Dibujos con tramas secretas, trabajos en que trozos de la naturaleza sirven para recrear formas imaginadas, murales en que las mismas preocupaciones se hacen gigantes, retos y rastros de una biografía dedicada al arte y a jugar. Son obras vivas porque retoman imágenes trabajadas desde los cinco años, porque evidencian el paso e inclemencias del tiempo, porque muestran cambios, porque están habitadas por las incertidumbres y posibilidades de la vida.
La sala de exposiciones sur del Museo Nacional es el hábitat donde la X Bienal Centroamericana sembró el trabajo de Rolando Castellón, artista centroamericano, nacido en Nicaragua en 1937.
Hábitat /Obra viva está compuesta por obras y documentos que le siguen el rastro a Castellón, dibujante nato especialista en “las variaciones sobre el mismo tema”. “Sí, yo toco una misma nota muchas veces; aprendo las diferentes aristas de algo para experimentar, probar y equivocarme”, explica.
Se trata de Castellón, uno que es muchos a la vez. Moyo Coyatzin, Cruz Alegría, Chupisco Chumico, E’Mundo Chevón, Dionisio Alegría, Kan Sin Kinqué, Gorilla Beuys, Kijote de la Cruz, O. Furioso... Son 13 sus seudónimos , los álter egos que conviven, porque muchos son los cambios y las facetas de este incansable hacedor.
Es artista, curador, editor, gestor, coleccionista y dibujante con rasgos de acumulador. Quien fue curador del Museo de Arte Moderno de San Francisco, Estados Unidos (1972-1981) y del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica (1994-1998) también se ha ganado el apelativo de maestro.
“Son 13 porque es mi número cabalístico. Y los uso porque cambio porque si no me repito; además, he ido a muchos países y uso mis seudónimos para que no estén muertos. La energía no muere; yo creo en la vida”, asegura.
Misterios curiosos
Sus piezas (dibujos, objetos, collages , murales, instalaciones) nacen de sus investigaciones y reflexiones. Su curiosidad lo lleva a tratar de imaginar cómo suceden las cosas, a buscar rearmar los pequeños misterios que capturan su atención .
“Hago piezas con la naturaleza y, luego, hago un estudio de cómo fue; yo lo invento, le doy otra vida con mi imaginación”, agrega.
A veces una pieza tiene una nueva oportunidad al ser intervenida con otros elementos o, más bien, recibe otra lectura. Incluso los marcos de algunas piezas están vivos, pues son pedazos de un árbol. Claro, la materia prima nunca cambia: es el dibujo.
Se pueden ver sus dibujos de los años 70 y una copia de la obra Danza alegórica , un carboncillo con el que obtuvo el premio por Nicaragua de la I Bienal de Pintura Centroamericana en 1971 –se robaron el original–.
El recorrido por la exposición revela la libertad expresiva, la evolución orgánica del dibujo, la preocupación por los misterios de la naturaleza, la pasión por el trazo, la forma en la que el dibujo pasa de su mínima expresión a las figuras enormes en un mural que toma una pared, o adquiere tridimensionalidad para volverse un escultura de papel.
“El trabajo de Castellón propone un hábitat, ‘lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal’. Es este espacio de hospitalidad en el que encuentran abrigo elementos orgánicos y también las obras de otros artistas, amigos, vecinos y amateurs. En su práctica artística y en la que ha impulsado desde inicios de los setenta como curador y editor hay un lugar de acogida para el otro”, detalla la página de la Bienal.
Castellón está orgullo de participar en esta bienal porque es la primera “Bienarte profesional”. “ Hay una razón para hacer arte. Tiene contenido y dirección para el futuro. Antes primaba lo estético; ahora, los contenidos son más sociales y se enfatiza el proceso artístico. Esto sienta un precedente muy importante y se pone en evidencia una nueva generación de curadores y de artistas ”, asegura.
Una vez más, este artista muestra el maravilloso juego que se convirtió en su profesión y vida. “No sé qué estoy haciendo, pero lo hago por placer, no por necesidad intelectual ni económica”. Obra viva.