Pelo alborotado, pómulos afilados y labios finos. En la sala familiar una Arabella cuelga de la pared, dibujada en carboncillo, la otra reposa en un sillón. Una está en sus veintes, la otra cumplió 70 años en diciembre.
“Yo llegué tarde”, consiente la autora de Impúdicas (Uruk Editores), el libro de cuentos que la convirtió en acreedora del Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría 2016.
Mejor conocida como actriz, hace 20 años, Salaverry preparaba su regreso a la literatura: un poemario al que dio forma y publicó en 1999, Arborescencias .
Desde entonces, y hasta el año pasado con Impúdicas , su creación literaria tomó refugio en la diligencia de los versos.
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“Mi acercamiento a la poesía es por la inmediatez”, explica. “Yo podía escribir, en una libretita que tenía al lado de mi cama, una imagen que me saltaba a mitad de la noche. A oscuras, para no molestar a nadie, escribía lo que tenía y, al día siguiente desarrollaba un poema. Me requería mucho menos tiempo de concentración inmediata”.
A merced de la la supervivencia cotidiana y la familia, su literatura creció en sus libretas, en las anotaciones que ha hecho por más de 50 años.
Sus libros hacen caso omiso a los anacronismos: los poemas que esbozó joven ahora son semilla de los nuevos; un cuento premiado en un certamen de Venezuela en 1971 – Aura – aparece sin ceremonia en Impúdicas , entre historias de otras mujeres como Ana , Amira , Angelina y el resto que, casualmente, comparten la primera letra de su nombre con su creadora.
“Siempre ha sido paralelo, nada más que elegí a las artes dramáticas como carrera, a pesar de que tengo un profesorado en Lengua y Literatura”, describe sobre sus dos disciplinas.
“En realidad, ha sido paralelo. Una guardadita y otra de mayor exposición. Siempre con la timidez de que si yo no había publicado no tenía por qué considerarme escritora. Esas estupideces que uno...”, pero no termina de pronunciar la ironía.
Tiempo y espacio. Hace 20 años, “los hijos estaban grandes”, su casa en Sabanilla era un proyecto casi terminado. La carrera de Salaverry estaba consolidada en las tablas.
Su matrimonio con el actor chileno Leonardo Perucci se avino a una división práctica del hogar en la que él trabajaba, mientras ella daba clases en la casa y cuidaba a sus tres hijos.
Durante los 80 y los 90, Salaverry fue la mamá “de las tareas, de los paseos, de las citas en el colegio”.
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“No fui la mamá de la cocina y las galletitas”, rechaza. “Es una bandera que enarbolé: no cocino, no me gusta y me quita mucho tiempo”.
Su primer libro clausuró el periodo de rigor doméstico.
“Coincidió poco antes de que Leo se fuera para Chile (en el 2003). Yo dije: ya no más esta vaina, necesito tiempo para mí y para mis cosas”. dice.
“Un día me di cuenta que, por veinte años, ni siquiera fui al cine”, cuenta sobre su caso particular, aunque sabe que la suya no es una historia excepcional.
“Les sucede a muchísimas mujeres. Las mujeres que se han podido dedicar desde más temprana edad a escribir es porque, sencillamente, decidieron no tener familia”, describe.
El tiempo que ahora disfruta ha sido causal de su prosa. Impúdicas es la primera obra de narración que imprimió, pero continúa gestando otras en una oficina dentro de su casa.
Mientras trabaja en una novela corta, espera su primera novela El sitio de Ariadna (Uruk), que saldrá a la venta en julio.
“Estoy engolosinada con la narrativa”, confiesa con sonrisa pícara. “Estoy mordiendo a la vida para que me permita hacer todo lo que quiero hacer”.
Personal y femenino. Las mujeres en Impúdicas son dulces, sobrias, sensuales, tímidas.
No son desconocidas, Salaverry las ha descrito antes en sus versos. Pero su existencia no anula los pecados de la literatura tica que todavía escribe de “babositas”, mujeres “decorativas”.
“Es el estereotipo de que lo femenino es así, que es bruto. Hablando bien y pronto, la vaina sería así”, estalla.
“La mujer se protege desde su silencio porque es lo que nos han enseñado”, resiente. “Yo me dije: ‘¿por qué no hablar para que las mujeres que no tienen voz se escuchen y hablen ?’”
Desde esa misma pregunta nacieron algunos de sus ocho poemarios: Breviario del deseo esquivo (Editorial Costa Rica, 2006), Chicas malas (Uruk, 2009) y la antología Erótica (Erotomanías, 2013).
“El Breviario del deseo esquivo es una defensa del propio erotismo femenino: la mujer como sujeto de su erotismo y no como objeto. Desde la perspectiva de género, eso te expone: si escribís de esos temas sos la señora cachonda, la vieja caliente”, se queja Salaverry.
DEL ARCHIVO 2006: Arabella Salaverry presenta poemario
“Lo que yo propongo es una toma de consciencia. En esta toma de consciencia pueden surgir muchos caminos, hasta para defender lo femenino”, explica sobre los fundamentos de su literatura.
Los temores y sueños de sus personajes no nacen del aire: la autora los toma de sí misma y de otras mujeres cercanas.
“Esa novela la escribí desde los ovarios. A veces me ponía a llorar cuando estaba escribiendo”, asegura sobre El sitio de Ariadna , en la cual utiliza como gran escenario la turbulencia política de los años 60 –los años de su adolescencia y juventud– para lanzar a su protagonista a un abismo de problemas afectivos.
Las emociones son precisamente el mundo vedado desde la literatura de pensamiento “masculino”.
“Cuando uno tiene experiencias sensoriales también piensa y sublima las experiencias sensoriales en el pensamiento. Hay una simbiosis permanente entre el sentir y el pensar”, determina Salaverry.
Salaverry aprecia su Premio Nacional como un galardón para “una voz de mujer hablando de temas que conciernen directamente a las mujeres”.
“Para mí sí ha sido muy importante porque justamente es el reconocimiento, en algún sentido, de un trabajo sostenido de más de 50 años”, afirma.
Salaverry llegó tarde al gremio literario: “Me sirvió para no estar inmersa en muchas situaciones que pueden ser conflictivas”, agradece.
Ya dice el refrán que no son tan urgentes las prisas: se necesita tiempo para saber llegar.
El Ministerio de Cultura y Juventud realizará la ceremonia de los Premios Nacionales de Cultura el próximo lunes 22 de mayo a las 7 p. m. en el Teatro Nacional.