En la portada de Niños Ferales, una persona (¿un infante, un hombre, el propio autor?) aparece con la mirada perdida y una capa que asemeja la piel de un zorro. Esta ilustración del diseñador Alex Molina no podría ser más certera: el libro de Walter Torres refleja la angustia de ver los propios sentimientos como una evidencia de nuestros más primitivos instintos.
Este poemario, recién publicado por la EUNED, es una lectura indispensable dentro de los lanzamientos del 2023; versos que nos muestran cómo los humanos somos animales domesticados y cómo los temores brotan cuando tratamos de buscar una explicación racional a todo.
Walter Torres, quien con este libro ganó la selección anual de poesía de este sello literario, tiene mucho por decir sobre su creación literaria, una voraz, incisiva y estimulante reflexión sobre nuestras condiciones más instintivas y las penas que cargamos. El autor conversó con La Nación al respecto.
—El libro aborda distintos momentos de una vida. ¿Podría compartir cómo surgió la inspiración para escribirlo? ¿Fue un proceso acumulativo o estuvo motivado por un momento particular de inflexión?
—Mi mente se mantiene en un proceso creativo constante y necesito vomitar las ideas al mismo ritmo. Intento encausar los textos a un gran tema que me obsesione, que, en ese momento, fueron los animales y su valor simbólico. El libro como tal es un esfuerzo consciente de darle forma a un amasijo de ideas que vienen dando vueltas dentro de mí desde que me acuerdo.
”Escribir, en este sentido, no es distinto de la memoria; lo que yo hago a través de la literatura es lo mismo que todos hacemos para intentar encontrar algún sentido en la vida, eso es la narrativa que cada quien se construye. Como escritor, la única diferencia es mi búsqueda estética, eso es todo, eso es lo que me permite alejarme lo suficiente de la obra para que no sea un libro de memorias o un diario de puras cursilerías.
—El título del libro es intrigante. ¿Podría contarnos cómo llegó a elegirlo y qué significado tiene para usted?
—Una vez vi un documental de los animales ferales, ¿sabía que, después de algunas generaciones, algunas características en los cráneos de estas criaturas “regresan” a un estado salvaje, anterior a la domesticación? Una búsqueda posterior en internet me llevó al tema de los niños ferales. También recuerdo los ejemplos que ponen en la universidad de niños abandonados en el bosque que son “rescatados” y no logran aprender a hablar ni se insertan en esta sociedad enferma. Del mismo modo, muchos animales ferales no logran encontrar de vuelta un nicho y se vuelven asesinos naturales, como los gatos abandonados o los perros salchicha.
”Me obsesiona la idea de que arruinemos tanto a una criatura que no pueda volver a ser lo que era, también que ese estado natural dormite dentro de todos nosotros. Este libro es una forma de recordar que también somos animales, solo que hemos sido vaciados de nuestra identidad y necesitamos tótems para encontrar nuestro lugar en el mundo, desde el hombre frágil que desea creer en el macho alfa y la mentalidad de tiburón, pasando por quien se identifica con un carnero o un dragón astral, hasta la niña que de grande quiere ser un caballo.
—La imaginería presente en su obra, como los papalotes, hojas, casas y animales muertos, es distintiva y recurrente. ¿Podría hablarnos sobre su percepción del pasado y la nostalgia, y cómo influyó en la elección de estas imágenes?
—En los últimos años he tenido un gran duelo, semejante a la muerte de dios: la muerte del pasado. Acepto que toda memoria es falsa desde el primer momento, pues la percepción de la realidad es meramente subjetiva. La memoria es una narrativa que se reescribe constantemente solo para encontrarle un sentido a la vida. Ya no me esfuerzo por recordar las cosas tal y como pasaron, ya no tomo los recuerdos con pinzas; ahora recorto las fotografías mentales y las hago un collage, elimino todo lo que no tenga valor literario y lo cambio por lo que sea mejor para el texto, porque, contrario a lo que se dice, la ficción debe superar siempre a la realidad.
”Si mis textos están llenos de casas, animales muertos y papalotes, es porque son las imágenes que yo he elegido como verdad, así cuelgan de mi imaginario. Tienen que ver con mi vida, pero no son mi vida, solo son convenientes para lo que trato de decir. No diré mayor cosa porque no recuerdo bien ni me importa demasiado.
—La temática de la muerte se manifiesta de forma prominente en su poemario. ¿Podría compartir su perspectiva actual sobre la muerte y las despedidas a la luz de su obra?
—Decir “muerte” es como decir “agujero”, “vacío” o “ausencia”. Son esas cosas que, según la adivinanza, entre más grandes menos son. Referencias sin referente, digámoslo bonito. La muerte es el fin de la existencia, el fin del ser entendido como un estado ordenado de la materia. En ese sentido, morimos todo el tiempo, desde la parte biológica con la muerte celular hasta la parte más filosófica con los cambios graduales pero constantes de pensamiento, como barcos de Teseo a la deriva.
”La muerte es, a pesar de toda su irrealidad, lo más importante, pues es el fin, el fin del sufrimiento y del vacío existencial. Lloro poco a los muertos. Quisiera irme en paz con la muerte cuando me toque, he estado cerca un par de veces y nunca me tentó el arrepentimiento. Espero no volverme un viejo sentimentaloide con el tiempo. Escribo de la muerte porque es uno de los grandes temas, escribo de la muerte porque es inevitable.
—Su poemario aborda temas profundos como el universo, el más allá y Dios de manera franca y confrontativa. ¿Hubo alguna inquietud al tocar estos temas, considerando la percepción de personas cercanas en su ámbito personal o laboral?
—Nunca pude creer, no realmente. Lo intenté, pero la religión es demasiado inverosímil, demasiado punitiva, demasiado infumable. Lo único que nos deja a los no creyentes es miedo y dolor. El cadáver de dios es demasiado grande y tarda demasiado en pudrirse, es demasiada carga para un niño. Escribo de esas cosas por curiosidad filosófica y porque amo estéticamente tanto la Biblia como el discurso científico, pero, más que nada, por saldar una deuda, por cobrar todo lo que la religión me quitó, en especial la capacidad de creer en algo.
”Dios es otro gran tema, como la muerte, así que escribo de eso porque también es inevitable. Otra razón es mi profundo amor por la poesía de Ernesto Cardenal, única persona que hace que me den ganas de creer.
—Usted es profesor de Español en primaria, ¿cómo integra la literatura en su enseñanza y qué importancia le otorga para el desarrollo de los más pequeños?
—Mi labor consiste en demostrarles a los niños que la literatura es mucho más de lo que ellos creen, que ellos también pueden ser escritores, que no hace falta ser escritor para escribir. La literatura te permite reescribir la vida, te permite crear universos, ver el mundo a través de lentes que uno mismo fabrica. Creo que ellos notan mi pasión y les da al menos curiosidad de por qué a un tipo loco como yo le puede gustar tanto algo. Ese es el objetivo máximo, el mínimo es que no odien la lectura. Si se logra esto último, estoy satisfecho.
—¿Cuál es su principal objetivo con este libro? ¿Qué le gustaría que los lectores obtuvieran de él?
—Mi objetivo con el libro es el libro como tal. El hecho de que exista es más que suficiente. Es como ese insecto atrapado en ámbar de Jurassic Park. Tal vez algún día extraigan mi ADN y traigan de vuelta al Walter de 30 años.
”Quisiera que este libro los lastime, los haga preguntarse algo o les recuerde a alguien, tal vez a sí mismos. Vamos, son mis vísceras, espero que algo, lo que sea, se revuelva dentro de ellos cuando las vean.
Puede conseguir ‘Niños ferales’ en las librerías físicas y en la tienda virtual de la Editorial de la UNED. También llamando al 2527-2000.