Unos cuantos meses antes de morir, el gran Roberto Bolaño —un tipo amable, genial, pero tímido hasta sus fibras— se sentó a conversar en el programa chileno La belleza de pensar. Allí reveló una anécdota más que curiosa: en su juventud, junto a algunos de sus compinches más cercanos, había desarrollado una perfecta técnica para robar libros.
“Para mí fue una necesidad. En aquella época veía cómo mis amigos robaban libros y sus bibliotecas iban creciendo, todas menos la mía. Entonces me decidí a entrar en el gremio de los ladrones y al principio me fue bien, pero me salí porque luego tuve dos o tres caídas porque me ponía muy nervioso”, recordó entre risas.
En aquella conversación, dijo que los libros son tan necesarios como el pan y como el aire. “Uno empieza comprando o robando libros con la idea de leerlos, pero en mi caso es una obsesión. Compro libros y no los leo. Los acaricio. Tengo libros que no he leído y que sé que no voy a leer jamás, pero me gusta tenerlos cerca. Es como coleccionar cromos”, dijo.
Esa cercanía de la literatura con el mundo del hampa no solo se reflejó en aquellas aventuras juveniles, sino también como autor. Bolaño, siendo uno de los más grandes autores, siempre coqueteó con la idea del crimen, sus intersecciones e imaginaciones en torno a las letras.
A 20 años de su deceso debido a problemas hepáticos mientras aguardaba un trasplante de hígado, vale recordar su figura como renovador de la literatura, como todo un rompedor de reglas y uno de los mejores ejemplos de que el boom latinoamericano no lo había dicho todo.
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Una mente revolucionaria
Subversivo, existencialista y con aliento de detective, Roberto Bolaño representa un espécimen único de su clase. Más allá de hablar de su biografía de vida, conviene repasar (e invitar a la lectura) algunas de sus obras más emblemáticas, en las que dejó exhibida toda su creatividad y dotes de novelista (aunque su poesía no es menor, su legado en prosa es colosal).
Tal vez podemos comenzar hablando (por mero capricho) de La literatura nazi en América, libro publicado en 1996, que es una suerte de antología histórica sobre distintos autores ligados con el régimen de Hitler que hicieron el conocido viaje trasatlántico.
Aquel libro es una exhibición del ingenio de Bolaño, donde relaciona los crímenes ligados al nazismo con escritores ficticios, pero con obvias inspiraciones en autores reales.
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Se trata de historias tipo Wikipedia donde el chileno logra hechizar lo biográfico con aires literarios, pero, a medida que pasan las páginas, comienzan a aparecer más que pequeñas reseñas de vida, cuentos donde hay idas y venidas, dramas y culebrones.
Es en la última de las piezas contenidas en este libro que se encuentra el tesoro más preciado. Se trata de la biografía del infame Carlos Ramírez Hoffman, un nombre que no se olvida fácilmente en el universo literario de Bolaño.
¿Por qué? Porque este personaje aparecido al término del libro daría vida a otra novela de Bolaño.
En ese mismo año, 1996, mientras David Foster Wallace publicaba la grandiosa La broma infinita, posiblemente la mejor novela escrita en inglés en ese año, Bolaño hacía el mismo hito pero en español al publicar Estrella distante, libro que, para quien escribe estas letras, es su mejor obra (a pesar de no ser reconocida tal cual por el consenso público).
Aunque lo mejor es no revelar más detalles de la novela para sorpresa de neófitos, sí vale aclarar que se trata de un thriller. Hay un crimen por resolver en torno a un taller literario de poesía, y es ahí donde el propio Roberto Bolaño aparece como un personaje más del libro, pues, para resolver el acertijo criminal, necesitan la mente de un poeta para dar con el paradero del asesino.
Una completa maravilla de principio a fin. Es una obra que metaforiza cómo la escritura requiere una mente delictiva y cómo el poeta lleva dentro, aunque no lo quiera, un espíritu que lo supera a sí mismo.
La novela funciona como una metáfora y una hipnótica historia de detectives y del relato del gato y del ratón. Una genialidad.
Parte de esas reflexiones también aparece en otro gran libro del autor, titulado El Tercer Reich, escrito en 1989 pero publicado de forma póstuma en el 2010.
Escrita en primera persona a modo de diario de vida, presenta a Udo Berger, un alemán obsesionado con un juego de mesa llamado como el nombre del libro. La idea del crimen aparece de nuevo, tanto con la idea del nazismo como con la desaparición de un hombre que se hospedaba junto al protagonista en unas vacaciones en Cataluña.
En la costa aparecen seres extraños, como un hombre llamado El Quemado, quien representa no solo una figura enigmática sino también la devastación de la Segunda Guerra Mundial e, incluso, el genocidio de los indígenas americanos, otro tema tangencial en la novela.
El juego de mesa del protagonista es esa misma obsesión de Bolaño. El alemán, en vez de salir a la playa catalana, prefiere pasar los días enteros encerrado y mejorando en su juego, que recrea una catástrofe homicida, al igual que Bolaño prefería pasar reservado en su escritorio escribiendo sobre crímenes.
Sus más notables obras
Este autor chileno es celebrado, principalmente, por dos títulos que constituyen una obligación para cualquier lector: Los detectives salvajes, publicada en 1998, y 2666, lanzada en el 2004, un año después de su muerte.
Ambas obras constituyen una torre de personajes y anécdotas que, por momentos, puede resultar abrumadora e intimidante; sin embargo, en su conjunto, resultan obras redondas, donde no parece sobrar nada y hasta la más pequeña historia resulta atractiva.
Los detectives salvajes presenta la gran aventura de Arturo Belano y Ulises Lima, dos poetas que salen a buscar las huellas de Cesárea Tinajero, misteriosa escritora desaparecida en México en los años inmediatamente posteriores a la Revolución.
Tinajero representa un mito, una autora subversiva que, reconocida por un enigmático poema, cautiva a toda una generación de escritores deseosos de romper reglas y cánones, como el mismo Bolaño.
Esa búsqueda —y sus consecuencias— se prolonga durante 20 años, desde 1976 hasta 1996, un gran lapso donde la novela tiene idas y venidas y, por supuesto, una historia de criminales y persecuciones.
En primera instancia, la importancia de Los detectives salvajes radica en su estructura narrativa única. Bolaño no solo combina hábilmente diversos géneros literarios, discurriendo entre la prosa poética y la novela policíaca, sino que estructuralmente la novela tiene una particularidad.
Su primera parte es una prosa cautivadora que desarrolla la idea de la búsqueda de Tijerino, así como un drama romántico que sucede como telón de fondo. Son 164 páginas de las que uno no se puede separar y que acaban en un cliffhanger (final en suspenso).
Seguido ocurre la segunda parte del libro, la cual se compone de más de 500 páginas donde se cuenta, desde el futuro, lo que ocurrió con ambos protagonistas. Eso sí: la historia es contada a manera de vox populi, pues una serie de personajes desconocidos nos narran, en primera persona, lo que escucharon o vieron que sucedió con estos personajes unos cuantos años después de la búsqueda de Tijerino.
Cuando uno imagina que el libro seguirá con esta tónica, Bolaño toma la hábil decisión de crear una tercera parte: allí, finalmente, vemos el desenlace de la búsqueda de Tijerino. Son una secuencia de capítulos vivaces y llenos de adrenalina, sencillamente inolvidables.
Dentro de esta maravillosa estructura, cabe destacar que el personaje de Arturo Belano es un alter ego de Roberto Bolaño, mientras que Ulises Lima es, en realidad, Mario Santiago, el mejor amigo de Roberto en la vida real y un grandioso (y lastimosamente desconocido) poeta que falleció en un accidente de tránsito.
Esta amalgama creativa no solo enriquece la trama, sino que también desafía las convenciones literarias establecidas, abriendo nuevas vías para la expresión artística y destacando la libertad creativa que puede tomar un autor. Algunos dicen que es análogo al Rayuela, de Julio Cortázar para su generación, pero tal afirmación, a criterio personal, es reduccionista. La novela de Bolaño comprende otras dimensiones.
Bebiendo de su éxito con Los detectives salvajes (la novela fue galardonada con los premios Herralde y Rómulo Gallegos en 1998 y 1999, respectivamente), Bolaño fue por su “obra maestra”.
Por más de 15 años estuvo pensando en los personajes de 2666, una “novela río”, en sus palabras, al definirla como un compilado de volúmenes e historias que se complementan entre sí como un río que bebe de distintos cauces.
En el 2000, Bolaño empezó a escribirla en medio de circunstancias complejas pues entró en lista de espera para someterse a un trasplante de hígado.
Con la posibilidad de su propia muerte, el chileno quiso dedicar sus últimos años a este colosal texto, un proyecto que planeó publicar en cinco partes para asegurarse de que su familia tuviera dinero (finalmente, los herederos y la editorial Anagrama coincidieron en publicar toda la historia en un solo tomo).
2666 presenta a cuatro profesores de literatura, Pelletier, Morini, Espinoza y Norton, quienes encuentran una conexión profunda en su mutua fascinación por la obra de Benno von Archimboldi, enigmático escritor alemán cuyo renombre va en ascenso alrededor del mundo.
El grupo decide emprender un viaje a la ficticia ciudad de Santa Teresa, donde se rumorea que Archimboldi ha sido avistado. Sin embargo, una vez en el lugar, Pelletier y Espinoza descubren que la ciudad ha sido escenario de una larga cadena de crímenes durante años: vertederos llenos de cadáveres de mujeres con evidentes señales de violación y tortura.
El peregrinaje a Santa Teresa se convierte en un escenario inquietante, donde la pasión literaria se mezcla con la sombría realidad de la violencia y la injusticia que aqueja a la región.
La búsqueda del enigmático escritor se entrelaza con la búsqueda de respuestas sobre los oscuros acontecimientos que han plagado la ciudad, llevando a los protagonistas a enfrentar no solo el misterio literario, sino también los horrores y las implicaciones sociales de los crímenes cometidos y, adivinen, su relación con el quehacer literario.
Al momento de su fallecimiento, el mundo literario lamentó su partida, pero cuando salió a la luz 2666, el dolor fue doble. Bolaño murió a los 50 años, dejando siempre en el aire la pregunta de qué otras maravillas tenía en su mente y hubieran fructificado con el pasar de los calendarios.
Hoy, a dos décadas de su partida, no cabe dudas de que Bolaño será leído con el mismo halo sagrado que cubre a otros grandes de América Latina, colocado dentro del más prestigioso imaginario colectivo. Claro, con la particularidad de siempre haber tenido a la literatura como el más delicado crimen.