Fernando Chaves Espinach
E n el vestíbulo del nuevo Museo del Jade y el Arte Precolombino está su origen: una piedra silenciosa, partida y reveladora. La roca marrón abre su piel rugosa y muestra el tesoro verde y lechoso del jade, antiguo tesoro de la tierra que habitamos.
El nuevo museo del Instituto Nacional de Seguros alberga un pasado muy presente, lujo de más de 7.000 piezas de oro, jade y cerámica, que aún encanta, con sus intrincados diseños y relucientes superficies talladas.
En cuatro salas principales (más un salón introductorio y el acopio, abierto al público), el recién inaugurado edificio repasa el legado del arte antes del arte, la herencia milenaria de quienes primero habitaron lo que hoy llamamos Costa Rica.
La arqueóloga y curadora del guion del museo, Virginia Novoa, organizó este recorrido histórico en 16 ejes temáticos que abarcan múltiples aspectos de las vidas cotidianas de nuestros antepasados.
“Queremos ver lo que la gente hacía: ese es el fondo y el hilo conductor”, explica Novoa. “Los arqueólogos somos responsables de decir cómo vivía esa gente, qué hacía, qué comía y sus relaciones sexuales: todo lo que es humano. Hay objetos que, por sí mismos, nos relatan esa historia”, añade.
Viaje histórico. El primer recinto es la Sala del Jade, donde conocemos el escenario en el cual se desarrolló el trabajo con esta piedra en Costa Rica. La propuesta de Novoa es exaltar lo local, y subrayar las características endógenas de los artefactos preservados.
En la primera serie de vitrinas, apreciamos una colección de pendientes con forma de hacha, un diseño típico del jade costarricense. La parte inferior es aplanada y con un borde curvo, mientras que la porción superior se decora con elaborados diseños de humanos, mamíferos y aves. Múltiples figuras similares muestran la riqueza de tonos verdes que formaban el tesoro de antiguos pueblos.
Los indígenas de la región utilizaron técnicas como calado, pulido, raspado y la acción abrasiva de piedras y agua para dar forma a sus figuras. En el museo, podemos apreciar piezas de taladros y otras herramientas de la época.
La colección se expone junto con creaciones de otras partes de Mesoamérica, de donde heredamos las técnicas de trabajo en jade. Según explica Novoa, pueblos olmecas o mayas trajeron esta piedra alrededor de 500 a. C. En Costa Rica no hay yacimientos del mineral.
“Se sabe que su procedencia es el valle de Motagua, entre Guatemala y Honduras”, detalla Novoa. “Desde 500 a. C. hubo un auge del jade en Costa Rica. Cerca del 600 d. C. empezó a declinar la producción; después del 800, la producción descendió. Entonces, vino la ruta de intercambio sudamericana con el trabajo en orfebrería”, explica la arqueóloga.
Para Novoa, la riqueza de las piezasestá en su capacidad para comunicarnos las creencias, ideologías y modos de organización propias de los pueblos que trabajaron el jade.
Muchos de los objetos de jade eran insignias de prestigio; otras tenían usos rituales. A los pendientes, collares y estatuillas las acompañan utensilios de cocina y herramientas con distintas funciones.
“El jade no lo encontramos aislado, sino asociado a diversas cerámicas. Los principales talleres se han encontrado en la subregión arqueológica de Guanacaste, entre Bagaces y Nicoya, así como la parte norte, colindante con Nicaragua”, agrega Novoa.
Algunas vasijas conservan el ahumado de la comida preparada en ellas; otras se ven gastadas por su uso. Podemos ver su dieta, sus costumbres, sus relaciones sexuales, sus signos de poder y sus enfermadades en estas piezas. “El discurso lo hicieron ellos; yo solo lo acomodé”, considera Novoa.
No es un camino cronológico y hay pocas fechas marcadas en las salas. Los objetos no están ordenados según las regiones arqueológicas ni geográficas del país; tampoco se separan según los grupos indígenas que las produjeron en su época.
Más bien, Novoa quiso que las piezas hablaran de sus usos y funciones para contar la historia de lo cotidiano.
Ciclos diarios. Las salas gemelas del Día y la Noche son las que representan con mayor claridad el interés de Novoa por hacer que las piezas hablen de su historia.
“La Sala del Día abarca la organización y la actividad cotidiana de una aldea, donde la gente podía estar cazando, pescando, cocinando y realizando actividades en su entorno”, describe Novoa.
La observación diaria del entorno natural significó un detalle cuidadoso en la representación de especies específicas de armadillos, lagartijas y varias aves diurnas.
Por su parte, la Sala de la Noche enfatiza la fauna nocturna representada en las joyas y utensilios domésticos, así como los tipos de enterramientos, costumbres guerreras y metates de piedra de riquísima confección.
Todas las salas del museo cuentan con islas educativas con animaciones, videos y grabaciones que permiten adentrarse en los temas expuestos.
Sin embargo, debe anotarse que, en gran medida, la información completa todavía no está disponible en las guías digitales.
En la última sala, dedicada a la memoria y la diversidad, el recorrido empieza con figurillas que destacan el papel preponderante de las mujeres en las sociedades precolombinas –en sus papeles de madres, guerreras y partícipes de la producción de alimentos –.
Representaciones de parejas copulando, mujeres embarazadas y falos dan cuenta de la percepción de la sexualidad de nuestros pueblos. Completan el recorrido instrumentos musicales y una vitrina donde se exhiben artesanías más recientes de pueblos indígenas en las cuales se aprecia la herencia de sus antecesores.
Como detalla Novoa, aún quedan amplios baches en el conocimiento que solo rigurosa investigación de la colección pueden subsanar. Sabemos aún poco de las rutas de comercio del jade, y aún puede estudiarse la variada iconografía que los artesanos trazaron en las piedras y las joyas.
El museo cuenta con otros espacios aún inactivos: un auditorio, una cafetería, una tienda y una sala de exhibiciones temporales. En este recinto, se mostrarán piezas de la colección que se encuentran en el acopio, así como exposiciones artísticas.
El edifico, en sí mismo, exige detallada contemplación y disfrute de su interior. Fue diseñado por Diego Van Der Laat, y ofrece un amplio espacio interno para la exhibición de obras y realización de actividades paralelas.
Se podría decir que el Museo del Jade y el Arte Precolombino es como un viaje en el tiempo, pero eso sería muy fácil e injusto. El museo está aquí y ahora: aunque visite otras épocas, no deja de hablar de la forma en la que siempre hemos vivido, inmersos en el mundo y sorprendidos por él.
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El museo está ubicado al costado oeste de la plaza de la Democracia, en San José. Su horario es de lunes a domingo de 10 a.m. a 5 p.m.
La tarifa general para nacionales es de $5 y para extranjeros, $15. La entrada es gratuita para estudiantes con carné o uniforme, así como para niños y adultos mayores.