Hace 200 años, en 1816, llovía sobre una cabaña junto al lago Leman, en Ginebra. Los truenos sacaron a una joven de 19 años de una horrible pesadilla que tenía. Su nombre era Mary Wollstonecraft Godwin, quien después se convertiría en Mary Shelley, la escritora británica que la historia la renombró como “la mamá de Frankenstein”.
“Vi –con los ojos cerrados, pero a través de una aguda visión mental– al pálido estudiante de artes diabólicas arrodillado al lado de aquella cosa que había conseguido juntar. Vi el horrendo fantasma de un hombre yacente y, entonces, bajo el poder de una enorme fuerza, aquello dio señales de vida y se agitó con un torpe, casi vital movimiento. Era espantoso (...)”, escribió alguna vez.
Esa noche, la gestación de uno de los monstruos más tenebrosos dio inicio. Dos años más tarde, y con apenas 20 años, la joven dio a luz su primera novela: Frankenstein o el moderno Prometeo.
Años después, publicaría otras novelas como Mathilda y Valperga , además de cuentos, ensayos, traducciones y críticas. Sin embargo, las cartas ya estaban tiradas. La escritora y su monstruo se volvían inseparables y la perseguiría toda su vida y más allá.
Durante 200 años, el cine, el teatro, la literatura y el entretenimiento en general se han encargado de inmortalizar y adaptar hasta la última manera posible a aquel monstruo que esa noche empezó a cobrar vida.
La muerte. A Mary Shelley la muerte la persiguió desde que nació hasta que murió de 53 años. Su vida es, en sí, una novela. Para entender a Frankenstein, hay que entenderla a ella.
Nació en Londres en 1797. Esther Cross en su libro La mujer que escribió Frankenstein describe como la vida de Mary pasó entre cementerios. “Vivió en un tiempo de ladrones de tumbas, disecciones y colecciones de anatomía, un tiempo romántico de morbo y culto a la vida”, narra la escritora.
Le tocó vivir en una época en el que era común el tráfico de cadáveres, donde los ladrones de tumbas vendían los cuerpos a hospitales y escuelas de medicina para sus investigaciones anatómicas y prácticas de disección.
Frente a la ventana de su hogar pasaban los carromatos de madera con los muertos desnudos envueltos en bolsas, porque las vestiduras les pertenecían a los familiares, pero no así los cadáveres.
Sus padres, el filósofo político William Godwin y la filósofa Mary Wollstonecraft tenían ideas bastante subversivas para finales del siglo 18. Se casaron para que su hija no fuera una bastarda, pero su padre pensaba que el matrimonio era la peor forma de monopolio y su madre aseguraba que nunca se casaría. Así lo cuenta Cross en su libro.
Debido a una infección posparto tras darla a luz, la madre de Mary pasó varios días en agonía hasta fallecer por septicemia.
Godwin solía llevar a Mary y a su hermana Fanny a la tumba de su madre. Ahí jugaban y leían; se dice que hasta aprendió a leer y escribir leyendo el nombre de la lápida de su mamá. Fue en ese lugar que a sus 16 años conoció a Percey Shelley, su futuro esposo.
Percey era un hombre casado y su mujer, Harriet, estaba embarazada. Eso no detuvo que ahí mismo, sobre la tumba de su madre, se declararan su amor y planearan su fuga.Ambos tenían mucho en común: Percey estudiaba biología, magnetismo, electricidad, astronomía y había llevado algunos cursos de anatomía.
Se casaron y tuvieron cuatro hijos, de los cuales solo sobrevivió Percey Florence.
Crear vida. Cuando era apenas una niña, algunos científicos de su época empezaban a experimentar con electricidad aplicada a seres humanos. Uno de ellos fue el profesor Giovanni Aldini, que realizó experimentos con la galvanización.
Luigi Galvani y Erasmus Darwin algunas décadas antes pensaron que era posible dar vida a los muertos. Andrew Crosse aplicaría estos principios pretendiendo producir pequeños seres animados utilizando impulsos eléctricos.
Cuenta Cross que en uno de los experimentos de Aldini, la mandíbula de un asesino muerto empezó a temblar. “Rodeó un cuerpo con láminas de zinc, cobre y plata traídas de Italia, hundió unas varas en el cuerpo, en la boca y en las orejas. La mandíbula empezó a temblar. Los músculos que la rodeaban se contrajeron terriblemente. Se abrió el ojo izquierdo. Metió otra vara en la axila. La mano del cadáver del asesino tembló y se cerró. Aldini metió una vara en el recto del cadáver”.
Se ha cuestionado si la joven mente escritora de Shelley conoció los experimentos de Aldini, Galvani o de otros más que “levantaban” cuerpos muertos.
Puede que, en realidad, fuera Andrew Crosse el que la inspirara, ya que aunque sus experimentos se llevaron a cabo muchos años después de publicarse Frankenstein , el investigador ofreció una conferencia en Londres en 1814 donde, se dice, asistió junto a su esposo.
Andrew Crosse, por su puesto, fue catalogado por la Iglesia como un ser endemoniado. Mary Shelley, por su parte, visitó varias veces la feria de Saint Bartholomew, una “fiesta diabólica” de cuatro días, famosa por sus desfiles de adefesios y personas deformes.
Nació el monstruo. En aquellas vacaciones de 1816 en Ginebra, Shelley acababa de sufrir uno de sus dolorosos abortos. Un grupo de amigos conformado por Percy Shelley, Lord Byron, Mary Shelley, John Polidori y Claire Clairmont alquilaron una casa en Suiza. Byron propuso que cada uno escribiera una historia de fantasmas.
En ese mismo viaje, la escritora de 19 años tendría esa pesadilla que fue la base del cuarto capítulo de su novela, considerada la primera historia moderna de ciencia ficción y una de las más memorables novelas de terror gótico.
El doctor Frankenstein, un joven suizo estudiante de medicina, obsesionado por conocer “los secretos del cielo y la tierra” creó un cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, al cual dio vida con una descarga eléctrica.
Víctor comprendió el horror que había creado, lo rechazó espantado y huyó de su laboratorio. Al volver a él, el monstruo ha desaparecido y creyó que todo había concluido. La sombra lo persiguió: el monstruo, tras huir de su laboratorio, sintió el rechazo de la humanidad y despierta en él el odio y la sed de venganza.
Para muchos, esta novela explora temas como la moral científica, la creación y destrucción de vida o el deseo de la ciencia por suplantar a Dios. Para otros, Shelley le dio vida al monstruo después de sentirse tan cercana a la muerte. Otros más, aseguran que Frankenstein era el ser más humano de la novela, uno que solamente por ser diferente sintió el insoportable rechazo.
Shelley murió a sus 53 años cuando un tumor cerebral acabó con su vida. Creó un emblemático monstruo que hizo historia. Hace 200 años germinó la semilla que la haría ser recordada, hasta hoy, por haber creado lo que no existía, por haberse arriesgado a proponer algo diferente, algo nuevo. Su vida, marcada por la adversidad, fue quizá la que inspiró tal imaginación.
Habrán muchas fieles representantes de que de la adversidad, algunas veces, nace el triunfo, pero ninguna creó a Frankenstein a sus 19 años.