Regresar a las bases del diseño de modas indudablemente nos lleva a meternos en el trabajo de las costureras y los sastres. Estos especialistas tienen un espacio muy especial en el gusto de los costarricenses; es más, muchos todavía los buscan para hacerse su traje a la medida o incluso para arreglar la ropa que se compra.
Mario Arce tiene 58 años. Desde 1990 tomó las riendas de la sastrería que en 1948 fundó su padre, Marcial Arce. El oficio lo aprendió a los 14 años y recuerda que lo primero que hizo fue soltar las costuras de los pantalones y aplancharlos.
La sastrería es una herencia familiar en el hogar de los Arce, en Santa Ana. Don Marcial le enseñó a sus hijos y ellos a sus retoños. Ahora, don Mario también le pasó sus conocimientos a sus hijos Jean Mario y Johanna: el primero es sastre y ella es diseñadora de modas .
Su taller y tienda está en el centro de Santa Ana y resguarda entre sus paredes una riquísima historia de calidad, experiencia y también talento.
“La sastrería se hace a base de trazos; todo empieza por el boceto que le realizo al cliente para que lo apruebe. Es un trabajo de sumo cuidado porque, a partir del diseño, se viene un proceso delicado de elaboración”, explicó el creador de ropa para caballeros.
En la historia, el sastre ha sido el encargado de vestir a los hombres. La finura de los detalles con los cuales se confecciona la ropa le da a este oficio un estatus de elegancia.
La costura de un sastre definitivamente es artesanal; la mayor parte de la confección se hace a mano con la minuciosidad característica de este arte. Cada creación es única e irrepetible en diseño.
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“Lo digo con humildad: si se tiene el talento y los trajes se hacen con amor, esto se torna facilísimo. Desde diseñar cada pieza es algo que sale desde adentro, es una sintonía con el cliente y con el producto final”, expresó Arce, orgulloso de su labor.
Salvadoras. Las otras favoritas de los ticos son las costureras, que aún se pueden encontrar en los barrios. Ellas tienen la capacidad de crear desde cero y de arreglar cualquier desastre que se les ponga entre aguja y manos.
Una clienta puede llegar con recortes de revistas o con ideas en la cabeza y, a partir de ahí, el diseño estará a cargo de la costurera. La creatividad vuela y, en dos o tres trazos sobre un papel, les dan forma a los sueños.
Por ejemplo, Gladys Rojas, costurera que tiene su pequeño taller en Escazú, se dedica a cumplir las detalladas fantasías de las novias a punto de casarse.
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“Aquí vienen con vestidos carísimos que hasta mandan a traer a España. Me los traen para que les haga modificaciones y ajustes porque pasa mucho que las clientas compran y, cuando les llega, el producto no les gusta”, dijo.
En el taller de Gladys, hay decenas de recortes de revistas de moda; con ellos, ella se inspira para armar sus creaciones. “Que el cuello de este, que la cola del otro, que la espalda pelada o algún tipo de tela especial”, contó la experta acerca de los pedidos especiales que le hacen.
La imaginación de Gladys vuela y, después de hacer desde cero los patrones de los vestidos, se sienta en su máquina de coser para crear la anhelada pieza.
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“Uno se hace las ideas en la cabeza y la experiencia nos da el permiso de decirle a la novia si algo le queda bien o no. Tenemos puerta abierta a la creatividad”, afirmó.
En medio de vestidos de gala, de novia y hasta de niña, Gladys se considera una cumplidora de sueños. Aunque el oficio se ha perdido un poco, ella asegura que siempre habrá un zurcido que hacer y, para eso, está ella disponible.