le tenía llena las pelotas”.
El connotado cronista argentino siempre ha sido reconocido por su sátira y humor. Fiel a su estilo, analiza sobre sus intereses literarios y la construcción de filosofía como escritor.
–En la charla del martes usted dijo que estaba harto de hablar de fútbol. En este momento, ¿de qué le apetece hablar o escribir?
–Puedo escribir una columna de vez en cuando y me entretiene. Yo no quiero que eso (el fútbol) sea un tema central en mi vida. Si me invitan a jornadas literarias prefiero hablar de literatura que de fútbol, porque para eso me iría a la cancha. Mira, ahora estoy enmarcado en una serie de historias de América Latina. Estoy con eso desde hace seis meses y me está dando mucho trabajo y voy terminando. Es el prólogo o entrada para trabajar un libro sobre América Latina más en general. Eso va a ser seguramente mi trabajo del próximo año. Por otro lado, hace unos meses terminé una novela que va a salir a fin de año.
–¿Hay momentos en que no le apetece escribir sobre América y prefiere escribir sobre fútbol o novelas?
–Yo escribo sobre todo novelas. Es mi centro de producción. De vez en cuando encuentro un tema de la realidad sobre el que tengo ganas de trabajar. La vez pasada que lo hice fue con mi libro El hambre, en un intento de comprensión de los mecanismos por los que millones de personas no comen suficiente en un mundo que puede producir comida para todos. No me canso del mundo, solo miro a distintos lugares.
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–Aprovecho que comenta El hambre, porque en una ocasión le preguntaron que si creía que el libro ayudaría a concientizar sobre el tema de la miseria. Usted detesta el término de “concientizar” entonces, ¿qué es lo que espera que un texto provoque en los lectores?
–Yo no escribo pensando en el efecto que puede producirse en un lector, en general. En mi experiencia, los escritores que hablan demasiado de los lectores escudan en ellos incapacidades diciendo que tal vez no vayan a entender lo que quieran decir, o que tienen que explicar esto de tal modo... Yo no escribo para eso. Escribo lo mejor que puedo y luego cada uno hará con eso lo que pueda. No escribo pensando en la recepción del uso de cada cual. Ojalá alguien le encuentre un uso interesante. Escribo cuando tengo la sensación de que es lo mejor que puedo hacer en tal momento.
–¿Esa filosofía de escritura la ha tenido clara desde sus comienzos?
–En realidad, cuando empecé a escribir no lo pensaba en esos términos ni en ninguno. Eso uno lo empieza a pensar cuando hay que contestar a preguntas de periodistas (risas).
–Surge de una manera inconsciente...
–Tal vez. Sé que no es explícito, no formulado. Siempre he pensado en hacer lo mejor que pueda hacer... Hacer aquello que no sentía que pudiera dejar de hacer. Escribir es eso, sino no vale la pena. Sería pura pose.
–En el conversatorio sobre fútbol puso el caso del libro Ida y vuelta en el que escribía cartas a Villoro y viceversa. Lo decía como una excepción a esa regla. ¿Ha habido otros casos en los que sí ha entendido al receptor de otra manera?
–Ese libro con Juan todo era muy deportivo. Él mandaba un texto y yo tenía que estar a la altura. Era una justa, eran caballeros enfrentándose en un justo combate. En general no me pasa eso. Con Juan hay un caso muy explícito de escritura para un lector determinado. Sabía que escribía para Juan, y si alguien más leía eran mirones que se asomaban y ya.
–¿Cómo es la experiencia que usted tiene al revisitar sus textos anteriores?
–Lo hago muy poco, cuando no tengo más remedio, usualmente cuando algo se reedita. Si no no lo hago porque me da un poco de miedo encontrar ciertos errores o inconveniencias, pero en general porque hay cosas más interesantes que leer. Lo que me pasó la semana pasada fue que tenía que regalar un libro a un amigo. Abrí un libro y dije: ¿yo he escrito esto? Me sorprendí de haberlo escrito porque no me gustaba. Suelo decir que escribo para poder olvidarme de lo que escribo, para no atesorarlo yo solo... Cada vez soy más eficiente en esa técnica (risas).
–¿Lo dice porque el tiempo siempre ha sido algo muy importante para usted y podría invertirlo en algo más?
–Sí... y además no solo se trata de tiempo sino de curiosidad. Quiero conocer otras cosas, no solo por la urgencia temporal. El mundo está lleno de cosas que vale la pena conocer.
–Y con los libros de otros autores, ¿vuelve a visitarlos?
–A veces sí. Lo que pasa es que en general llegué a esa edad en que conseguí olvidarme de lo que leí, no solo de lo que escribí. Hay textos que he leído hace cuarenta años... Hazte una idea. Tengo recuerdo vagos de que tal libro valga la pena empezarse de nuevo. Además, hay contados textos que releo porque sé que quiero encontrármelo como el chico que juega con el mismo juguete.
–¿Le preocupa que lo que usted haya escrito sea olvidado por el lector?
–No... Es lógico que tenga que suceder. Sería necio pensar que mis palabras van a estallar en el mármol del cerebro de los lectores. Eso no va a pasar. ¿Por qué esperar por efectos de duración en la memoria que no son propios del mundo? Eso no me importa. Quizá ojalá haya empatía con algún texto, pero como te digo, tampoco lo escribo para eso.