Patricia Howell es la primera cineasta de nuestro país; también es pionera en el tema de género, en mostrar en pantalla la permanente explotación de la mujer y este año presenta un mediometraje, Lobas (2015) con una historia de amor lésbico. Ha sido precursora y valiente, abriendo el sendero a un cine de mujer, en el que cabe tanto la denuncia, como la poesía, la ficción y el documental.
Del Centro de Cine a Europa
Durante varios años, Kitico Moreno fue la única mujer que formó parte del equipo del Centro de Cine. Fue su fundadora y directora, pero nunca se interesó en la dirección audiovisual. Patricia, ingresó como realizadora al Centro de Cine, en 1980, después de realizar estudios en la prestigiosa London International Film School
Si bien ya había pasado el auge de los documentalistas combativos y estábamos en plena crisis económica, Patricia dio un nuevo aire a la institución y realizó dos producciones emblemáticas del Centro de Cine.
Dos veces mujer (1982) es el primer trabajo sobre la explotación de la mujer, realizado desde una perspectiva de género. Se muestra la doble condición de explotación de la mujer, condenada a los trabajos externos y a la invisibilización del trabajo doméstico, además de los múltiples obstáculos para acceder a la educación. Los mitos impuestos por la cultura patriarcal han logrado imponer conductas de sumisión y sacrificio de parte de la mujer.
En 1985, realizó el mediometraje de ficción Íntima raíz , con un estilo poético en el cual la naturaleza y la mujer se funden en una metáfora de una América, violada por los conquistadores españoles, que arrasaban tanto al indígena como al ambiente que los rodeaba.
Howell continuó abordando la problemática de la mujer y sus derechos humanos, en estos más de 30 años de trabajo audiovisual ininterrumpido, tanto en nuestro país, como en Holanda y España, países donde radicó hasta el 2012. Lobas es su primera ficción desde su regreso.
Entre la puta y la señora de hogar
Lobas presenta una historia de amor, y como las buenas historias de amor está llena de secretos, obstáculos y prohibiciones. Las problemáticas surgen porque nuestra cultura patriarcal solo ha designado un lugar para la culminación del amor de mujer: la “madresposa”, como la llama la antropóloga mexicana Marcela Lagarde. Paridoras y al servicio del hombre. Los paradigmas positivos en nuestra cultura son, todavía, el matrimonio y la maternidad.
Los amores se pueden prohibir por diferencias de nación, raza y clase social, entre otros obstáculos. Hasta hace muy poco, el amor sexual no era amor, era una aberración inaceptable socialmente, y obligada a la represión y el silencio.
Y si bien la homosexualidad masculina ha sido la norma entre culturas antiguas, bajo la concepción de la superioridad del género masculino, en el caso de las mujeres es una transgresión mayor, ya que no solo están negando es poder patriarcal, sino que renuncian a su función primordial –según la sociedad–: ser madres.
El filme de Howell se diseña en un permanente contraste entre Ana, mujer casada, elegante, con dinero, una casa –la jaula de oro– impecable y ordenada como ella, y Lucía, desarreglada, pintora, drogadicta, y caótica.
Ana y Lucía se enamoraron siendo jóvenes, mientras la primera soñaba con ser poeta y la segunda, pintora. Sin embargo, la madre de Ana sorprendió a las chicas desnudas, amándose y pensando en su futuro, y rompió la relación sin miramientos.
Justamente la madre, esa fuerza castradora que ha perpetuado por siglos la cultura dominante masculina, ensalzando a los hijos y exigiendo de las mujeres, sumisión y servicio.
La historia de Ana es más o menos previsible: rápido matrimonio, felicidad formal y transformación en una bella muñeca para acompañar al marido y entretener a las esposas de los colegas del cónyuge. Pero la muñeca venía “incompleta” y Ana no pudo tener hijos.
Por su parte, Lucía se va del país, sigue con su vida; sin embargo, también atrapada por la cultura patriarcal, debe regresar a cuidar a su padre enfermo. A partir de entonces, pinta para vivir y se prostituye para comer. Y aunque se sienta muy liberada, también está atrapada en otro cautiverio masculino al colocarse en el lugar de la puta. Ambas están encerradas y ninguna es feliz.
El reencuentro entre estas dos mujeres y sus respectivas sensibilidades es lo que nos relata Lobas , un primer cortometraje de Patricia en esta nueva etapa, que le ha servido para iniciar el desarrollo de su siguiente trabajo: el largometraje Cuando cae la lluvia . Una voz más en el creciente desarrollo de nuestra cinematografía.