La literatura de viajes y viajeros es un género antiguo. Apareció en forma del héroe mítico que es castigado a navegar (Ulises o los Argonautas, por ejemplo) y como narración histórica de los espacios donde habían ocurrido “cosas verdaderas”.
Mito e historia nacían unidos, pero también lo hacían de la mano de la crónica que el viajero construía para alimentar a uno y a la otra. Así, la literatura en cierta forma también nació en ese trance.
La voluntad de la descripción de los viajes creció en la medida en que fue alimentada por individuos como Marco Polo, que en su afán por extender los mercados, se arroparon con nuevos aires míticos y describieron lugares lejanos de Oriente exagerando o inventando lo que allí vieron y vivieron.
No obstante, las crónicas que mayor influencia ejercerían en Occidente antes de la Revolución Industrial, fueron las producidas por los cronistas de la conquista de América.
Desde Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, Juan de Grijalva, pasando por Bernal Díaz de Castillo, Diego de Landa, Bartolomé de las Casas y hasta llegar al Inca Garcilaso de la Vega, los cronistas dejaron evidencia del paso de la conquista.
Luego, en el siglo XIX vendrían otros viajeros, que desplazándose por América quisieron seguir los pasos de sus ancestros y reportar sobre las poblaciones y naturaleza de esas tierras nuevas. Humboldt fue el más famoso.
A Costa Rica, desde mediados del siglo XIX, también llegaron viajeros de placer y científicos que describirían el Valle Central y las costas, y que se aventurarían en paseos a zonas rurales, describiendo lo que veían o escuchaban.
No está de más decir que en todos esos senderos y calles transitados, ríos navegados, montañas escaladas, abismos superados y costas arribadas, los que escribían de los sitios y las personas hicieron aquello que Tzvetan Todorov advirtió para la conquista de América: se aproximaron al problema del otro.
Crónica del Telire
El escritor Álvaro Rojas se ha adentrado en ese problema y se ha unido a aquellos que construyen literatura en el andar, al producir una fabulosa crónica de su viaje de conocimiento y reconocimiento del río Telire, majestuoso torrente de agua que conecta a Costa Rica con el mar al revolverse con el Sixaola en el punto sur de su geografía. Sin embargo, más que eso, que conecta a Talamanca del pico más alto hasta la costa.
Rojas echa mano de su habilidad de narrador y de su conocimiento literario, de forma que el viaje del que nos habla es un transcurrir por el río, por las calles polvorientas (su viaje fue a mitad de abril y casi lejos de las torrenciales lluvias), por los senderos, los bananales y los trillos pedregosos, pero también es un viaje por las páginas de varias obras literarias, antropológicas e históricas que se refieren a la literatura de viaje y a la insurrecta Talamanca.
Al hacer eso, Rojas ha escrito un libro hermoso y una potente crónica.
Un viaje diferente
El lector va a encontrar en esa crónica varias formas de encuentro y desencuentro con Talamanca, su gente, sus historias y sus mitos. El autor ha pretendido navegar el Telire, pero realmente su deseo pareciera ser navegar Talamanca.
Rojas construye una hermosa pieza literaria en la que descubre una región vedada por la cultura vallecentralina y por el racismo del discurso nacional costarricense sobre las poblaciones indígenas.
Talamanca despierta en el autor el deseo por volver a su adolescencia y escapar de sus lejanas clases de secundaria, por subirse al tren y rodar de extremo a extremo de América, de tomar la mochila y dejar atrás las responsabilidades cotidianas y navegar río arriba en la vida.
La Talamanca “salvaje” descubre así al Rojas “salvaje” que pretende romper las murallas de la conquista y de su propia historia.
No se trata de un viaje de transformación; no es un rito de paso como el del Che Guevara atravesando las montañas de Suramérica. No; este es un viaje diferente, de descubrimiento del otro dentro del yo.
En ese deseo de libertad de los encuentros, empero, trasciende también el problema de los desencuentros. La frase que hace mella a través de toda la crónica es que esa región nunca cayó presa de la conquista y sigue sin ser conquistada.
Rojas tiene problemas con esa frase, que le transmite tanto el sujeto cotidiano de Talamanca, el barquero, el que le vende el almuerzo, el profesor de lenguaje que le revela las particularidades del Bribri y el anciano sabio que lo recibe para explicarle que desde el pasado Talamanca es indomable.
Confluye con la frase, pero la cuestiona porque le parece parte de un discurso que le da vida a la idea de grandiosidad en medio de la pobreza y la violencia.
Ese es uno de los mayores desencuentros de esta maravillosa crónica: la del autor que desea que el libro de Talamanca se escriba con la libertad que le provoca, pero choca de frente con la realidad.
Río y literatura
En su intento por conquistar el Telire y a Talamanca, Rojas se muestra abatido no por el río o la selva, sino por la forma en que la pobreza y la falta de oportunidades destruyen un mundo que se cree indestructible e inconquistable. Tremenda dicotomía que el autor no sabe cómo resolver.
La descripción de los espacios contenidos en esta crónica muestra la destreza narrativa de Rojas y también la belleza de aquella región.
Ha recreado un lugar no paradisiaco, sino tremendamente natural y humano. Al leerlo es imposible dejar de conectarse con aquellas descripciones que hiciera Carlos Luis Fallas en Mamita Yunai .
También ha escrito un libro muy personal en el que cuestiona la cultura oficial costarricense desde el inicio. Su admiración por el escritor José León Sánchez lo lleva a imaginar conexiones entre este y Talamanca, entre el subalterno y el indio, entre el pelo y traje blanco de Sánchez y las montañas de Talamanca, entre la narrativa fuerte de Sánchez y el río Telire que navega.
Como a Talamanca la indomable, Rojas mira a Sánchez como otra montaña que no cedió a la conquista de sus captores y construye lazos de libertad entre aquella y este y los considera como uno solo.
Es probable que la Talamanca que salió a conocer Rojas sea una metáfora de su deseo por conocer a Sánchez.
Es muy probable también, que la denuncia que subyace en esta crónica sobre la forma en que el Valle Central ignora a Talamanca y sus fortalezas, sea la misma denuncia con que Rojas enfrenta al discurso oficial que le niega a Sánchez un espacio en la literatura nacional y no le reconoce su obra.
Al conocer Talamanca, Rojas vuelve a reconocer a Sánchez como un escritor tremendo y con eso construye un bello homenaje a la una y al otro.
Quizás también por lo anterior, Rojas tiene tantos problemas para interpretar la simbología que se le revela en el camino y que él, muy sinceramente, se reconoce incapaz de leer.
Rojas anhela una novela sobre Talamanca que, a través de los signos del lenguaje, le permita leer esa región y sus ríos.
La organización de la crónica es además imaginativa. Se trata del transcurrir de un viajero por un territorio escondido, pero también a través del tiempo, de forma que esta obra también navega por la historia de Talamanca.
Jorge Luis Borges acuñó un hermoso poema donde apuntó: “Somos el río y somos aquel griego/ que se mira en el río”.
Rojas se mira en el río Telire y ciertamente no piensa en Heráclito, sino en Presbere. Lo ha alumbrado el fuego del río.
El autor es catedrático en la Universidad de Costa Rica.
Detalles importantes
Telire-Crónica de viajes será presentado el viernes 3 de noviembre, a las 10 a. m., en la Municipalidad de Talamanca y miércoles 8 de noviembre, a las 7 p. m. en la Alianza Francesa en San José; en esta última fecha, los presentadores serán el historiador David Díaz y el profesor de bribri Alí García
Este libro se publicó gracias a una beca de estímulo a la creación literaria del Colegio de Costa Rica, del Ministerio de Cultura y Juventud. Está a la venta en las librerías Internacional, Buhólica, Andante y Duluoz, así como con el propio autor por medio del correo alvarors75@hotmail.com