Cultura

Pedro Lemebel, un escritor rebelde y gay

Pedro Lemebel. El notable escritor chileno fue un símbolo de la contracultura

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Camila Ortiz y Eduardo Miranda.

S obre el recién fallecido escritor chileno Pedro Lemebel , el crítico Camilo Marks destaca lo notable de que haya existido “una persona como él, en un país tan arratonado, tan gris, tan sumido en la aridez; una persona que es totalmente lo contrario, que representa el barroco actual en su máxima expresión”.

Nacido en 1952, Pedro Segundo Mardones Lemebel creció en la periferia del Zanjón de la Aguada, en La Legua (Santiago). Homosexual, de izquierda y pobre, estudió en un liceo de hombres donde fue blanco de burlas despiadadas. Más tarde fue profesor de artes plásticas en colegios hasta principios de los años 80.

Figura incómoda. Su presencia solía resultar incómoda. Crítico del régimen militar y luchador por los derechos humanos, fue cronista de distintas publicaciones nacionales, en las que plasmó una ácida crítica social.

“Con sus crónicas, Pedro abrió la mirada a algo completamente inédito. Inauguró una estética para nombrar lo que no estaba nombrado, con un estilo florido, mariposón, como decía él. Fue el primer activista homosexual que desde la literatura instaló un nuevo lenguaje, y su práctica de escritura fue una práctica política”, señala Raquel Olea, crítica literaria y su amiga.

Pedro Lemebel publicó los libros de crónicas Loco afán (1996), Zanjón de la Aguada (2003), Háblame de amores (2012) y Poco hombre (2013), entre otros, además de su única novela, Tengo miedo torero (2001).

Para el académico Leonidas Morales, Lemebel alcanzó sus puntos estéticos y políticos más altos en la crónica. “Es libertaria, de humor corrosivo, incómoda por lo mismo”, comenta.

Su larga enfermedad, un cáncer de laringe, truncó sus últimos proyectos: un libro de crónicas sobre su amiga Gladys Marín, dirigente del Partido Comunista, y su regreso a la novela con El éxtasis de delinquir , centrada en la figura de Patricio Egaña, proveedor de drogas del empresario encarcelado Claudio Spiniak.

Josefina Alemparte, directora editorial del sello Planeta, revela que aquellos textos estaban en un nivel avanzado, especialmente el dedicado a Gladys Marín.

En el 2013, Lemebel ganó el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, otorgado por la chilena Universidad de Talca. En el 2014 se realizó una fuerte campaña en apoyo de su candidatura al Premio Nacional de Literatura, que no obtuvo.

Su amiga la poeta Carmen Berenguer señala al respecto: “Hubo mucha resistencia contra él como escritor, pero, además, el Premio Nacional a veces considera más la trayectoria que el aporte literario. Aunque fue triste, él ya estaba acostumbrado a ser omitido”.

Artista visual. Pedro Lemebel también llevó su talento al ámbito escénico y realizó importantes y recordadas performances, como La conquista de América y Las dos Fridas , junto al artista Francisco Casas, con quien dio vida al dúo Las Yeguas del Apocalipsis en 1987.

“Lemebel tenía un verdadero afán de redención, y esas mismas posturas desafiantes de ir contra el orden establecido eran una forma de purificación que él buscaba”, opina Waldemar Sommer, crítico de arte, quien destaca la retrospectiva del trabajo de las Yeguas del Apocalipsis, del 2014.

Este 7 de enero, en el reciente Festival Teatro de Santiago, Lemebel mostró una de sus últimas creaciones: Noche macuca se llamó el emotivo espectáculo, ideado y dirigido por el propio artista desde el hospital.

La ministra de Cultura, Claudia Barattini, quien trabajó con Lemebel en los años 80, llamó a brindarle una última despedida. “Pedro Lemebel es una figura fundamental de Chile, un gran artista que deja un vacío enorme”, expresó.

Para Pedro Gandolfo, la obra de Lemebel “se caracteriza por la radical fidelidad a un punto de vista en el cual se atrinchera y desde el que arremete. Ese punto de vista es visible y público; nunca oculta su condición de homosexual, periférico y rebelde ante la dictadura y cualquier poder opresor. El mundo observable desde esa ventana se describe con una honestidad lacerante, sarcástica a veces, con grandes marejadas de nostalgia. Hay una ‘voz’ que parece el resultado espontáneo y desgarrado de su biografía y su sensibilidad”.

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Adiós, mariquita linda

Si Nicanor Parra habla el lenguaje de la calle, el lenguaje de ese sujeto que es todos y es nadie; si José Donoso pronuncia el lenguaje de una clase dominante y decaída, la clase que asiste a su propia delicuescencia, Pedro Lemebel habla el lenguaje de lo excluido, de aquello que la cultura se esmera en negar y en borrar y que, cuando no lo logra, y como una forma torcida de venganza, lo dulcifica y lo normaliza.

Él empleaba el lenguaje, ese barroco extraordinario de los callejones y de los barrios, para sacar a la luz la sensibilidad homosexual y la marginalidad de las poblaciones, mostrando que en ella hay tanta reflexividad y realización de la condición humana, que eso es la cultura, como en cualquier otra clase.

Alguna vez dijo que hablaba y escribía desde la diferencia. Se equivocaba. Cuando se leen sus cuentos, su novela y sus crónicas, el lector siente que en él hay algo distinto del simple deseo de exaltar la mera diferencia. Lo que hay en él es un esfuerzo por rechazar cualquier intento de normalización, una especie de rebeldía frente a quienes querían transformarlo en simple excentricidad, convertirlo en un rareza que entretenía y no causaba daño.

Pedro Lemebel hizo, del resentimiento, no un sentimiento maligno o ilegítimo, sino la fuente de una rebelión intelectual que mostraba, mediante la palabra y a fuerza de imaginación, que la realidad que se tiene ante los ojos a veces no merece ser respetada, y que el Zanjón de la Aguada, las poblaciones de la periferia y la pobreza no deben ser vistas solo al trasluz de la injusticia, al amparo del paternalismo: ellas, en su opinión, también son capaces de reflejar lo mejor de la condición humana.

Michel Foucault, poco antes de morir, dijo que escribía, e incluso hablaba de sí mismo, para ocultar su propio rostro. Quizá Pedro Lemebel no hacía más que ocultarse tras el barroco enrevesado de sus crónicas. Tal vez detrás de sus desplantes, de sus performances de los años ochenta y de sus alardes de rebeldía, está un rostro por descubrir; y es que eso es la literatura: un quehacer que desnuda a la realidad al precio de ocultar al indiscreto que, como Lemebel, tiene el talento, y el valor, para revelarla.

Carlos Peña. Diario El Mercurio. Chile. GDA

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