El 31 de octubre del 2016, el día en que despertábamos con la noticia de que Bob Dylan era el nuevo Nobel de Literatura, se apagaba una voz que, en 1997, se había llevado ese mismo reconocimiento: la del italiano Dario Fo.
Así, en una de sus tantas extravagancias, el 2016 hizo coincidir en un mismo día a dos de los ganadores más polémicos del premio en los últimos años. La noticia dio pie para debatir la relación de la literatura con su materialidad: Dylan, músico; Fo, una especie de juglar que, si bien dejó muchos textos publicados, era especialmente conocido por su oralidad, por llevar el teatro al pueblo, y por adaptar y reinventar sus piezas conforme pasaban los años.
Tan poliédrico como un genio del Renacimiento, Fo dominó el arte del teatro a placer, tanto desde la escritura como desde la actuación y la puesta en escena. También fue pintor, ilustrador y novelista.
¿Qué hizo de Fo ese artista tan singular, ese protagonista de la vida cultural italiana que levantó el enojo de cuanto sector quiso, desde el Vaticano hasta la izquierda de su país? Sin duda, la carga política y social que imprimía en cada una de sus obras.
En momentos en que extremismos se ciernen sobre Europa, Italia extrañará a esa voz incómoda, a ese sabio bufón.
Mistero Buffo , aparecida en 1969, fue su obra más conocida. Su único actor era Fo, quien en un monólogo, que fue cambiando a lo largo de los años, criticaba las injusticias sociales y el poder de la jerarquía eclesiástica. La obra recuperaba los textos con que los juglares de la Edad Media se mofaban de los misterios evangélicos.
Por piezas como esa, o como El anómalo bicéfalo –una sátira contra Silvio Berlusconi–, cayeron contra Fo y su esposa, Franca Rame, toda clase de intimidaciones, desde demandas hasta la colocación de bombas en los lugares donde se presentaba.
Pero a Fo nada lo detuvo. “Un pueblo que no tiene cultura, que no tiene tradiciones, que no tiene historia, es un pueblo vacío”, dijo en una de sus últimas entrevistas.