Entre febrero y marzo de 1945, la quinceañera Annelies Marie Frank murió sin saber de su propia importancia.
Su muerte es una de las 50.000 que, décadas después, se estima que ocurrieron en el campo de concentración nazi Bergen-Belsen , al norte de Alemania.
Ana Frank, como se le conoce después de que tradujeran su diario al español, es la niña judía que sobrevivió dos años oculta en el anexo de una fábrica de mermeladas en Ámsterdam.
Murió dos meses antes de que las tropas británicas intervinieran Bergen-Belsen. Seis meses antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial.
“Existen otras adaptaciones de Ana Frank pero todas están centradas en el conflicto adulto”, explicó la directora Gladys Alzate, durante el primer ensayo técnico del montaje Una niña llamada Ana .
El Teatro Nacional, el Ministerio de Educación Pública (MEP) y el Centro Israelita Sionista de Costa Rica son los productores del próximo estreno del programa para públicos juveniles “Érase una vez...”. La obra dramatiza los eventos reales de una de las lecturas recomendadas del MEP, el Diario de Ana Frank.
“Nos lo propusieron y nos encantó la idea de poder reivindicar esa parte del crecimiento de ella como personaje, como ser humano, su paso de niña a mujer. Hay mucho en la obra que habla de ese recorrido y cómo ella va madurando y se va encontrando consigo misma”, describió Alzate.
La obra representa los cambios de Ana con dos voces distintas. Por un lado, Adriana Álvarez (conocida por sus actuaciones en cintas como Gestación y Atrás hay relámpagos ) interpreta a la niña que se adapta a la vida del encierro en la “casa de atrás” junto al resto de sus habitantes. Mar Jiménez personifica la voz introspectiva y literaria de su vida interior.
Durante dos años, Ana tiene que vivir recluida junto a otros siete inquilinos judíos: su padre Otto (Luis Daell); su madre Edith (Madeleine Martínez) y su hermana mayor Margot (Maureen Solís); los tres miembros de la familia Van Pels (Tatiana Sobrado, Marco Guillén y Erick Calderón) y Fritz Pfeffer (Reinaldo Amién).
“El teatro se trata de sacar los momentos que no son tan importantes y dejar los más relevantes: los sucesos”, reflexionó el dramaturgo de la obra, José Fernando Álvarez. “Estamos hablando de la Segunda Guerra Mundial. El acoso, el hostigamiento y el exterminio al que se abocó el régimen nazi contra los judíos. Esta obra trata ese tema, no lo excluye”.
El estreno de Una niña llamada Ana será el sábado 5 de agosto en el Teatro Nacional. Sin embargo, las entradas para esa función se encuentran agotadas.
La obra se presentará en otras cuatro funciones: los domingo 6 y 13 de agosto, a las 5 p. m.; y el miércoles 9 y viernes 11, a las 8 p. m. Las entradas se pueden conseguir en la boletería física y digital del Teatro Nacional con precios entre los ¢8.000 (galería) y ¢15.000 (butaca).
De carne y hueso
Ana Frank tiene 13 años cuando comienza a escribir en su diario. Las restricciones del gobierno nazi todavía son lo suficientemente laxas como para que los judíos caminen sin coser estrellas de David en su ropa pero tan estrictas como para que no tengan permitido transportarse con sus bicicletas.
El ejercicio de la escritura divide la vida de Ana en dos espacios: el del encierro mientras se esconde de los nazis y el de la intimidad de sus emociones e ideas.
“En el diario, Ana menciona que ella es dos. Alcanza cierto grado de madurez y habla sobre una Ana que se muestra ante los demás y otra más íntima, que le da vergüenza mostrar”, explicó la actriz Mar Jiménez. “Casi nunca se toma en cuenta que el adolescente tiene un criterio y una opinión propia. Reforzamos que cualquier niño y adolescente tiene una opinión y tiene derecho a la intimidad, a escribir sus sentimientos y a guardar secretos”.
Además del mundo interior de Ana, la obra representa la supervivencia de su familia.
El señor Pfeffer, el matrimonio Van Pels y su hijo Peter fuerzan a los Frank a abrir el círculo de su vida familiar.
“No les queda más que aprender a vivir con eso y a soportar las espinas del otro”, explicó el actor Luis Daell.
El escenario “constructivista” como lo describe la directora de Una niña llamada Ana , expone en simultáneo lo que ocurre alrededor del escondite.
“El que no haya paredes significa que todos saben todo lo de todos. Eso es también un pequeño infierno”, aseguró Alzate.
En la claustrofobia de la “casa de atrás”, Ana experimenta los cambios normales de una adolescente: sus ansias por tomar control de su vida y las ilusión de su primer amor.
“Peter llega a detonar los sentimientos más orgánicos y esperanzadores de Ana. Es un puente para que ella pueda armar la madurez precoz que está nutrida por la ilusión de amar a alguien”, dijo el actor Eric Calderón sobre la relación.
Mientras las familias continúan sus rutinas en un margen de normalidad, los cuatro protectores que vigilan la fábrica viven las crecientes tensiones del régimen militar nazi, interpretadas por el actor y bailarín Daniel Marenco.
“Es emocional vivir todo lo que significa estar escondido, ser judía en un momento en que los querían matar”, dijo la actriz Adriana Álvarez sobre su rol como la Ana que vive en carne propia el encierro. “Al estar encerrada, al no tener nada más que hacer más que estar con ella misma, eso la hace madurar rápido, la hace muy sensible y la hace darse cuenta de cosas que un adolescente normal no vive tan rápido”.
La realidad de la “casa de atrás” y los conflictos del mundo exterior colisionan el 4 de agosto de 1941, cuando finalmente los ocho judíos son descubiertos y arrestados junto con dos de sus protectores. Con su incisiva voz interior, Ana sigue narrándolo hasta el final.
“ A pesar de la adversidad, ella es capaz de construir un mundo paralelo en el que la ficción convive y que la hace feliz”, aseguró Alzate.
En el Teatro Nacional, Una niña llamada Ana tendrá funciones los 5, 6, 9 , 11 y 13 de agosto. Entre semana y sábados, el horario será de 8 p. m. Los domingos, la función será a las 5 p. m. Las entradas cuestan entre los ¢8.000 y ¢15.000; pueden comprarse en las boleterías física y digital del teatro.