Como si se tratara de un cuento fantástico, un libro sobre un mago fue lo que comenzó una bola de nieve de optimismo, que ha hecho girar al mundo editorial a favor de un norte verde.
No fue por arte de magia, pero Harry Potter y la Orden del Fénix logró eliminar un dañino rastro que hubiese sido irreversible. J. K. Rowling, la autora de esta obra de superventas, que alcanzó un tiraje de un millón de copias, fue quien pujó por realizar la publicación de su libro con material 100% de papel reciclado.
Esta acción, realizada en el 2003, fue el punto de partida para motivar a las editoriales a cambiar su visión de producción, pues el desgaste prevenido no fue algo que se puede pasar por alto: según Greenpeace, se evitó el derribo de 39.320 árboles, además del ahorro de 63.435.801 litros de agua y de la electricidad que hubiese consumido una casa durante 262 años.
Desde ese momento, las casas editoriales han ideado maneras de reducir su rastro destructivo y las expectativas por publicar en papel sin golpear al ambiente han aumentado.
Mirar hacia el bosque
Tras las indiscutibles cifras que presentó Greenpeace a raíz del ahorro ocasionado por Harry Potter y la Orden del Fénix aparecieron más números contundentes.
Antes de la publicación de ese libro, solo en la saga de Harry Potter se talaron 6.5 millones de árboles para realizar los tirajes que requirió la editorial.
Tal atmósfera insostenible hizo recordar que, desde finales de los noventa, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) advirtió que entre 1995 y 2020 la producción mundial de los sectores de pasta, papel y editorial aumentaría en un 77%. Mantener las dinámicas de publicación sería un crimen ambiental.
Para entender las consecuencias de la producción convencional de libros, hay que revisar los comienzos del ciclo de vida de creación editorial.
Durante la tala de árboles, se produce la mayor huella de daños al ambiente. Tanta es la invasión que, si se reciclase la mitad del papel del mundo, no se talarían más de ocho millones de hectáreas de bosque. Países como Finlandia, Indonesia, Canadá y Rusia dejarían de sentirse afectados pues son los sitios de mayor derribo de bosques para la producción de libros.
Las consecuencias de este proceso repercuten de manera intensiva. Para producir tan solo una tonelada de papel se utilizan 27 mil litros de agua, se emiten 27 kilogramos de dióxido de carbono y se gastan más de cuatro kilovatios de energía.
A sabiendas de que el papel no puede reciclarse indefinidamente (las fibras del papel se destruyen con el uso), el mundo editorial recurrió a pensar en alternativas. No quedaba otra opción.
Indagación eterna
Tan solo un año después de la publicación de Harry Potter y la Orden del Fénix, Hispanoamérica reaccionó.
En setiembre del 2004, la escritora chilena presentó El bosque de los pigmeos, el primer título en español con propósitos de defender a los bosques primarios.
Esta obra se logró gracias a la organización Greenpeace que, tras emprender una red internacional de protección del medio, consiguió realizar un sello llamado Amigo de los Bosques para las impresiones de carácter ambientalista.
Esta garantía se consigue mediante el Consejo de Administración Forestal (conocido como FSC por sus siglas en inglés) a través de un proceso donde se certifica que el material proviene de plantaciones gestionadas por el mismo consejo y que asegura mezclas con celulosa virgen para alargar el período de vida de los materiales.
Otras editoriales como Salamandra (quienes se encargaron del resto de publicaciones de la saga de Harry Potter), Random House Mondadori e Icaria fueron las primeras en sumarse a la iniciativa y han producido hasta cincuenta libros anuales con el sello de la FSC. En Costa Rica, por ejemplo, la organización Árboles Mágicos imprime sus publicaciones con papel certificado por la FSC.
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Junto a otras técnicas como el desarrollo de nanofibras de celulosa, se ha conseguido que el papel reciclado sea de calidad y no se rompa fácilmente. Estos materiales provienen de la paja de trigo y generan una pasta que refuerza las propiedades físicas del papel.
A la fecha, más de cien editoriales en América y Europa están de lleno con el proyecto, de la mano de grandes voces literarias como Margaret Atwood y Günter Grass, así como con la herencia ideológica en pro del ambiente que dejaron autores como José Saramago y José Luis Sampedro.
En total, son más de 100 literatos que se han apuntado a este propósito, como Charlotte Bingham, Ben Elton, Anne Fine, Alice Walker, Niccolo Amanniti, Javier Moro, Alvaro Pombo, Javier Cercas y Joaquín Araujo.