Entre sus recuerdos sobre el San José de fines del siglo XIX, Alfonso Jiménez Rojas anotaba en 1928: “La calle 14, una de las más cortas de San José, cruza la avenida central en el punto en que esta se ensancha y convierte en el paseo que termina en el llano de La Sabana”.
“En la esquina que está al sudoeste de ese cruce había antiguamente una casa alta, pero de una sola planta. A no ser por el rótulo puesto encima de la única puerta esquinera, y que decía Cárcel Pública , se le hubiera podido tomar por cuartel, por su aspecto. A la entrada y en uno o dos fortincillos de madera, a modo de miradores o garitas, se veía centinelas, soldados en tiempos lejanos, después policías”.
“Vulgarmente le decían a la cárcel, El Pulguero , bien se comprende por qué. Pero, más que de pulgas, era ella criadero de bichos peores. Tanto que las personas aseadas que tenían la desgracia de ser detenidas en ella, debían a la salida desinfectar sus ropas” (La Cárcel Pública).
Cárceles y sistemas. Durante siglos, fueran subterráneos o mazmorras, las cárceles eran sólo un medio para asegurar la presencia del reo ante el juez o ante el verdugo. De allí que, en paralelo con la transformación de las ideas penales y la modificación de la legislación punitiva, evolucionara también toda una arquitectura penitenciaria.
Así, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la represión penal fue abandonando el dolor al que era sometido el cuerpo del imputado, para sustituirlo por su reclusión en un sistema de coacción y privación, de obligaciones y prohibiciones: el de las prisiones como unidades arquitectónicas especiales.
Esos cambios cobraron intensidad bajo la influencia de personajes como el filósofo “utilitarista” inglés Jeremy Bentham (1748-1832), quien evaluaba las acciones del individuo sobre la base de sus consecuencias sociales. En la Inglaterra liberal y reformista de la Revolución Industrial, la nueva clase proletaria –que incluía a “desempleados” y a “desviados” de todo tipo– debía ser controlada. La concepción de Bentham asociaba lo penitenciario a lo arquitectónico y resultaba de suma utilidad.
Su propuesta del panóptico (un edificio construido de modo que todo su interior pueda verse desde un solo punto) influyó en el planteamiento funcional y la materialización de muchas construcciones penales europeas y americanas. El filósofo francés Michel Foucault escribió:
“El tema del panóptico –a la vez vigilancia y observación, seguridad y saber, individualización y totalización, aislamiento y transparencia– […] llegó a ser, alrededor de los años 1830-1840, el programa arquitectónico de la mayoría de los proyectos de prisión. Era la manera más directa de traducir, en la piedra, la inteligencia de la disciplina, de hacer la arquitectura transparente a la gestión del poder” ( Vigilar y castigar ).
Por una nueva cárcel. Se comprende así que a tal influencia no escapara la Costa Rica de las reformas liberales de los años de 1880: de allí también que se plantease entonces la sustitución de la vieja cárcel que Jiménez Rojas rememoró años después.
En aquel tiempo, esa prisión era tan insalubre como insegura y estrecha. Ubicada en la mencionada esquina, su construcción databa de 1855, y era en realidad el ala derecha del edificio destinado al Hospital San Juan de Dios, donde se habían reunido además las funciones de lazareto, manicomio, orfanato y cárcel.
Por todo ello, en 1885, el Congreso aprobó la edificación de la Penitenciaría Central. En 1889, se envió al jurista Octavio Castro Beeche a Europa para que estudiase los sistemas carcelarios que allá se desarrollaban. Castro presentó un informe al año siguiente.
En 1891, se abrió un concurso público de anteproyectos, en el que se presentaron dos propuestas: una del ingeniero Nicolás Chavarría Mora y otra del arquitecto Guillermo Reitz. Aunque con diferencias, ambas seguían el modelo del panóptico, con un espacio central y cuerpos de celdas dispuestos a su alrededor.
No obstante, razones administrativas y presupuestarias impidieron que la obra se concretase en el siglo XIX, y solamente en 1905 se inició su construcción. El proyecto arquitectónico definitivo ha sido atribuido al ingeniero-arquitecto Lesmes Jiménez, pero los datos disponibles permiten pensar que su autor fue más bien Nicolás Chavarría.
Según la Memoria de Gobernación, Policía y Fomento del año 1905-1906 , Chavarría realizó viajes a Europa y los Estados Unidos para conocer establecimientos similares y para consultar con juristas a fin de desarrollar el respectivo programa arquitectónico. Además, sería el profesional encargado de inspeccionar la construcción de tan importante obra urbana, durante la administración de Ascensión Esquivel Ibarra (1902-1906).
Panóptico y estética. Para levantar la obra se eligió una pequeña colina al norte de la ciudad, bordeada en tres de sus flancos por el río Torres. Las historiadoras Ofelia Sanou y Florencia Quesada anotan: “El edificio fue construido con ladrillo de barro cocido, con aparejo a tizón y soga, y con aplanados que simulan sillares de piedra”.
“Se utilizó piedra natural de granito para los zócalos y para los arcos de puertas principales. La mayor parte de los ladrillos fueron confeccionados por los reos en una fábrica ubicada en el solar de la penitenciaría desde 1891. Asimismo, en los Talleres Nacionales se preparó una gran cantidad de ladrillo de cemento comprimido para los pisos con una pequeña máquina fabricada en el sitio” ( Orden, progreso y civilización, 1871-1914 ).
Sobre el diseño, el informe de Chavarría en la citada Memoria no deja dudas: “En el centro, del lado perpendicular a la calle 4 […], y haciendo frente a ella, queda el edificio de administración desde el cual, por un pasadizo aislado, se llega al […] centro de vigilancia, alrededor del cual se desarrolla el edificio circular o panóptico”.
“De este se desprenden, en forma radial, los departamentos destinados a mujeres, mujeres menores, hombres menores, detenidos, reos con causa pendiente y rematados […]. Todos van encerrados en un área pentagonal cerrada por murallas y de una cabida de más de dos hectáreas”.
Entre esos pabellones de dos plantas, sendos patios aislaban cada sección, mientras que un paso elevado comunicaba la torre central de vigilancia con las torres o atalayas que remataban los ángulos de la muralla almenada. Por su parte, la utilización de la estética neogótica reforzaba el carácter de fortaleza medieval, preferido para esos edificios.
Concluida en 1907 con un costo de 587.424,40 colones, para completarla se construyó una calzada con amplias aceras que, al comunicarla con la ciudad, la ubicó como su remate visual hacia el norte. Sin embargo, el terremoto de 1910 afectó la estructura hasta el punto que debió ser reparada. En 1912, mientras se eliminaban las secciones de mujeres y menores, se le hicieron modificaciones para trasladar allí el Cuartel Principal.
En 1917, una explosión ocurrida dentro del penal lesionó de nuevo el edificio, por lo que hubo que reconstruirlo parcialmente, para que siguiera en funciones durante sesenta años más, hasta su cierre definitivo, en 1979. Sin embargo, para entonces, el elegante castillo aquel, más que en pulguero, se había convertido en infierno.