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Como los antiguos maestros, Luis Tenorio nos pone de cara a la pizarra; pero nosotros nos portamos bien, nos gusta el arte y vemos las exposiciones de ese notable pintor, como Los niños del ta’o: Retratos párvulos, exhibición que él ha abierto en el Museo Regional de San Ramón, de la Universidad de Costa Rica.
Luis nos pone a ver diez “pizarras” que son lienzos negros con rostros pintados al acrílico y con trazos de tiza. La muestra toma su título de “tabo”, modismo que equivale a “cárcel”. Suele pronunciarse “tao”, y el apóstrofo (’) indica la elisión de la letra “b”.
Las caras se inspiran en personas que Tenorio vio en las visitas que hizo a una cárcel donde estaba internado un conocido de él. “No dejan entrar con papel ni lápiz, de modo que debí reconstruir de memoria las caras de las personas”, explica el pintor.
Luis encuentra parecido entre los reos de las cárceles y quienes vivimos atrapados en ideas que nos limitan, inculcadas en la infancia.
Arte de niños. El artista refiere su modo de trabajo: toma polvo de mármol teñido de color negro y lo esparce sobre un lienzo, de modo que este ofrezca una superficie mate, similar a las pizarras antiguas. Sobre el lienzo traza líneas con tiza, copiadas de dibujos hechos por niños de escuelas urbano-marginales, y también por hijos de amigos del artista, alumnos de escuelas privadas. “Unos y otros hicieron dibujos parecidos”, precisa Luis.
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Luego, Tenorio pinta los retratos con acrílico: blanco, negro y tonos tierra. Al fin, los cuadros ofrecen un extraño contraste entre la ingenuidad de los dibujos infantiles (el Sol, una flor, una casita...) y la maestría de Luis en el retrato (alguien debería escribir la historia de por qué hubo y hay tan buenos maestros del retrato en Costa Rica).
Tenorio vincula la prisión real con “la prisión de nuestro niño interno”, según afirma. “Cuando somos niños, nos educan con buena intención, pero también con temores que nos limitan más tarde y nos impiden expresarnos con libertad”, añade el artista.
“A veces deseamos tal profesión, pero la familia nos presiona para que sigamos otra; o no queremos casarnos y tener hijos, pero se supone que este es nuestro deber”, detalla Tenorio.
Los niños que trazaron los dibujos están entre los cuatro y los seis años. “Es la etapa preesquemática del dibujo. El niño comienza entonces a percibir su aspecto físico, a entender si es rico o pobre, a comprender si hay padre o no lo hay; si es aceptado o rechazado”, expresa Tenorio. “Este es un vínculo con los privados de libertad ya que algunos –pero no todos– se percataron muy temprano de sus carencias y su rechazo social”, agrega el artista.
Voz de las ideas. “Un cuadro presenta una cara más un Sol y una mariposa: símbolos de vitalidad y de renacimiento. Muere lo feo y nace lo hermoso”, dice el creador. En otra pintura aparecen una casita y un personaje, pero está fuera; tal hogar ya no es suyo, o quizá nunca lo fue. Una obra exhibe un rostro agredido, pero junto a un pajarito que sugiere la esperanza de la libertad, indica el pintor.
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“Yo soy retratista. No pretendo que se me diga: '¡Uy, qué bonito retrato!’, pero encuentro belleza en todas las personas. Los rostros de la gente me ayudan a expresar mis ideas, son la voz de mis ideas”, sostiene Luis. “El retrato como búsqueda íntima en el rostro de las sociedades” es su declaración de principios.
“Luis Tenorio pone al espectador en una encrucijada existencial –va más allá del retrato policial, que combina con dibujos infantiles–. Invita al público a reflexionar sobre quién es, qué ha hecho con su vida y hacia dónde desea llegar, ya sea a costas de otros o de sí mismo, de los valores y las enseñanzas que carga desde niño”, manifiesta el museógrafo y artista Daniel Soto Morúa y añade:
“El público podrá ir más allá de lo que ve de primera entrada; quizá se cuestione sus valores e ideologías, que lo marcan desde la infancia y le han condicionado su comportamiento de manera involuntaria, pero que, no necesariamente, le permiten la libertad absoluta”.
Miradas y silencios. Sorprende, inquieta, choca la antinomia de caras y fondos. Algo hay del Teatro Negro de Praga en esos rostros flotantes, quietos bailarines en el nigérrimo vacío.
Algo hay de cabezas cortadas por la guillotina de la noche, pendientes de alambres de tiza cual faroles que iluminan una ruta abisal, en la que nos hundiremos si no nos asimos de los marcos. Estos seres no son felices; su silencio es otro color, muy áspero. Estas caras están por decirnos algo: ¿qué?
Luis Tenorio Rosales nació en 1971. De niño lo convenció la tentación del dibujo, y muy tempranamente el retrato. Es máster en Administración de Empresas con especialidad en Mercadeo, por el Instituto Tecnológico de Costa Rica. Ha trabajado como gerente de investigación de mercados para grandes empresas.
Con la actual, son ocho las muestras colectivas y 14 las individuales que Tenorio ha brindado con aceptación de la crítica y el público. Entre otras, recordamos la exhibición Apuntes al natural, 10/1 retratos de Penélope (Archivo Nacional, 2011).
Sus cuadros figuran en colecciones privadas de doce países. A la vez que traza sus creaciones más personales, Luis ejecuta retratos hechos por encargo y dicta clases de dibujo en su taller de Escazú.
Tenorio trabaja en Persona, un proyecto de cien retratos. Por su taller pasa gente de todas las edades: vecinos, desconocidos, recomendados por otros, personajes públicos... Luis los traslada a retratos enmarcados en pan de oro y de formato grande y circular. “Es posible que el proyecto Persona esté terminado a comienzos del próximo año”, calcula el artista.
La exhibición Los niños del ta’o se ofrece en el Museo Regional de San Ramón, al costado norte de parque de San Ramón (Alajuela), hasta el 1º. de agosto, de lunes a viernesde 8 a. m. a 5 p. m. Teléfono 2247-7137.